Doce hermosas princesas, nacidas del amor más grande, han sido hechizadas por crueles demonios para danzar todas las noches hasta la muerte. Su madre, una duquesa de gran poder, prometió hacer del hombre que pudiera liberarlas, futuro duque, siempre y cuando pudiera salvar las vidas de todas ellas.
El valiente deberá hacerlo para antes de la última campanada de media noche, del último día de invierno. Scott, mejor amigo del esposo de la duquesa, intentará ayudarlos de modo que la familia no pierda su título nobiliario y para eso deberá empezar con la mayor de las princesas, la cual estaba enamorada de él, pero que, con la maldición, un demonio la reclamará como su propiedad.
¿Podrá salvar a la princesa que una vez estuvo enamorada de él?
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CAPÍTULO 23
Una vez llegó la hora, salió listo para reencontrarse con Anastasia. No entendía la razón por la que él, siendo tan adulto, se sentía nervioso como un joven.
Cuando llegó a las afueras de la puerta de la academia militar, que queda dentro de los terrenos del palacio real, se sorprendió al escuchar cómo Anastasia había sido recogida por supuestamente su custodia.
Preocupado, siguió el camino que le habían dicho los guardias, encontrándose a lo lejos, cerca de un estanque, a Anastasia hablando con alguien.
Solo podía observar que era un hombre, aunque estuviera tapado por las hojas de una rama. Fue cuando vio como agarraba sin permiso el brazo de Anastasia que sintió un enojo sin igual.
—¿Me estás rechazando?—preguntó Ibrahim—¿Sabe usted quién soy?
—El visir Ibrahim, hermano del sultán—respondió Anastasia.
—¿Y si sabes quién soy yo, por qué me rechazas?—preguntó aún más molesto—¡No te creas la importante! ¡Nadie puede desear a una maldita cómo tú!
Ibrahim estaba molesto, se suponía que él era su mejor opción. La haría su esposa y madre de sus hijos, ¿acaso podría haber algún hombre capaz de hacerse cargo de una mujer como ella?
—Lo sé, nadie me querrá—susurró intentando zafarse de él—pero nadie es como él, usted no es él. Solo mi corazón lo querrá él.
Cuando iba a jalar más fuerte de su brazo sano, el visir, quién no iba a ser humillado por aquella mocosa, luego de ser el mismo quién fuera a buscarla, se quedó impactado ante lo que vería.
Un hombre, casi de la edad de su hermano, la separó de el y la tomó en brazos, mientras lo miraba mal.
—¡Oh, visir!—exclamó—¡No sabía que estaba cortejando a la hermana de la reina! Espero que su majestad no se entere de que pretende la mujer de otro hombre...
Haciendo uso del nombre de la reina Irene, salió sin dejar que el visir respondiera. Su corazón anhelaba separar a ese hombre insolente de su mujer.
No le importaba tan siquiera que aquel hombre se tratara del visir del reino vecino, o que estuviera allí por razones diplomáticas, lo único que deseaba era llevarse a Anastasia de allí.
Si bien la princesa mayor no temía y estaba dispuesta a responderle al Visir, se sentía encantada siendo cargada en los brazos de Scott.
Aunque estaba un poco incómoda debido a su brazo fracturado, había un cambio el mejor amigo que hacía que esta ignorara su molestia encantada.
No sabía si era porque le había ido a recibir con una vestimenta distinta a su rango en la iglesia o si la cargaba con una autoridad y calidez nueva, pero decidió dejarse llevar.
Sintiéndose un poco somnolienta, se quedó dormida, apoyando su cabeza en el hombro de la amplia y musculosa espalda de Scott.
En su ensoñación, comparó el aroma de Scott con el aroma del Visir. Si bien se notaba que el ministro del sultán usaba un perfume costoso, no era nada en comparación al aroma del amor de su vida.
Despertando con un poco de pereza, se sorprendió al notar que la había llevado directo a su habitación y como esta se encontraba lista para ser recibida y examinar su brazo fracturado.
