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UN AMOR PROHIBIDO PARA EL MARQUÉS

UN AMOR PROHIBIDO PARA EL MARQUÉS

Status: En proceso
Genre:Amor prohibido / Padre soltero / Profesor particular / Dejar escapar al amor / Romance entre patrón y sirvienta / Secretos de la alta sociedad
Popularitas:1.9k
Nilai: 5
nombre de autor: Chero write

La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?

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la caza mayor

El bosque resonaba con el crujido de las hojas secas bajo las botas de los cazadores y el resoplar constante de los caballos. El aire matutino, aún fresco y cargado del aroma terroso de la humedad, envolvía al grupo principal mientras se adentraban en la espesura. La conversación, como era habitual en estas expediciones masculinas, giraba en torno a las proezas pasadas y las expectativas del día.

"Dicen los guardabosques que este año los ciervos están especialmente esquivos," comentó el Marqués, ajustando la empuñadura de su rifle finamente grabado.

"espero que no demasiado, me gustaría ver algún jabalí decente hoy. La última vez la cacería fue… digamos, modestamente fructífera."

El Duque de Costa Dorada, con su habitual tono socarrón, añadió mientras observaba el vuelo de un arrendajo: "Hablando de modestia, Su Majestad, Parece que los jovenes este año tienen más entusiasmo que experiencia."

La alusión a la incursión de Tomás en la cacería de este año molesto al marqués quien quiso responder pero justo en ese instante, un sonido seco y distante resonó entre los árboles. Un único disparo, nítido a pesar de la distancia.

El Duque alzó una ceja con una sonrisa burlona. "¡Ah hablando de eso! Parece la impaciencia ya ha encontrado algo que abatir… o quizás solo hayan espantado a toda la caza en diez leguas a la redonda."

Apenas unos instantes después de sus palabras, una bandada de patos salvajes irrumpió en el cielo sobre ellos, batiendo sus alas con un graznido alarmado. Volaban alto y desordenadamente, huyendo en dirección opuesta al disparo.

El Duque suspiró exageradamente, llevándose una mano al pecho con fingida consternación. "¡Ay, qué lástima! Parece que alguien ha tenido un dedo demasiado ligero con el gatillo. Ahora sí que estarán todos los animales del bosque en alerta máxima. ¡Gracias, a algún joven impetuoso!

"los jóvenes están aprendiendo," respondió el Marqués con una voz grave y pausada, desprovista de cualquier emoción discernible. Sus palabras, aunque escuetas, poseían una firmeza que acalló cualquier intento de réplica inmediata por parte del Duque.

El Rey frunció ligeramente el ceño, aunque sus ojos mantenían un brillo divertido. "Podría haber sido cualquiera de los jóvenes, Alejandro . No adelantemos conclusiones. Quizás el teniente Jorge les esté enseñando una lección práctica. El Teniente Jorge es un excelente instructor y tiene órdenes precisas sobre la supervisión de los jóvenes."

"Además, Don Alejandro," añadió el Marqués, su tono ligeramente más frío, " Confío en la capacidad de Tomás para seguir las indicaciones que se le han dado, pero no estoy tan seguro del resto de los jovenes." Su mano derecha se deslizó brevemente hacia su pecho, un gesto casi imperceptible para aliviar la punzada persistente, antes de volver a sujetar firmemente las riendas de su caballo.

El Rey asintió con una leve sonrisa, aprobando la respuesta mesurada pero firme del Marqués. "Bien dicho, Rafael. Cada cazador, por experimentado que sea, comenzó dando sus primeros tiros. Demos a los jóvenes la oportunidad de aprender. El bosque es lo suficientemente grande para todos."

Dicho esto el Rey picó ligeramente a su caballo, indicando que la cacería debía continuar. El Duque observó cómo el Marqués y el Rey se alejaban. La calma imperturbable del Marqués siempre lograba exasperarlo. ¿Cómo podía mantener esa compostura glacial incluso después de regresar del mismísimo infierno? Y la condescendencia del Rey, velada tras su habitual jovialidad, era aún más irritante.

