Katerina murió por salvar a una joven. No esperaba despertar en una historia que no era suya... con un destino aún más cruel.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo. Ha reencarnado como Avery, una noble ignorada por su padre, despreciada por su hermana y condenada a morir junto a su madre en una historia que no escribió. Pero Katerina conoce ese final: lo leyó. Sabe quién mata, quién sobrevive… y quién sufre en silencio.
Solo que esta vez, ella no va a permitirlo.
NovelToon tiene autorización de Hadassa Paz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 4
Una vez la estirada y pesada señora se marchó, Eliana soltó un suspiro largo y tembloroso. Decir que no le temía a la Archiduquesa sería mentir descaradamente. Le temía, más de lo que le gustaría admitir.
Avery lo notó. Y se prometió ayudarla. Esta vez, ambas sobrevivirían al final de esa historia trágica.
Pero para eso, necesitaba saber con exactitud en qué punto se encontraba la trama de Amor entre espinas.
Recordaba que la primera en morir era la Emperatriz. Luego el Emperador. Después... ella y su madre. Y, por último, el mayor obstáculo para los protagonistas: el príncipe heredero. Sin contar a los personajes secundarios que perecían por atreverse a descubrir y denunciar las atrocidades de Ossian y Ágata.
—Madre, ya que no recuerdo muchas cosas... ¿podría hablarme del reino?
—Claro que sí, cariño. Lo que sea por ayudarte a recuperar la memoria... A ver, ¿por dónde empiezo?
—¿Los gobernantes?
—Ah, sí. El Emperador actual es Nikolaus. Su esposa fue la emperatriz Calista...
—¿Fue? —preguntó Avery, alarmada—. ¿Está muerta.
—Sí, hija. Falleció hace dos años.
¡No puede ser! Eso significaba que la historia ya estaba bastante avanzada. Si no actuaba pronto, su muerte y la de su madre serían inevitables.
—¡Carajo! —exclamó—. Murió en su cama mientras dormía, ¿verdad?
—Así es.
Avery tuvo ganas de arrancarse los cabellos. ¿Tanto costaba que la enviaran a vivir una vida tranquila, normal, sin tener que hacer proezas para seguir con vida?
—¿Estás recordando algo, hija? —preguntó Eliana, con una chispa de esperanza en los ojos.
—Un poco, madre —mintió. Jamás podría decirle que todo lo sabía porque lo había leído en un libro de fantasía.
—Eso es espléndido. En ese caso, te contaré más... El príncipe heredero se llama Xylon. Era un joven guerrero, valiente, amable, un líder nato que siempre anteponía los intereses del pueblo.
—¿Era?
—Sí. Desde que murió su madre, cambió. Ya no es el mismo.
—¡Ay, qué alivio! —exclamó sin pensar.
—¿Cómo dices? —Eliana la miró, sorprendida.
—Pensé que estaba muerto... Me alegra saber que aún vive. Y... ¿el Emperador? ¿Se volvió a casar?
—Oh, no. Según los chismes de las criadas —porque, créeme, me entero de todo por lo que se dice en los pasillos—, ha estado centrado en fortalecer alianzas con otros reinos y en ayudar a su hijo a salir del abismo en el que cayó. ¡Pobre muchacho! Dicen que su hermanastro, hijo de la concubina Rina, anda buscando apoyos en la corte para destronarlo y quedarse con el trono.
—Gracias por contarme todo esto, madre. De verdad espero recuperar mis recuerdos.
—Así será, cariño. Estoy segura de ello.
Las horas pasaron y, casi sin darse cuenta, llegó la hora de la cena. Eliana se excusó diciendo que deseaba volver a su habitación a descansar. Avery se ofreció a acompañarla, pero ella se negó con firmeza. Poco después, Fania, su doncella, se acercó para decirle que debía dirigirse al comedor, donde la esperaba su familia.
—Fania, antes quiero ir a buscar a mi madre.
La joven suspiró, dándose cuenta de que tampoco recordaba ese detalle.
—Señorita... su madre no puede cenar con la familia.
—¿Qué? ¿Por qué?
Fania miró alrededor, asegurándose de que nadie pudiera escucharla, y luego se acercó a ella.
—Su madre solo tiene permitido permanecer en el ala oeste de la mansión. Que hoy estuviera en su habitación fue una excepción, por su delicado estado de salud.
Avery, por supuesto, conocía ese detalle por lo poco que el libro mencionaba. Pero no podía decirlo. Lo mejor, dadas las circunstancias, era seguir fingiendo amnesia. Así estaría siempre un paso adelante.
