Rosas Y Armas

—No soy…

—Sí, sí, lo eres. —me interrumpe, la sonrisa sigue perforando sus labios. —Bien, ¿Me haría el honor de acompañarme?

Muerdo mi labio inferior. No tenía escapatoria.

—Yo…solo vengo a…

—Viene para entregar unas flores, ¿No? —él se gira un poco más hacia mí. —Nuestro jefe es alguien que quiere las cosas en orden y para ser precisos, —mira el reloj que descansa en mi muñeca. —tiene tres minutos deretraso. Si continuamos hablando aquí, tal vez él haga que alguien sea arrojado por la ventana…y ese talvez sea yo.

Su sonrisa destella diversión, pero yo no lo santa así.

—Señor. —uno de los de atrás que permanecían en silencio, habló.

—Ah, lo siento, lo siento. —canta él con una sonrisa. Ríe un poco por la broma que había soltado de arrogar a alguien por la ventana, broma o no, no me interesaba para nada comprobarlo. —El jefe es alguien bondadoso, con el corazón puro de un niño. No mataría a ninguna mosca.

—Señor…—el mismo que había hablado antes, lo vuelve a hacer, pero con reproche y con un suspiro de intermedio.

El hombre de ojos verdes vuelve a reír.

—Bien, será mejor si comenzamos a movernos. O si no, Taylor comenzará a reprocharme nuevamente. —el hombre de detrás de él, solo se decidí a permanecer en silencio y volver a soltar un suspiro de cansancio. —Sita. Evangeline, mi nombre es Trevor Jackson. Puedes llamarme Trevor o Trev, como tu más deseas, cariño.

—No soy tu cariño. Y prefiero dejar las flores aquí e irme a casa. Así que, si me permite…

Él mantiene la sonrisa cuando su mirada me penetra aun más. Doy un paso hacia atrás, aprieto las flores con algo de fuerza.

—No puedes.

—Me importa una mierda, quiero bajar.

Mi mirada recae sobre él pesadamente, su sonrisa parece temblar un poco, perdiendo estabilidad, pero vuelve a sonrisa como si nada no hubiera pasado.

—No podrá salir de aquí a menos de que él lo permita.

—No puede…

—Sí, sí puede. —trago saliva en seco. —Y puede hacer muchas más cosas.

Su sonrisa despreocupada vuelve a darme un escalofrió en el cuerpo completo. Aun así, no me muevo.

—Le sugiero que comience a moverse o…—da un paso adelante, metiendo el cuerpo dentro del ascensor. Mis pies se clavan en el suelo. —, puedo cargarla en mis brazos.

Trevor estira un poco sus brazos. Mi cuerpo por instinto se aleja aun más, el arco de su ceja se eleva con algo de sorpresa. Y aquella sonrisa aún se mantiene en ese estúpido rostro.

Enderezo mi cuerpo y levanto la barbilla. Aun con dudas, decido salir del ascensor y quedarme detrás de él, los otros dos guardias se posicionan detrás de mí. Volviéndome a dejar sin escapatoria, parecían dos grandes muros vestidos de traje negro.

Trevor se detiene detrás de lo que parecía ser otro ascensor. Totalmente opuesto al otro. Pasa una tarjeta negra y las puertas se abren, se hace a un lado y aun con la sonrisa despreocupante ocupando su rostro, mis pies no querían moverse, pero sabía que no tenía otra opción que hacer lo que ellos querían. Avancé hacia dentro del pequeño cubículo, a mi lado se puso Trevor y delante de nosotros se posicionaron los dos guardias, dándonos la espalda. Apreté con fuerza las flores que aun sostenía, cuando las puertas se cerraron y el ascensor comenzó a moverse, el cristal que lo rodeaba comenzó a mojarse, no entendía porque, pero cuando me di vuelta para saber si llovía, mi mandíbula tembló. Estábamos pasando justo por debajo de la cascada, luego al llegar a los más alto, la atravesó.

—Debes estar bromeando…—de mis labios se escapó un susurro. Aunque lo había dicho solo para mí, Trevor parecía tener bastante atención a cada movimiento que hacía.

—Impresionante, ¿no?

No respondí.

—Bueno, a partir de hoy seguirás sorprendiéndote por las cosas que te sucederán y veras. —cuando lo miro de reojo, veo que la sonrisa en sus labios se agranda y parecer ser más sinceramente divertida que las anteriores.

Tenso los labios con fuerza, cuando el ascensor se detuvo y luego las puertas volvieron a abrirse y los guardias salieron, y en un segundo Trevor ya se encontraba afuera esperándome para escoltarme. Me quedé en mi lugar, a partir de este momento, a partir de que salga del ascensor, tengo que tener mi mente activa y mis defensas arriba. Estaba sola, debía protegerme.

Cuando levanté la mirada de las flores y dejé mi mente en blanco, mi mirada se centró en Trevor, su sonrisa comenzaba a enojarme, estábamos en una situación en donde la tensión se sentía en el aire y él parecía estar disfrutando de las expresiones de mi rostro y de lo cautelosa que estaba siendo. Quería golpearlo, las flores ya no servían más, aunque ellas no tenían la culpa, simplemente quería arrogarle algo al rostro con fuerza y borrar aquella sonrisa.

No podía parecer débil o con miedo, así que me esfuerzo para que las esquinas de mis labios se curven hacia arriba.

Cuando él ve mi sonrisa, la suya titubea un poco, sorprendido. Pero se mantiene firme.

—Haré la entrega y saldré de este lugar, por las escaleras, el ascensor o por la ventana, si es necesario.

Abre la boca para decir algo, pero luego no dice nada. Y por un segundo, veo lo que aprecia ser el fantasma de una sonrisa tan sinceramente divertida.

Mis pies se arrastran siguiéndolo hasta una puerta de doble hoja, la cual parecía llegar hasta lo más alto del techo, tal vez dos o tres metros de alto. Trevor decide abrir la puerta sin antes golpear, ambos guardias suspiran. Parecía que él debía seguir unas reglas, pero no le importaba aplicarlas y solo hacia lo que a él más le placía. Al entrar una gran oficina nos recibe, lo que era el escritorio, era enorme y de color negro, acompañado de una gran silla, la cual detrás se encontraba lo que parecía ser una biblioteca personalizada, no había fotos, solo libros, placas con algunos títulos y otras cosas las que parecía ser importantes. Un juego de living moderno en el centro de la habitación, a simple vista me parecía frio el lugar. Y en el otro extremo, se encontraban otra puerta de doble hoja, solo que esta tenia grandes picaportes plateados a comparación con la puerta por la que yo acababa de atravesar, las cuales tenían otro exagerado tamaño para llamarse picaporte, pero eran del mismo color que las puertas, negras.

Detrás de mí las puertas se cerraron, mi yo interior se estremeció.