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Caminos que se Cruzan...

Caminos que se Cruzan...

Status: Terminada
Genre:Yuri / Amor a primera vista / Maestro-estudiante / Colegial dulce amor / Completas
Popularitas:839
Nilai: 5
nombre de autor: Maria Kemps

Nunca pensé que mi vida empezaría a desmoronarse por una simple sonrisa.
Una sonrisa joven, llena de confianza, que me desarmó sin el menor esfuerzo. Solo era una tarde común, una clase cualquiera. Yo, con mis libros, mis papeles, mi matrimonio de fachada y la máscara que llevo años usando para sobrevivir en el papel que el mundo me impuso.
Pero cuando ella entró al salón, con ese aire despreocupado y esa voz dulce llamando a mi hija por su nombre… todo dentro de mí tembló.
Ella era solo la mejor amiga de mi hija. La chica que almorzaba en mi casa, que reía fuerte en la sala, que compartía historias de la universidad en la terraza mientras yo fingía no escuchar. Pero en ese instante, cuando nuestras miradas se cruzaron en el pasillo de la universidad, algo cambió.
Ella me miró como si ya supiera más de mí que lo que yo misma me atrevía a admitir.
Soy profesora. Estoy casada. Y no he salido del clóset.
Ella es mi alumna.
Y es todo aquello que he ocultado ser durante toda mi vida.

NovelToon tiene autorización de Maria Kemps para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 5

Capítulo 5 — Fronteras

Aún con la copa en la mano, Elisa seguía sentada en el porche cuando oyó abrirse el portón. El sonido del coche aparcando. Pasos pesados en el garaje. El ritual de siempre.

—Llegué —anunció el marido al entrar, arrojando las llaves sobre la encimera de la cocina.

Ella respondió con un «hola» bajo, casi imperceptible, sin volverse.

—¿Y bien, las niñas se portaron bien? —preguntó, abriendo la nevera en busca de una cerveza.

—Todo normal —dijo, llevando la copa vacía a los labios solo para disimular el silencio.

Él bebió de pie, como siempre hacía. Después, pasó a su lado y le dio un beso rápido en la cabeza. Elisa cerró los ojos, incómoda.

—Te extraño muchísimo, amor —susurró él, y ella ya sabía lo que vendría después.

En la cama, dejó que él la tocara. No era violencia, no era agresividad. Era el peso de la costumbre. Era el papel que ella había aprendido a representar durante tantos años.

Pero aquella noche... el rostro que vio cuando cerró los ojos no era el del hombre a su lado.

Era Júlia.

El recuerdo de la sonrisa torcida. La forma en que la miraba sin miedo, sin filtro.

Su cuerpo reaccionaba al recuerdo, no al presente.

Intentó no llorar.

Intentó no huir.

Pero por dentro, ya no estaba allí.

Después de que él se durmiera, Elisa fue al baño. Abrió la ducha y dejó que el agua corriera por su cuerpo, intentando lavarse de sí misma.

Fue entonces cuando el móvil vibró en el frío suelo de cerámica, donde lo había dejado junto a la toalla.

Júlia:

«¿Estás bien?»

Elisa apoyó la frente en los azulejos fríos.

Respiró hondo.

Y respondió:

«¿cómo adivinaste que no?.»

El tiempo que tardó en llegar la respuesta fue breve, pero pareció una eternidad.

Júlia:

«no sé son las 23h pensé que no estabas bien .»

«gracias por el mensaje pero ya es tarde, voy a dormir, adiós julia»

Elisa se sentó en el suelo de la ducha, abrazando sus rodillas, el agua caliente cayendo sobre su cuerpo tembloroso.

Allí, entre el vapor y la verdad, lo supo: estaba cruzando la línea.

Y ya no sabía si quería volver.

A la mañana siguiente, Elisa se despertó antes que todos. El marido ya había salido temprano para una reunión y la casa estaba en silencio. Aún sentía el peso de la noche anterior sobre los hombros, pero se obligó a continuar.

Preparó el desayuno de las niñas, peinó el cabello de la hija menor, arregló la mochila y la llevó a la escuela. En el camino, intercambió pocas palabras con Sofía, que estaba más callada de lo normal en el asiento de al lado.

Después de dejar a la pequeña, siguieron juntas hacia la facultad. La radio ponía algo suave, pero el ambiente entre las dos estaba cargado de algo no dicho.

En la sala de Julia, Elisa intentó distraerse corrigiendo los deberes de la clase. El bolígrafo rojo temblaba ligeramente en su mano. Y entonces, una vibración sutil en el móvil de al lado.

Era Júlia.

Júlia:

«¿Tú también sientes esto? ¿Este deseo?»

«¿Ya has estado con alguna mujer?»

Elisa se congeló. Levantó los ojos despacio.

