Baile Con El Diablo

La Gira Internacional

Los siguientes días pasaron en un borrón de ensayos intensivos y preparativos para la gira. Junto a Natalia, nos sumergimos en la práctica de los papeles principales que interpretaríamos en los diferentes ballets del repertorio.

La directora artística se aseguró de que estuviéramos listas física y mentalmente para enfrentar los desafíos que nos esperaban. Nos exigía perfección en cada movimiento, sin dejar espacio para errores.

Aunque el ritmo de trabajo era extenuante, no me quejaba. Estaba decidida a dar lo mejor de mí en cada presentación. Esta era mi oportunidad de demostrar al mundo mi talento, y no iba a dejar que nada se interpusiera en mi camino.

Finalmente, llegó el día de la partida. Abordamos el avión que nos llevaría a la primera parada de la gira, una ciudad lejana y exótica. Durante el vuelo, traté de relajarme y descansar un poco, pero la emoción y los nervios me mantenían alerta.

Una vez que llegamos al hotel, la compañía se instaló rápidamente. Aproveché para dar un paseo por los alrededores, tomando fotos y absorbiendo la atmósfera de la ciudad. Fue entonces cuando noté que alguien me estaba observando.

Al darme la vuelta, me encontré con un hombre alto y elegante, de aspecto refinado y mirada penetrante. Nuestras miradas se cruzaron por un breve instante, y sentí un estremecimiento recorrer mi espalda.

"Disculpe, ¿puedo ayudarlo en algo?" pregunté, tratando de mantener la calma.

El hombre esbozó una sonrisa enigmática.

"Discúlpeme, señorita. No pretendía importunarla", dijo con voz suave. "Simplemente me quedé cautivado por su belleza."

Sentí que el calor subía a mis mejillas. ¿Quién era este hombre y por qué me miraba de esa manera?

"Le agradezco el cumplido, señor, pero debo retirarme ahora", respondí, tratando de sonar firme.

Él asintió con elegancia y se apartó, permitiéndome continuar con mi paseo. Sin embargo, su presencia me había dejado inquieta. ¿Sería este el hombre del que la directora me había advertido?

Cuando regresé al hotel, le conté a Natalia lo sucedido.

"¿Un hombre misterioso y elegante?" preguntó, frunciendo el ceño. "Suena como la descripción que la directora te dio. Ten cuidado, Sarah. Ese tipo de personas pueden ser peligrosas en el mundo del ballet."

"Eso mismo me temo", suspiré. "No sé quién es, pero su mirada me incomodó. Debo mantenerme alejada de él."

Natalia asintió con seriedad.

"Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea", dijo, apretando mi brazo con cariño. "No dejes que nada ni nadie interfiera con tu danza. Eres una estrella en ascenso y nadie va a arruinar eso."

Le agradecí en silencio su apoyo. Tener a Natalia a mi lado me daba la fuerza que necesitaba para enfrentar cualquier obstáculo.

Esa noche, durante la función, salí al escenario con determinación. Ignoré cualquier distracción y me sumergí por completo en la coreografía, dejando que mi cuerpo se moviera con gracia y elegancia. El público quedó cautivado por mi interpretación, premiándome con una ovación de pie.

Cuando volví a los camerinos, la directora artística me felicitó efusivamente.

"¡Excelente trabajo, Sarah!" exclamó. "Tu desempeño ha sido impecable. Estoy muy orgullosa de ti."

"Gracias, señora", respondí, aún abrumada por la energía del público. "Daré lo mejor de mí en todas las presentaciones."

"Sé que lo harás", asintió la directora. "Mantén ese enfoque y nada podrá detenerte."

Salí del teatro sintiéndome eufórica. Nada, ni siquiera la misteriosa presencia que me había inquietado, iba a distraerme de mi objetivo. Iba a brillar en cada actuación y demostrar que era digna de mi puesto como primera solista.

A medida que la gira avanzaba, mi reputación crecía. Las críticas elogiaban mi talento y presencia escénica, y los directores de otros teatros comenzaron a seguir mi trayectoria con creciente interés.

Sin embargo, no podía evitar la sensación de que alguien me observaba. En varias ocasiones, creí ver al misterioso hombre del hotel entre el público, pero cada vez que lo buscaba, desaparecía entre la multitud.

Decidí mantener mi mente enfocada en la danza y no dejar que esa presencia me distrajera. Tenía que demostrar que era capaz de manejar la presión y las tentaciones que venían con el éxito.

Mientras los aplausos retumbaban en cada teatro, me sentía más viva que nunca. Esta era mi pasión, mi razón de ser, y nada ni nadie iba a quitarme eso. Iba a brillar con mi propio resplandor, sin importar los obstáculos que se me presentaran.