"Siempre tan sereno, nuestro General," murmuró el Duque para sí mismo, espoleando ligeramente a su caballo para no quedarse rezagado. "Uno pensaría que un roce con la muerte lo haría más… humano. Pero no, ahí sigue, como una estatua de hielo."

Alcanzó al Rey y al Marqués, quienes ya habían iniciado una conversación tranquila.

"Recuerdo una cacería similar en los terrenos de mi padre," comentaba el Rey con una sonrisa nostálgica, observando el vuelo de un halcón peregrino. "Tendríamos… ¿quince años, Rafael? Tú insitiste en seguir un ciervo particularmente grande, a pesar de mis advertencias sobre el terreno pantanoso."

El Marqués esbozó una leve sonrisa, casi imperceptible. "Y usted, Majestad, insistió en llevar ese ridículo sombrero que perdió en el primer lodazal."

El Rey soltó una carcajada sonora. "¡Ah, sí! Mi fase… 'elegante' de cazador. Menos mal que la abandoné rápidamente. ¿Te acuerdas, Alejandro? Tú estabas allí también, intentando impresionar a Lady Beatrice con tus… ¿poemas de cacería?"

El Duque tensó la mandíbula. "Mis versos siempre fueron apreciados por las damas de buen gusto, Majestad. A diferencia de algunos que preferían la compañía silenciosa de los sabuesos."

El Marqués ignoró el comentario, manteniendo su mirada atenta al sendero. "El terreno aquí parece similar al de aquella vez, Majestad. Mantengamos los ojos abiertos a las zonas blandas."

El Rey retomó el hilo de sus recuerdos con una sonrisa pícara. "Y no olvidemos aquella vez en la finca de los Beaumont. Tú, Rafael, siempre tan… eficiente. Encontraste el mejor jabalí de toda la jornada, justo cuando todos dábamos la cacería por terminada."

El Duque no pudo resistirse. "Quizás algunos nacen con la suerte de encontrar presas mayores sin esfuerzo, mientras otros debemos conformarnos con lo que la fortuna nos depare."

El Marqués detuvo brevemente su caballo, girándose ligeramente hacia el Duque. Su mirada, aunque tranquila, tenía una intensidad penetrante. "La fortuna favorece a los preparados, Duque. Y la experiencia enseña a distinguir las huellas de un conejo de las de un ciervo, sin necesidad de depender del azar." El Marqués hablo con una calma estudiada.

El Duque, siempre dispuesto a pinchar, aprovechó la pausa. "Sin duda, Marqués. Y hablando de 'buenas presas', su actual elección de compañia demuestra un excelente ojo para las oportunidades… incluso para aquellos que antes parecían preferir la soledad del bosque." La alusión a su reciente compromiso con Lady Annelise, una unión ventajosa en términos de rango y conexiones, no pasó desapercibida.

El Rey carraspeó suavemente, intentando suavizar el ambiente. "Lady Annelise es una dama de gran distinción, Duque. Una alianza que sin duda traerá prosperidad a la casa del Marqués."

El Duque sonrió con falsedad. "Por supuesto, Majestad. Mucho más apropiada, diría yo, que… ciertas compañías del año pasado. Uno se pregunta qué vio el Marqués en una… institutriz." Su mirada se clavó en el Marqués, esperando una reacción.

Esta vez, la máscara de frialdad del Marqués se agrietó ligeramente. Su mandíbula se tensó, y sus ojos oscurecieron con una intensidad repentina. "Señor Duque," respondió con una voz peligrosamente baja, cada palabra pronunciada con una precisión cortante, "la señorita Medina demostró una inteligencia y una dignidad que superaban con creces la petulancia y la maledicencia de algunos nobles que conozco. Su presencia en ese evento fue por expreso deseo de Su Majestad, y lamento profundamente que su estrechez le impida apreciar el valor de las personas más allá de su título o linaje."

El Rey observó la reacción del Marqués con una sorpresa apenas disimulada. Rara vez veía a su amigo perder la compostura de esa manera. Comprendió al instante la profundidad del afecto que el Marqués sentía por la joven Elaiza, un sentimiento cuidadosamente oculto tras una fachada de indiferencia.

