Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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Trato entre Sombras
Las puertas de aquella cabaña seguían abiertas debido al calor de la zona. Una mujer conocida tendía a aprovechar el clima para dormir con sus atributos expuestos, mientras las cortinas de su habitación rozaban suavemente las campanitas de la entrada. Los tintineos armonizaban la noche.
Balvin conocía muy bien los placeres del Magna; ya había recolectado casi suficiente. La mujer en la cama era un premio tanto por su físico como por su energía. De piel canela y ojos miel, con el cabello corto, rizado y mechones dorados.
Desde aquel incidente, Balvin había aprendido a no vincularse a ninguna de sus víctimas. En lugar de eso, usaba su propio Magna para manifestar físicamente su caparazón, y todo le estaba yendo bien. Estiró el brazo, rozando la suave piel de la pierna de la mujer. Ella suspiró y sonrió en sueños. Contagiado por la emoción, Balvin sonrió también, inclinándose hacia su oído.
—Matilda… —susurró, como una cálida corriente que recorrió el cuerpo de la mujer. Ella se removió, respirando más rápido, abrió los ojos levemente y dejó escapar un gemido.
—Jaime… —murmuró, confundiéndolo con su atractivo compañero de tenis, mientras envolvía los brazos alrededor del cuello del Incubus—. Ah, Jaime… —jadeó, agotada y sonrojada, mientras Balvin se deleitaba con el Magna que ella liberaba.
De repente, un recuerdo se sobrepuso a la imagen de Matilda: Agustín, encima de él. Balvin tragó saliva, incómodo con el recuerdo. Sin darle mayor importancia, bajó su rostro para besar a su favorita, pero entonces se dio cuenta de que no había nadie debajo de él. El frío bajo sus manos y nalgas le indicó que ahora estaba sentado sobre un escritorio.
—¿Eh? —levantó la cabeza, encontrándose con los ojos sorprendidos de Agustín, sentado frente a él en la oscuridad de una silenciosa oficina.
Se miraron fijamente durante unos momentos. Balvin, agitado, reaccionó antes de que Agustín pudiera hablar, retrocediendo. Sin saber por qué, Agustín lo sujetó del brazo. El contacto físico hizo que Balvin se abalanzara sobre él, y ambos cayeron al suelo, desparramados junto a la silla.
—¡No te muevas! —ordenó Balvin desesperado. Sorprendentemente, Agustín obedeció, aunque con evidente molestia. Las manos de Balvin temblaban mientras trataba de abrir la camisa del humano.
—¿Otra vez tú? ¿Qué demonios haces aquí? —gruñó Agustín.
Balvin, dominado por una agobiante necesidad, lo silenció, buscando algo en el torso desnudo de Agustín. Agustín, incapaz de moverse o hablar, solo observaba cómo el Incubus revisaba su cuerpo, murmurando desesperado: “La marca, la marca... ¿dónde está?”.
Finalmente, Balvin suspiró y se apartó justo cuando Agustín se liberaba del trance. Aún aturdido, Agustín se tomó su tiempo para incorporarse. Sus ojos azules brillaban, observando al Incubus, que ahora se había sentado nuevamente y se colocaba el saco.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Agustín mientras recogía su camisa del suelo, tratando de mantener la compostura. Balvin, visiblemente molesto, se acercó.
—¡Fuiste tú quien...! —Balvin se detuvo a mitad de la frase, no queriendo decir demasiado. Suspiró.
—¿Y?
—¿No estás asustado, humano? —trató de desviar la atención.
—¿Debería estarlo? —respondió Agustín con arrogancia—. La última vez fuiste tú quien salió huyendo.
La sonrisa de Agustín hizo que Balvin apretara los dientes con tal fuerza que una vena sobresalió en su cuello. Respiró profundo, recuperando el control. Sabía que discutir con Agustín era inútil.
—No eres tan especial… —murmuró Agustín mientras rodeaba el escritorio. Balvin fingió no haberlo escuchado.
—Responde mis preguntas —dijo Balvin con seriedad—. ¿Antes… estabas pensando en mí?
Agustín se detuvo un momento, evaluando la pregunta.
—Por tu estado y expresión, debo suponer que no esperabas aparecer ante mí —respondió Agustín, entrecerrando los ojos.
Balvin lo observó con cautela. Agustín siempre encontraba la manera de manipular la situación, pero había algo diferente esta vez. Algo que hizo que Balvin frunciera el ceño.
—Si sacas conclusiones precipitadas, no podré explicarte lo que realmente está sucediendo —respondió Balvin.
Agustín esbozó una media sonrisa.
—Lo he pensado estos últimos días. Esa noche… algo no salió como esperabas, ¿verdad? No pudiste absorber mi Magna, ¿me equivoco?
Balvin fingió ignorancia, pero no pudo evitar mostrar disgusto.
—Eso ya no importa ahora —dijo evasivamente—. Ambos estamos en peligro.
—¿Peligro? —repitió Agustín, arqueando una ceja—. ¿Qué clase de peligro? Sabes que me emociona el peligro.
—No es una emoción que te vaya a gustar —respondió Balvin—. Hay fuerzas que no entiendes, fuerzas que podrían involucrarse si no tenemos cuidado. Los Sonares.
Agustín frunció el ceño, ahora interesado.
—¿Sonares? —repitió.
—Son los encargados de mantener el equilibrio entre este mundo y el mío. Si intervienen, la situación empeorará para ambos.
Agustín se quedó pensativo por un momento. Luego, su expresión cambió, volviéndose más sobria de lo habitual.
—Entonces, parece que tendremos que cooperar —dijo, sorprendentemente calmado—. No puedo permitirme que mi juego se desmorone tan pronto.
Balvin lo miró con desconfianza, pero vio un destello de sinceridad en el rostro de Agustín. Aunque disfrutaba molestarlo, no era estúpido. Agustín había comprendido que algo más grande estaba en juego.
—Por una vez, estamos de acuerdo —dijo Balvin—. Pero no te equivoques: esto no es una alianza. Es supervivencia.
Agustín esbozó una sonrisa, esta vez más serena.
—Llámalo como quieras —respondió—. Mientras salgamos de esta con vida.
Ambos permanecieron en silencio, conscientes de la tensión que los rodeaba. Sabían que, por ahora, estaban obligados a colaborar, aunque la alianza era frágil. Balvin, cada vez más alerta, entendía que el tiempo de su examen estaba corriendo, y que en cualquier momento los Sonares podían aparecer. Un solo error bastaría para destruir todo lo que había construido, incluso su propia existencia.
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