Casada Por Mí Reino.

Casada por mí reino. 

Capítulo 4. 

Las acciones de Drago. 

Autor: Elsa Elena Isasa. 

– Puedes ir a la Aldea Alondra a buscar lo que necesitas para tu barco y tu tripulación.Curare a la niña. Puedes tomar mí carreta. Me regresas mí carreta, te regreso a tu hija sana– le dijo la bruja rubia al joven. Los ojos de ambos parecían espadas a punto de atacarse. –

– Si alguien puede curar a su hija, señor Drago es nuestra Reina Sol Lisbeth - dijo un anciano. 

El perro lobo seguía cada paso que Drago y su gente daban en la entrada de una especie de casa de piedra rodeada por chozas. Los negros también estaban expectantes. 

– Es mí hermana. Mí mujer quedará también para cuidarla. Mí hermana muere y todos ustedes, campesinos, conocerán el fatal sabor de nuestras armas– dijo Drago. Miraba a la bruja rubia con odio en los ojos. Pero su momento era desesperado. Hizo una seña a su amante con la cabeza y le ordenó quedarse. 

No tuvieron más remedio que partir por un camino cubierto de niebla en una desvencijada carreta. Sus hombres iban de pie a su lado y un negro inmenso, que parecía el amante de la bruja, los seguía serio. 

El camino a la nada gris parecía interminable pero el negro movía cada tanto la carreta para retomar una especie de huella pedregosa que los llevó después de dos horas a toparse con un Villarejo de casas de piedra. 

El moreno no decía ni una palabra. Recibió en un momento del camino un empujón y escupitajos de uno de sus hombres y con rapidez increíble, golpeó al idiota con un golpe seco en el cuello que lo hizo desparramar en el piso. Sin palabras lo levantó como a una pluma y lo tiró dentro de la carreta. 

– ¡Es la carreta de la Reina de los negros!-- expresó el dueño del mugroso mesón donde llegaron.¿ Que desean señores?--

– Comida para todos y enseres diversos. Nada de aguardiente. - dijo Drago– ¿la reina de negros?, se refiere usted a la bruja rubia que cura–

– La misma. Reina de Alubia y desterrada por su padre - dijo el mesonero–¿ tienen con que pagar?--

– Así es– respondió Drago depositando una bolsa de monedas de oro sobre la rústica mesa.

El mesonero apoyó después de poco tiempo una vasija de humeante comida sobre la mesa y todos se dedicaron a comer con desesperación de ella. El capitán Morris hacía preguntas a los lugareños sobre los elementos que necesitaba para el arreglo de su nave. Drago estaba preocupado. Su hermana enferma había quedado en poder de esa gente desconocida. ¿Reina de Alubia?Y porque un padre desterraría a su hija. Quizás por ser la amante de un esclavo. 

El negro estaba parado como estatua junto a la carreta. A pesar de haberle hecho gestos para que se integre a su gente y coma con ellos, no se movía. 

Mientras su capitán Morris hacía una recorrida por la villa, para encontrar herreros que fabriquen los elementos rotos de su barco, Drago se arrimó al mesonero para Inquirir.

– Cuéntame sobre la Reina de negros. La bruja rubia- dijo. 

Y el hombre comenzó el relato desde la época en que Sol Lizbeth tenía solo diez años y fue traída por la negra Maliusa desde el castillo a la casa de piedra. Allí se enteró que un sabio anciano le enseñó a plantar Girasoles y a extraer su aceite. Que la mujer conocía de hierbas y conjuros de sanación porque había curado a mucha gente de la aldea. Que su padre se había casado otra vez y se quedó con todas las posesiones de su hija ya que el reino había sido de su esposa. Supo también que esa tierra antes era infértil y que los negros no eran sus esclavos, solo vinieron a rodearla buscando trabajo y libertad. 

– Maliusa, la vieja morena, la amamantó desde niña. Ese moreno de afuera es su guardián y quizá algo más – dijo la mujer regordeta del mesonero. 

– Cállate mujer. Rumi tiene mujer y pronto tendrá un hijo. Deja de hablar de lo que escuchas de otras vagas como tu, de lengua afilada - respondió el mesonero. 

De todo lo escuchado Drago rescató algunas ideas. Necesitaba recorrer el reino de Alubia antes de volver a su viaje en el mar. La historia parecía ser interesante e incluso económicamente rentable para su reino.

– Quizás compartan el hombre. ¿Porque sino alguien que dice ser princesa estaría rodeada de esa gente?-- repitió la mujer. –

– ¿Dónde puedo comprar buenos caballos ?– preguntó Drago al mesonero. Los amantes de la bruja le tenían sin cuidado. Su interés ahora estaba en una rolliza muchacha de sonrisa amplia que lo miraba hacía rato. Su amante no estaba. Y él necesitaba un descanso y caballos para su gente. Recorrería estos lugares, quizá el destino le trajo a esa playa, a curar a su hermana y expandir su reino. 

La compra de caballos, un baño y su nueva amante le ocuparía el resto del día. Despidió al negro con la carreta que se metió otra vez dentro de la niebla recomendándole por la salud de su hermana y abrazado a su nueva conquista se fue a la pieza del meson a desestrezarse. 

Rumi volvió a la aldea con la carreta. El pirata parecía dispuesto a ubicarse por un tiempo en el lugar. Compraba caballos y ya había elegido una nueva amante. 

Cuando llegó contó las nuevas noticias a su gente. Nadie se asombró. Ni siquiera la mujer que según él, era suya. Por lo visto, los hábitos de Drago eran bien conocidos y aceptados. 

La pequeña enferma había sido bañada por Sol Lisbeth y cambiada con ropas limpias cubierta con ungüentos alcanforados en el pecho y la espalda. Mariusa le había hecho beber una sopa caliente de gallinas del corral y todo indicaba que la niña mejoraría. 

La pequeña Tinha conversaba poco. Su dialecto era entendido sólo por Sol Lisbeth y el anciano. Decían que era la lengua de la lejana Escitia. Un reino que nadie conocía Alen los mares. 

Y los días empezaron a correr y la niebla de poco a despejó. La mujer del pirata se había vuelto muy afecta a un joven moreno llamado Rusvel. Sol Lisbeth la miraba con desaprobación. Quería que el tal Drago llegue pronto por su hermana y se pierda por dónde había venido.