El Duque, sorprendido por la tajante respuesta y el tono amenazante del Marqués, palideció ligeramente. No esperaba una defensa tan apasionada de la institutriz. "Mi intención no era…" balbuceó, sintiéndose incómodo bajo la mirada gélida del Marqués.

El Rey intervino con su habitual tono ligero, aunque con un matiz de advertencia en su voz. "Vamos, caballeros. Estamos aquí para disfrutar de la cacería y de la buena compañía. Recordemos los viejos tiempos con alegría, sin desenterrar viejas rencillas." Su mirada recorrió a ambos hombres, dejando claro que no toleraría más hostilidades.

El Duque, consciente del sutil reproche del Rey, forzó una sonrisa. "Por supuesto, Majestad. Solo compartía recuerdos… quizás algo agridulces."

El Marqués volvió a dirigir su atención al bosque, el silencio entre los tres hombres ahora cargado de una tensión apenas disimulada.

El Rey espoleó suavemente su caballo hasta alcanzar al Marqués, quien cabalgaba con la espalda tensa y la mirada fija en la profundidad del bosque. El aire entre ellos era denso con las palabras no dichas y la repentina vulnerabilidad que el Marqués había dejado entrever.

"Rafael," dijo el Rey con un tono suave, desprovisto de cualquier burla. "Conozco tu corazón. Y sé que tus decisiones, aunque a veces sorprendan a tus viejos amigos, siempre están guiadas por lo que consideras correcto."

El Marqués asintió brevemente, sin apartar la vista del camino. "Agradezco su comprensión, Majestad." Su voz era aún áspera, pero con un matiz de gratitud.

El Rey continuó, cambiando de tema con la habilidad de un diplomático experimentado. "Dicen los guardabosques que por esta zona suelen verse buenos ejemplares de ciervo rojo al amanecer. Mantengamos los ojos bien abiertos. Una buena pieza nos alegraría el día, ¿no crees?"

El Marqués respiró profundamente, intentando centrar su atención en el entorno. El olor a tierra húmeda y pino llenaba sus pulmones, un contraste bienvenido con la sofocante atmósfera de la corte. "Así es, Majestad. Un buen ciervo sería una excelente recompensa por esta mañana…" Su frase quedó inconclusa.

A lo lejos, entre la maraña de árboles y la bruma matutina que comenzaba a disiparse, una sombra rojiza se movió con gracia. La silueta inconfundible de un ciervo majestuoso, con su cornamenta ramificada elevándose como una corona natural, apareció brevemente antes de internarse de nuevo en la espesura.

Los ojos del Marqués se iluminaron con una intensidad puramente cazadora. "Majestad… allí." Señaló discretamente con un ligero movimiento de su cabeza.

El Rey entrecerró los ojos, siguiendo la dirección indicada. "Magnífico ejemplar. Parece un macho adulto y de buen tamaño."

Mientras tanto, el Duque cabalgaba unos metros detrás, observando la interacción entre el Rey y el Marqués con una cautela inusual. La inesperada reacción del Marqués ante la mención de la institutriz lo había tomado por sorpresa. Ahora, se mostraba más comedido en sus comentarios, analizando en silencio la tensión palpable y preguntándose qué secretos ocultaba su frío y distante rival. La visión del ciervo despertó en él el instinto cazador, pero la reciente reprimenda lo mantenía en un segundo plano, observando y esperando su momento.

"Un buen trofeo, sin duda," murmuró el Duque para sí mismo, manteniendo una distancia prudente. "Veremos si la puntería del Marqués sigue siendo tan certera como su… defensa para ciertas personas."

El Marqués, con la concentración de un guerrero en el campo de batalla, desmontó con lentitud, indicándole al Rey con un gesto silencioso que hiciera lo mismo. Ambos avanzaron con sigilo, moviéndose con la experiencia de cazadores avezados, mientras el Duque los seguía.

El Marqués y el Rey se habían posicionado estratégicamente detrás de unos arbustos frondosos, con sus rifles ya apuntando hacia el lugar donde el ciervo había aparecido. La tensión era palpable, el silencio solo interrumpido por el suave susurro del viento entre las hojas. El Duque, un poco más rezagado, también se preparaba para disparar, aunque con una impaciencia que contrastaba con la calma concentrada de sus compañeros.