En la fila de adelante, Júlia estaba allí. Apoyada en el pupitre, fingiendo prestar atención a la lectura que la clase hacía en silencio. Pero sus ojos... la miraban discretamente a ella.

El cuerpo de Elisa reaccionó antes que la mente. Un escalofrío recorrió su nuca y el corazón se disparó en su pecho. Sus manos sudaban, la respiración se descompasó.

Ella tecleó con los dedos temblorosos:

Elisa:

«No, nunca. Y esto no puede suceder. Soy tu profesora, Júlia. Ya estás pasando de la raya.»

Pero incluso mientras escribía, su pierna temblaba de nerviosismo. Júlia se dio cuenta. Lo vio.

No respondió nada. Solo giró el rostro hacia el frente, como si nada hubiera pasado. Como si todo fuera realmente una exageración.

Al final del día, Júlia salió junto con Sofía, y las dos fueron en el asiento trasero del coche, riendo y conversando. Elisa conducía en silencio, el rostro serio, pero el corazón en guerra.

En casa, mientras Elisa terminaba de preparar la merienda en la cocina, oyó la conversación que venía de la sala.

—Creo que me gusta Gustavo, pero es un poco lento, ¿sabes? —dijo Sofía riendo.

—Los hombres generalmente lo son —respondió Júlia con un ligero tono de provocación.

—¿Y tú? ¿Te gusta alguien?

—Ya me gustó alguien, ahora no sé todavía, me gustan las mujeres, ¿sabes? —confesó Júlia—. Desde pequeña, en realidad. Siempre lo supe. ¿Y tú?

Hubo un breve silencio. Elisa dejó de remover la cuchara en el vaso, escuchando con más atención.

—Creo que no, no sé, nunca he probado, ¿sabes?, pero no sé si sería mala idea. Pero... nunca he hablado de esto con nadie. Eres la primera.

—Qué honor —dijo Júlia, con suavidad—. Y, mira... no hay nada de malo en eso.

Elisa respiró hondo. La merienda ya estaba lista, pero ella se quedó allí, inmóvil, apoyada en el fregadero.

Júlia estaba abriendo puertas dentro de aquella casa —y dentro de ella también.

Puertas que tal vez nunca más se cerraran.

Elisa fingía estar ocupada terminando la merienda en la cocina, pero la cabeza le palpitaba, confusa y caliente. Intentaba ignorar la conversación que acababa de oír, intentaba ignorarse a sí misma.

Fue entonces cuando oyó pasos que se acercaban.

Júlia entró despreocupadamente en la cocina, caminando hacia el filtro de agua.

—Voy a coger un vaso, ¿vale? —avisó, con la voz más baja, casi íntima.

Elisa asintió sin mirarla, concentrada en cortar una manzana que ya estaba en rodajas perfectas desde hacía tiempo.

Júlia abrió el armario, cogió el vaso y lo llenó de agua con calma. Bebió un sorbo y, entonces, sin previo aviso, dijo:

—No es nada sutil escuchando conversaciones ajenas, profesora.

El corte del cuchillo se detuvo a mitad de la manzana. Elisa se quedó inmóvil, sin valor para responder.

Júlia sonrió de lado, acercándose despacio.

—Relájate... —susurró, como si compartieran un secreto—. Me gusta que me oigan.

Elisa dio un paso atrás, instintivamente. Pero la cocina era demasiado pequeña para huir.

Júlia avanzaba, y ella retrocedía, hasta sentir la espalda tocar la encimera. Sin salida.

—Sabes... —dijo Júlia, la voz ronca, cálida, llena de tensión y malicia—. Tengo acceso a cada parte de tu cuerpo que está en ebullición ahora mismo. Sé que podría rozarte, tocarte, invadirte. Sería fácil.

Ella se acercó aún más. Elisa sentía el calor de su cuerpo contra el suyo, sin siquiera tocarse.

—Pero yo no soy así —continuó Júlia, la boca peligrosamente cerca de su oreja—. Voy a dejar que tú me lo pidas... o quién sabe, que me implores.

Elisa cerró los ojos por un instante, el cuerpo entero en alerta, el corazón marteleando en las costillas.

Entonces, la voz de Júlia llegó aún más baja, como un cuchillo de terciopelo rasgando su resistencia:

—No me convenciste con aquel mensaje... Tal vez seas hetero, profesora. Pero solo para tu familia.

—Porque tú y yo sabemos que hetero de verdad... no lo eres.

Elisa se quedó sin aliento.

Cuando abrió los ojos, Júlia ya estaba saliendo de la cocina, volviendo a la sala, sonriéndole a Sofía como si nada hubiera pasado.

Y Elisa se quedó allí, apoyada en la encimera, el cuerpo temblando, el alma en combustión, y una certeza gritando dentro de ella:

Nunca más sería la misma.

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