Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
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Bajo la misma tormenta
Capítulo 23
El amanecer llegó con una tormenta inesperada. La lluvia golpeaba el techo de la cabaña con un ritmo constante, y el viento aullaba entre los árboles. Elena se despertó con el sonido, acurrucándose más bajo las mantas mientras miraba el reloj en la mesita de noche. Apenas eran las seis de la mañana, pero ya no tenía sentido volver a dormir.
Decidió levantarse y prepararse una taza de té caliente. La cocina estaba en calma, y por primera vez en días, sintió una ligera tensión en el aire. No tardó mucho en descubrir por qué: Gabriel apareció en la puerta con el ceño fruncido y el móvil en la mano.
—¿Ya empezamos con los negocios tan temprano? —preguntó Elena con voz suave, intentando romper el hielo.
Gabriel dejó el móvil sobre la mesa con más fuerza de la necesaria. —La tormenta cortó la señal. No puedo comunicarme con nadie, y eso incluye a mi oficina.
—¿Es realmente tan grave? —preguntó ella, encogiéndose de hombros.
Gabriel la miró como si no pudiera creer lo que decía. —Elena, llevo dos días aquí. ¿Sabes cuántos correos y llamadas pendientes debo tener?
—¿Y qué? —respondió ella con tranquilidad—. El mundo no se va a detener porque el rey de los negocios desaparezca un par de días.
Gabriel la miró en silencio, como si no supiera si enfadarse o rendirse. Finalmente, suspiró y se sentó frente a ella.
—No lo entiendes. He trabajado toda mi vida para construir lo que tengo.
Elena apoyó la barbilla en su mano, observándolo con curiosidad. —¿Y alguna vez te has detenido a preguntarte para qué?
Gabriel frunció el ceño. —¿Qué quieres decir?
—Trabajas sin descanso, controlas todo, planeas cada detalle de tu vida, pero ¿para qué? ¿Qué quieres lograr con todo eso?
La pregunta lo tomó por sorpresa. Durante años, nadie se había atrevido a desafiar sus motivaciones. Todos asumían que el éxito era el objetivo final, pero Elena no parecía estar satisfecha con esa respuesta.
—Quiero seguridad —respondió él finalmente, con voz más baja—. Quiero saber que nunca volveré a sentirme… vulnerable.
Elena lo miró con ternura. —El éxito no te dará eso, Gabriel. No importa cuántas empresas tengas o cuánto dinero ganes. Siempre habrá algo que no podrás controlar.
—¿Y qué sugieres? ¿Que lo acepte sin más? —respondió él, con un toque de frustración.
—Sugiero que te permitas vivir, aunque sea por un momento —respondió Elena, mirándolo a los ojos—. Mira dónde estamos. La tormenta no va a durar para siempre. No puedes resolverlo todo, así que relájate.
Gabriel desvió la mirada hacia la ventana, donde las gotas de lluvia seguían resbalando por el vidrio. Una parte de él quería resistirse a lo que Elena decía, pero otra parte… otra parte comenzaba a creer que tenía razón.
—¿Qué haces tú cuando no puedes controlar algo? —preguntó él finalmente.
Elena sonrió suavemente. —Lo acepto. A veces, lo único que puedes hacer es dejar que la tormenta pase.
El resto de la mañana transcurrió entre el ruido de la lluvia y pequeños silencios compartidos. Gabriel, todavía inquieto, decidió ayudar a Elena a reorganizar la despensa. La actividad era simple y mecánica, pero le ofrecía una distracción que necesitaba.
—No sabía que eras tan ordenado —bromeó Elena mientras él clasificaba las latas por tamaño.
—El orden evita el caos —respondió él automáticamente.
—¿Sabes? —dijo ella, apoyándose contra la mesa con los brazos cruzados—. A veces, el caos tiene su encanto.
Gabriel la miró con una ceja levantada. —¿Encanto?
—Sí —respondió Elena, sonriendo—. Lo inesperado te obliga a adaptarte, a encontrar nuevas maneras de ver las cosas.
—¿Y eso te gusta?
—Me encanta —dijo ella con sinceridad—. La vida sería muy aburrida si todo saliera siempre como planeamos.
Gabriel guardó silencio, procesando sus palabras. Le resultaba difícil imaginar una vida donde el caos pudiera verse como algo positivo. Pero, al mismo tiempo, no podía negar que, desde que había conocido a Elena, lo inesperado había traído momentos que jamás habría experimentado de otra manera.
—Supongo que admiro tu capacidad de aceptar las cosas como son —dijo finalmente Gabriel.
—Gracias —respondió Elena, con una sonrisa—. Pero no creas que siempre fui así. Hubo un tiempo en el que me aferraba a lo que creía que debía ser, hasta que aprendí que la vida tenía otros planes para mí.
—¿Qué pasó? —preguntó Gabriel, genuinamente curioso.
Elena bajó la mirada, como si estuviera debatiendo si debía compartirlo. Finalmente, habló con voz más suave: —Perdí a mi madre cuando era joven. Fue repentino, como una tormenta. No hubo tiempo para despedidas ni explicaciones. Durante mucho tiempo, intenté controlarlo todo para evitar sentirme así otra vez, pero aprendí que la vida no funciona de esa manera.
Gabriel la observó en silencio, sorprendido por la vulnerabilidad en sus palabras. Por un momento, sintió que entendía un poco mejor a la mujer que tenía frente a él.
—Lamento lo de tu madre —dijo él, con sinceridad.
—Gracias —respondió ella, levantando la vista para mirarlo—. Pero no te lo digo para que lo lamentes, sino para que entiendas que, a veces, perder el control no es el fin del mundo.
Gabriel asintió, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que las palabras de alguien le calaban más profundo de lo que esperaba.
Por la tarde, la tormenta comenzó a ceder. El cielo gris empezó a abrirse paso entre las nubes, dejando entrar pequeños rayos de sol que iluminaban la cabaña.
Elena, que había estado preparando galletas para pasar el tiempo, miró por la ventana y sonrió. —Mira, te lo dije. La tormenta no dura para siempre.
Gabriel se acercó y observó el cielo. —Tienes razón.
—¿Ves? A veces solo hay que esperar a que pase —dijo Elena, mirándolo con una sonrisa suave.
Gabriel la miró en silencio, y por un instante, algo en él pareció cambiar. Tal vez era el cansancio de resistirse a todo o el simple hecho de que Elena parecía entender algo que él aún no lograba.
—Gracias, Elena —dijo él finalmente.
—¿Por qué?
—Por enseñarme a ver las cosas desde otra perspectiva.
Elena se encogió de hombros, todavía sonriendo. —De nada, Gabriel. Solo recuerda que no siempre tienes que ser el que tiene todas las respuestas.
Gabriel asintió, sabiendo que, aunque aún no estaba listo para dejar todo el control atrás, empezaba a entender lo que Elena quería decir.
Esa noche, cuando el silencio regresó a la cabaña y la tormenta quedó atrás, Gabriel miró el cielo despejado desde la ventana de su habitación. Por primera vez en mucho tiempo, no pensó en sus negocios, en su agenda o en sus pendientes. Pensó en Elena, en su sonrisa y en la forma en que ella parecía desafiar todo lo que él creía saber sobre la vida.
Y, por primera vez, se sintió bien al no tener todas las respuestas.