Justo cuando el Marqués estaba ajustando su mira, dos disparos resonaron con fuerza desde la distancia, rompiendo la serenidad del bosque. El eco reverberó entre los árboles, llegando hasta donde ellos se encontraban con una claridad alarmante.

El ciervo, sobresaltado por el ruido repentino, desapareció en la espesura con una velocidad sorprendente, sus poderosas patas levantando hojas y ramas en su huida.

La frustración se reflejó en el rostro del Rey.

 "¡Maldición! ¿Qué habrá sido eso?" Su rifle descendió ligeramente.

El Marqués bajó su arma con una lentitud estudiada, su mandíbula tensándose ligeramente. Una sombra de preocupación cruzó sus ojos antes de volver a su habitual expresión impasible. "Parecen disparos de armas ligeras. Probablemente los jóvenes nuevamente."

El Duque, que había estado a punto de apretar el gatillo, dejó escapar un bufido de exasperación. "¡Los jóvenes! Siempre arruinando la verdadera cacería con su impaciencia y su falta de puntería. ¡Seguro estan jugando con su nuevo rifle!" Su tono, aunque más contenido que antes, aún destilaba su habitual desdén.

El Rey suspiró. "No podemos culparlos sin saber qué ha ocurrido, Duque. Quizás se encontraron con alguna presa menor."

"Es posible," respondió finalmente el Marqués, su voz grave y pensativa. permaneció en silencio por un momento, con la vista fija en la dirección de donde provenían los disparos. Su mente, entrenada para analizar situaciones de peligro, evaluaba las posibles causas del alboroto.

A pesar de la frustración y la ligera inquietud provocada por los disparos lejanos, la mañana aún era joven y el bosque ofrecía nuevas oportunidades. El Marqués, recuperando su compostura habitual, señaló unas huellas frescas en el suelo blando cerca de donde habían avistado al ciervo.

"Parecen huellas de jabalí," observó con su ojo experto. "Son recientes y se dirigen hacia el este, hacia la zona de los riscos. Podría haber una madriguera por allí."

El Rey asintió, su ánimo recuperándose ante la perspectiva de una nueva presa. "Un buen jabalí sería un excelente sustituto para el ciervo perdido. ¿Qué opinas, Alejandro?"

El Duque, aunque todavía resentido por la interrupción y la reprimenda del Marqués, no podía resistirse a la emoción de la caza mayor. "Por supuesto, Majestad. Un jabalí siempre es un trofeo digno."

Así, los tres hombres, acompañados por sus guardias, se adentraron más en el bosque, siguiendo las huellas marcadas en el suelo. El Marqués lideraba el camino, su concentración total en el rastreo, moviéndose con la agilidad silenciosa de un depredador experimentado. El Rey lo seguía de cerca, su habitual jovialidad regresando gradualmente mientras la esperanza de una buena cacería se reavivaba. El Duque, manteniendo una distancia prudente, observaba con atención, su mente aún divagando entre la reciente tensión y la anticipación del encuentro con la presa.

Después de un rato de paciente seguimiento, las huellas se hicieron más frescas y abundantes, indicando que el jabalí no debía estar lejos habían desmontado y seguían a pie. El Marqués hizo una señal para detenerse, indicando silencio.

La imponente figura del jabalí irrumpió entre la maleza, sus colmillos afilados brillando. Al ver a los tres hombres, no dudó en lanzarse al ataque con un gruñido furioso.

El Duque, presa del pánico al ver la mole de pelo y colmillos dirigirse hacia ellos, disparó su rifle precipitadamente. El estampido resonó en el bosque, pero la bala erró el blanco, levantando tierra a varios metros del animal. El retroceso del arma lo desequilibró, haciéndole perder pie y caer de bruces sobre las hojas secas.

El jabalí, continuó su embestida, ahora directamente hacia el Rey. Su Majestad levantó su rifle con rapidez, pero con un click seco y frustrante, el mecanismo falló. El animal estaba a escasos metros, su aliento pesado y su furia palpable.

