¿Qué pasa cuando tu oficina se convierte en un campo de batalla entre risas, deseo y emociones que no puedes ignorar?
Sofía Vidal nunca pensó que un simple trabajo en una revista cambiaría su vida. Pero entre reuniones caóticas, sabotajes inesperados y un jefe que parece sacado de sus fantasías más atrevidas, sus días pronto estarán llenos de sorpresas.
Martín Alcázar es un hombre de reglas. Siempre profesional, siempre en control... hasta que Sofía entra en su mundo con su torpeza encantadora y su mirada desafiante. ¿Qué sucede cuando una chispa se convierte en un incendio que nadie puede apagar?
"Entre Plumas y Deseos" es una comedia romántica llena de tensión sexual, momentos hilarantes y personajes inolvidables. Una historia donde las plumas vuelan, los corazones se tambalean y las pasiones estallan en los momentos menos esperados.
Atrévete a entrar a un mundo donde el humor y el erotismo se mezclan con los giros inesperados del amor.
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Puente de Cuerdas
El primer reto era un puente colgante que parecía tejido por arañas borrachas: cuerdas deshilachadas, tablones podridos que crujían como galletas viejas, y un pozo de lodo brillante debajo que olía a derrota con notas de humedad adolescente. Sergio, con un megáfono de juguete y un sombrero de safari ridículo, anunció:
—¡El equipo que cruce sin llorar, ganará… mi respeto temporal! ¡Y eviten el lodo! (mentira, no lo eviten, necesito memes para el grupo de WhatsApp).
Sofía se ajustó la venda en los ojos con la delicadeza de un elefante en una cristalería, mientras Martín, cuya sonrisa era tan amplia que podría haber cabido un autobús en ella, le colocaba las manos en la cintura con un:
—Tranquila, estrellita. Si caés, te salvo… después de reírme un rato.
Ella dio un paso al frente y pisó un tablón que se partió con un crack! digno de película de terror.
—¡¿Qué fue eso?! —chilló, agarrando el aire como si pudiera abrazar la seguridad.
—Nada, solo el sonido de tu carrera periodística desintegrándose —respondió Martín, guiándola hacia la izquierda con un empujón suave que la hizo tambalearse como un flamenco en una tormenta.
A su lado, Vanessa Torres, con la venda tan apretada que parecía un vendaje de momia, gritaba órdenes a Samuel:
—¡Izquierda! ¡No, mi izquierda, tonto! ¡El lodo está a la derecha! ¡A LA DERECHA DEL UNIVERSO, NO DE TU CEREBRO DE BECARIO!
Samuel, cuyo rostro mostraba la paz de un budista en un parque de diversiones, murmuró:
—Jefa, si me deja de pellizcar, prometo no dejarla caer… a propósito.
Mientras tanto, Francisco y Alessandra iniciaban su travesía como si estuvieran en una coreografía de lucha libre.
—¡Salta a las tres! —ordenó ella, señalando un tablón a medio metro.
—¡Yo cuento! ¡Uno, dos… cinco! —él saltó antes, haciendo que Alessandra cayera de rodillas sobre una cuerda que se balanceó como hamaca en huracán.
—¡Te voy a matar! —rugió ella, colgando de un brazo mientras intentaba patearlo.
—¡Eso cuenta como trabajo en equipo! —gritó Sergio, sacando selfies con filtro de perrito.
En la retaguardia, Clara y Andrés abordaban el puente como si resolvieran un problema de física cuántica.
—Según mi cálculo, si giramos 37 grados y pisamos en sincronía… —explicaba Andrés, dibujando ángulos en el aire.
—Cállate y abrázame —lo interrumpió Clara, enlazando su brazo con la desesperación de quien abraza un extintor en pleno incendio.
Avanzaron como pingüinos en una pista de hielo, hasta que Andrés pisó un nudo que se desató con un slurp! sonoro, dejándolo colgado de la mano de ella como una piñata avergonzada.
Margarita y Sandra, desde su trono de galletitas y chismes, no podían contener la risa.
—Mirá a la Torres —señaló Margarita—. Parece un flan en una licuadora.
—Y ese lodo —añadió Sandra— le está haciendo un favor a su traje de diseñador. Ahora combina con su personalidad: manchado y dramático.
Ricardo, el conserje, apostaba cigarrillos con el entrenador del parque:
—Diez pesos a que la Sofía le da una patada al Alcázar antes del tercer obstáculo.
—Veinte a que el becario huye a Bolivia.
Y así, entre gritos, maldiciones en italiano, y un tablón que voló como disco de hockey, el puente colgante se convirtió en el mejor episodio de telerrealidad que nadie había tenido el honor (o la desgracia) de presenciar.
Así, la competencia continuó y todas las parejas de equipos tenían sus propias acciones y diálogos.
Martín con aire juguetón dijo:
—Bien, estrellita del universo, dame la mano y confía en mí.
—Martín, si me hacés caer, juro que te voy a hundir en la redacción —advirtió ella, palpando el aire hasta encontrar su brazo.
Él rió suavemente.
—Prometo que no voy a dejarte caer… al menos, no físicamente.
Sofía no tuvo tiempo de analizar el significado de esa frase porque, en ese momento, su pie resbaló y terminó chocando de lleno contra el cuerpo de Martín. Sus manos se aferraron a su camisa, y la sensación de su torso firme contra ella hizo que el aire entre ambos se volviera denso. El calor subió por sus mejillas mientras intentaba recuperar el equilibrio, pero sus dedos parecían rehusarse a soltar la tela de su camisa. Podía sentir la respiración de él contra su cabello y el sutil aroma de su perfume mezclándose con el olor a hierba fresca del parque. Su corazón latía con fuerza, traicionando la indiferencia que tanto se esforzaba por mantener.
—Interesante estrategia para pedir ayuda —murmuró Martín, con la voz más grave de lo habitual. Sus manos se habían posado instintivamente en la cintura de Sofía, sosteniéndola con firmeza pero con una delicadeza que ella no esperaba de él. Por un instante, sus ojos se encontraron y el mundo pareció ralentizarse. Era como si todas las discusiones en la sala de redacción, los desacuerdos sobre titulares y enfoques editoriales se disolvieran en ese contacto.