—¿Puedes decirme por qué?
—No debería hacerlo... pero lo haré porque la estimo, y porque espero que esta pérdida de memoria le haga abrir los ojos.
Fania creía que tal vez, por fin, su señorita dejaría de ser el tapete de esa malvada familia.
—A su madre la maltratan. Se alimenta de las sobras de la cena. Tiene apenas dos vestidos y la Archiduquesa, o los guardias, la golpean con cualquier pretexto.
Los ojos de Avery se abrieron con horror. El libro solo hablaba de reclusión y maltratos verbales, jamás de humillaciones tan crueles. ¿La alimentaban como a un animal? ¿La golpeaban?
—¡Desgraciados! Juro que lo pagarán —murmuró con rabia.
—Por favor, nadie debe saber que yo le conté esto.
—Tranquila, Fania. Ya no soy la misma de antes. Ahora... llévame con ellos. Quiero verlos.
Fania asintió y la guió. Mientras avanzaban por los pasillos lujosos, Avery no podía dejar de apretar los puños. Aquella mansión parecía un palacio, construida con los materiales más exquisitos, adornada con los accesorios más finos...
¿Y su madre vivía como una mendiga?
Frente a unas enormes puertas de caoba tallada, se detuvieron.
—Llegamos, señorita. Pase usted.
—Gracias, Fania. Por favor, ve tú también a cenar.
Con una sonrisa, cruzó el umbral. Todos ya estaban sentados. A la cabeza, un hombre de cabello dorado, cejas rectas, nariz aguileña y ojos fríos: el Archiduque.
Avery contuvo la risa. Para ser el padre de la protagonista, era más bien feo. Gracias a Dios, no me parezco en nada a él, pensó.
Nadie pareció notar su presencia. Solo el sonido de las cucharas golpeando los platos llenaba la sala. Se sentó con cuidado en una silla libre frente a Ágata y la Archiduquesa. Intentó no hacer ruido, pero no tuvo suerte.
—¡Hermana! ¡Qué alegría verte! Estaba tan preocupada por ti —dijo Ágata, con voz chillona.
Avery alzó la vista con desgano.
Forzó una sonrisa. Ágata, por dentro, hervía de odio. No solo Avery seguía viva, sino que se veía más radiante que nunca. Y ni siquiera parecía interesada en ella o sus padres. Su rabia era tal, que derramó la sopa fuera del plato.
—¿Ágata? ¿Qué te pasa? —preguntó la Archiduquesa.
—Es... es la emoción de ver a mi querida hermana bien.
—Hija, siempre tan compasiva. Eres un orgullo para esta familia.
La mujer se tapó la boca, dándose cuenta de lo que acababa de decir. Miró alarmada a Avery. Pero esta la ignoró, y siguió comiendo, sumida en sus pensamientos.
¿Por qué su hermanastra deseaba matarla?
El libro nunca lo explicaba. Pero ahora lo entendía: el emperador quería fortalecer su trono casando a sus hijos con familias influyentes. Y una de ellas era la del Archiduque Richmond.
Como hija mayor, Avery fue la elegida para comprometerse con el segundo príncipe. Pero la Archiduquesa jamás permitiría que una plebeya superara a su adorada hija. Así que planearon empujarla del tejado.
Nunca imaginaron que, una semana después, despertaría... viva.
—Avery —dijo de pronto la voz grave del Archiduque.
—¿Sí? —preguntó ella, levantando apenas las cejas.
El hombre frunció el ceño, incómodo.
—Es hora de que te cases.
—¿¡Qué!? —por poco se atraganta.
—Te comprometerás con el segundo príncipe, Ossian.
—Espera... ¿qué? ¿Por qué yo? ¿No era Ágata la escogida?
—¿Ágata? No. El emperador te eligió a ti. Eres la mayor.
Avery trató de recordar si el libro mencionaba eso. ¿Se lo había saltado? ¿Lo olvidó al quedarse dormida leyendo? Fuera como fuese, ahora comprendía por qué intentaron matarla. Y se preguntaba... ¿estaría Ossian involucrado? ¿O aún no conocía a Ágata?
Demasiadas preguntas. Demasiadas lagunas.
Tendría que trazar la cronología de la novela antes de olvidar algo crucial.
—Me niego —declaró al fin, con firmeza—. Jamás me casaré tan joven. Y mucho menos con un príncipe que está destinado a arruinar este reino.