Sin dudar un instante, el Marqués reaccionó con la velocidad de un rayo. Se interpuso entre el Rey y la bestia, levantando su propio rifle. Con un movimiento fluido y preciso, apuntó y apretó el gatillo. El disparo resonó con una autoridad final, y el animal se desplomó a solo unos pasos del Rey, su cuerpo robusto cayendo pesadamente sobre la tierra.

El silencio se cernió sobre el claro, roto solo por el jadeo agitado de los cazadores. El Rey exhaló lentamente, una mezcla de sorpresa y alivio en su rostro.

"Vaya, Rafael," comentó el Rey con una sonrisa burlona, aunque sus ojos reflejaban un sincero agradecimiento. "Parece que aún conservas esa puntería letal de tus años mozos… y también esa tendencia a interponerte en mi camino cuando la situación se pone interesante."

El Marqués bajó su rifle, su expresión impasible ocultando la adrenalina que aún recorría sus venas. "Era lo más sensato, Majestad. Su arma falló en un momento inoportuno."

Mientras tanto, el Duque gemía en el suelo, intentando incorporarse con dificultad. El Marqués se acercó a él y le extendió una mano firme. "Duque, ¿se encuentra bien?"

El Duque aceptó la ayuda, apoyándose en la mano del Marqués para levantarse, su rostro cubierto de tierra y hojas. "Sí… creo que sí. Solo un golpe." Su tono era una mezcla de dolor físico y humillación.

El Rey se acercó, observando al Duque con una sonrisa divertida. "No se preocupe, Duque. A todos nos ha pasado alguna vez. Lo importante es que el jabalí no logró su cometido. Y gracias a la rápida intervención de Rafael, todos estamos ilesos."

El Duque asintió, sacudiéndose la tierra de sus ropas. "Lo tendré en cuenta, su majestad Y… gracias por su ayuda Don Rafael." La sinceridad en sus palabras era palpable, aunque teñida de un ligero resentimiento por haber sido rescatado por su rival.

Tras un par de horas más de cacería fructífera, aunque ninguna presa igualó la magnitud del jabalí abatido, el sol comenzó a ascender en el cielo, indicando que era hora de regresar al palacio. El Duque, aún visiblemente molesto por su caída y quizás por la demostración de habilidad del Marqués, se había adelantado con algunos de sus guardias, dejando al Rey y al Marqués cabalgando juntos en un ambiente más relajado.

"Una buena jornada, Rafael," comentó el Rey con satisfacción, observando las presas que cargaban los lacayos. "Aunque debo admitir que el encuentro con el jabalí aceleró un poco el ritmo cardíaco."

El Marqués asintió con una leve sonrisa. "Sin duda, Majestad. El bosque siempre nos recuerda nuestra fragilidad."

El silencio se extendió por un momento, cargado de recuerdos compartidos. El Rey suspiró suavemente, su mirada melancólica. "Me recuerdas tanto a Sofía en esos momentos de calma tensa, Rafael. Ella siempre tenía esa serenidad ante el peligro, seguramente la aprendiste de ella."

El nombre de su difunta esposa, prima del Rey y el gran amor de su vida, flotó en el aire. El Marqués se permitió una breve y fugaz tristeza cruzar su rostro.

El Rey, notando su melancolía, continuó con un tono más ligero pero sincero. "Sabes, Rafael, Sofía siempre habría querido que fueras feliz. Y tus hijos también merecen ver a su padre rehacer su vida. Lady Annelise es una mujer respetable y de buena cuna. Espero, que esta unión sea la correcta." Su mirada era directa, transmitiendo una preocupación genuina.

El Marqués abrió la boca para responder, cuando su mirada se desvió hacia el límite del bosque. A lo lejos, majestuoso y esquivo como antes, el ciervo de la mañana apareció de nuevo, su cornamenta destacando contra el verde oscuro de los árboles. Esta vez, se mostraba con más confianza, quizás creyendo que el peligro había pasado.

El Marqués señaló al ciervo con un movimiento lento y apenas perceptible de su cabeza, sus ojos fijos en el elegante animal que pastaba despreocupadamente a la distancia. El Rey comprendió al instante, su rostro iluminándose con una mezcla de sorpresa y excitación ante la segunda oportunidad.

Ambos desmontaron de sus caballos con la agilidad de cazadores experimentados, moviéndose con sigilo para no alertar a su presa.

El Rey levantó su rifle con cuidado, apuntando con precisión al torso del ciervo. Contuvo la respiración y apretó el gatillo. El disparo resonó en el bosque, y el majestuoso animal se tambaleó antes de desplomarse sobre la hierba, su cornamenta inmóvil contra el verde del prado.

Una exclamación de satisfacción escapó de los labios del Rey mientras bajaba su arma. Se giró hacia el Marqués con una sonrisa triunfal, aunque teñida de una ligera sospecha. "¡Excelente tiro, eh, Rafael! Parece que mis años no han mellado mi puntería después de todo."

Luego, con un tono más juguetón, añadió: "¿O acaso me dejaste ganar la presa, sabiendo que este viejo rey necesitaba un poco de gloriadespués de tu heroica intervención con el jabalí?"

El Marqués mantuvo su expresión serena, aunque una chispa de diversión brilló en sus ojos. "Majestad, su tiro fue impecable. Desde mi posición, un árbol joven justo delante del ciervo habría dificultado un disparo completamente limpio. Usted tenía un ángulo de visión perfecto."

Sin esperar respuesta, el Marqués comenzó a avanzar hacia donde yacía el ciervo. El Rey, con una curiosidad repentina, se acercó también, deteniéndose por un momento justo en el lugar donde su amigo había estado apostado. Escudriñó el terreno, examinando la línea de visión hacia el ciervo. Sus ojos recorrieron el espacio entre ellos y la presa, sin encontrar ningún obstáculo significativo, ninguna rama o tronco que hubiera impedido un tiro claro. Una sonrisa pícara comenzó a dibujarse en sus labios mientras seguía al Marqués.

Con el majestuoso ciervo cargado por los guardias y la satisfacción de una cacería exitosa, el Rey y el Marqués emprendieron el camino de regreso al castillo. La tensión inicial se había disipado por completo, reemplazada por una camaradería jovial.

 Ambos compartían anécdotas de sus años de juventud, riendo ante los recuerdos de cacerías fallidas y travesuras compartidas.

Al llegar a los terrenos del castillo, el bullicio del patio era inusual. Antes de que pudieran desmontar, la figura del Duque apareció corriendo hacia ellos, su rostro congestionado por la ira y su voz resonando con indignación.

"¡Marqués! ¡Su hijo! ¡Ese mocoso salvaje atacó a mi Lucas!" gritaba el Duque, señalando con un dedo tembloroso a su hijo, quien lo seguía de cerca con un ojo morado y la nariz hinchada, su expresión una mezcla de dolor y vergüenza.

Detrás de ellos, la escena era aún más peculiar. Tomás avanzaba lentamente, escoltado por una seria pero preocupada Elaiza. El niño mantenía la cabeza baja, sus manos aferradas con ternura al pequeño cachorro de zorro. Un grupo de invitados curiosos se agolpaba alrededor, murmurando y observando la inusual comitiva.

Lady Annelise se encontraba al margen del grupo, su rostro habitualmente sereno ahora tenso y su mirada dirigida con evidente disgusto hacia el niño y el animal. Sin embargo, mantenía una compostura impecable, consciente de las miradas de la corte.

El Rey y el Marqués intercambiaron una mirada significativa al presenciar la escena. La tranquilidad de su regreso se había desvanecido abruptamente, reemplazada por un drama inesperado que prometía alterar la atmósfera del castillo..

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Teresa Neri Aguilar
La trama es interesante el problema es que se escribe un solo capítulo cada 5 días es mucho tiempo de espera lo que dificulta la continuidad además de que es una pena por el interés que despierta
Chero Chan: gracias por tu comentario intentaré terminarla lo antes posible, o subir más seguido pero por mi trabajo real me es un poco complicado /Gosh/
total 1 replies
Maria Valles
muy feo final no llego a ningún lado para otra vez leo primero el final y de ahí me decido si leo la historia completa o no siento que perdí mi tiempo 😠😠
Chero Chan: aún no termina la novela está en emisión, disculpa si no subo más números, espero que cuando termine te guste
total 1 replies
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