En un mundo que olvidó la era dorada de la magia, Synera, el último vestigio de la voluntad de la Suprema Aetherion, despierta tras siglos de exilio, atrapada entre la nostalgia de lo que fue y el peso de un propósito que ya no comprende. Sin alma propia pero con un fragmento de la conciencia más poderosa de Veydrath, su existencia es una promesa incumplida y una amenaza latente.
En su camino encuentra a Kenja, un joven ingenuo, reencarnación del Caos, portador inconsciente del destino de la magia. Unidos por fuerzas que trascienden el tiempo, deberán enfrentar traiciones antiguas, fuerzas demoníacas y secretos sellados en los pliegues del Nexus.
¿Podrá una sombra encontrar su humanidad y un alma errante su propósito antes de que el equilibrio se quiebre para siempre?
"No soy humana. No soy bruja. No soy demonio. Soy lo que queda cuando el mundo olvida quién eras."
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CAPÍTULO XXI: Una Noche Casi Perfecta
— Synera —
La noche caía sobre el bosque con una serenidad casi mágica. Las copas de los árboles susurraban con la brisa nocturna, y un mar de luciérnagas danzaba entre los arbustos como si intentaran acompañar la tenue melodía de los grillos. El cielo, despejado y profundo, parecía un manto de terciopelo negro tachonado de diamantes. La luna llena iluminaba el claro en el que habíamos decidido acampar, reflejándose en un pequeño lago cercano que titilaba suavemente como si también se riera de nosotros.
—La noche es perfecta para descansar... o al menos lo sería —pensé, viendo cómo Kenja, de rodillas frente a un montón de ramas secas, resoplaba frustrado intentando encender una fogata.
Yo, sentada sobre una roca y envuelta en una capa de terciopelo morado, ofrecí la solución obvia:
—¿Quieres que lo haga con magia? Tardaré menos de un parpadeo.
Pero él, claro, tenía que hacerse el autosuficiente.
—¡No, Synera! ¡No todo tiene que ser magia! Dependés de ella hasta para encender una estúpida fogata. ¡Déjamelo a mí! ¡Esto es arte de supervivencia! —declaró con el pecho inflado, como si estuviera por descubrir el fuego por primera vez en la historia de la humanidad.
Cinco minutos después...
—¡Hah! ¡Listo! —gritó Kenja, frotándose las manos ennegrecidas mientras miraba orgulloso la fogata encendida.
Yo rodé los ojos hasta que casi vi mi propio cerebro.
—Waaaaooo Kenja, eres increíble... —dije con voz completamente plana, acompañada del clásico ojo medio cerrado y ceja levantada.
—¿Siempre tienes que ser así de odiosa? —gruñó, frunciendo el ceño.
—¿Qué querías? ¿Un diploma por aprender a prender fuego? ¿Te aplaudo o te lanzo confeti mágico? —respondí sarcástica.
—¡Bruja amargada! —bufó, dándome la espalda con un cruce de brazos dramático.
—¡¿Cómo me dijiste, virgen desvergonzado?! —le espeté, poniéndome de pie con los puños apretados.
—¡¡BRUJA AMARGADAAAA!! —gritó dándose la vuelta, como si eso fuera un hechizo poderoso, pero solo consiguió que un ave saliera volando asustada de un árbol cercano.
Se cruzó de brazos y murmuró, sin mirarme:
—No siempre tienes que ser tan dura conmigo...
Yo suspiré y moví una mano con indiferencia, como espantando moscas.
—Ya, ya… perdón, Príncipe del Drama.
Entonces, su estómago gruñó como un ogro hambriento.
—Aing... Tengo hambre... —confesó, con las mejillas ligeramente sonrojadas.
Chasqué los dedos, y al instante apareció una mesa de madera tallada con un banquete digno de un rey: pasteles, asados, frutas brillantes como joyas, y una copa de vino flotando elegantemente sobre la mesa.
—¡TA-DAÁ! Cena servida.
Pero Kenja dio un grito desgarrador:
—¡¡¡NOOOOOO!!! —y de un manotazo volcó la mesa, haciendo desaparecer todo en un destello de luz. La comida se esfumó en el aire, como si jamás hubiese estado allí.
—¡¿¡PERO QUÉ DEMONIOS TE PASA, IMBÉCIL!?! —le grité tan fuerte que los grillos dejaron de cantar.
—¡Te dije que nada de magia! ¡¡Nada!! ¡¿Por qué no puedes respetar una sola cosa sin usar tus trucos?! —espetó, tomándome del cabello como un niño enojado.
—¡SUÉLTAME, INÚTIL! —le di un rodillazo en el abdomen mientras forcejeábamos como dos gatos enredados.
—¡¡¡CUAL ES TU PROBLEMA!!! ¡¿Qué tú no quieras comer no te da derecho a arruinar MI comida?! —grité con furia.
—¡Estás obsesionada con la magia! ¡¡Ni siquiera sabes lo que es cocinar con tus propias manos!! —gritó él, con la voz rota de indignación.
—¡¡ESE NO ES MI PROBLEMAAA!! —repliqué, justo antes de que mi estómago también gruñera.
Nos quedamos en silencio. Me giré con un bufido, me sacudí el cabello y dije con altivez:
—Jum… entonces, ¿te vas a quedar ahí parado o me vas a cocinar algo?
Kenja parpadeó como si recién hubiera procesado mis palabras.
—¡¿En serio, Maestra Synera?! ¡Verá que no se arrepentirá! —dijo con una sonrisa ridículamente brillante, como si le acabara de dar una misión sagrada.
Corrió emocionado hacia su kimono y de sus bolsillos sacó unos hongos que había recolectado antes.
Lo observé mientras los cocinaba. Fruncí el ceño.
—Este imbécil va a matarme con hongos venenosos y ni cuenta se da…
—¡¡¿¡EN SERIO!?!! —grité, señalando las brochetas humeantes con horror—. ¡¿¡¿Para eso tiraste mi comida gourmet al suelo?!? ¿¡Para darme esto!? ¡¡Ni siquiera sabes distinguir un champiñón de una maldita bomba fúngica!!
—¡No son venenosos! Frayi me enseñó a reconocerlos —respondió Kenja con aire ofendido.
—Pues parece que ese zorro inútil te enseñó como el culo —bufé—. Pero ¿sabes qué? ¡Buen provecho! A ver cuánto duras. Ni sabes lo que recogiste.
—¡Mejor! ¡Más para mí! —replicó, metiéndose una brocheta entera en la boca con una sonrisa engreída.
Chasqueé los dedos, y apareció ante mí un plato perfectamente servido, humeante y aromático. Comencé a comer con deleite, sin apartar la vista de él.
—¡Provecho! —le dije, con una sonrisa cargada de veneno.
Kenja se congeló. Miró el hongo entre los dedos, luego me miró a mí… y palideció. En menos de un segundo los escupió, tropezando hacia atrás mientras gritaba:
—¡Mierda! ¡¡Son venenosos!! ¡Maestra Synera, lo siento! ¡Tenía razón! ¡Déme un poquito, lo que sea! ¡Prometo no volver a tirar su comida jamás!
—No mereces ni una migaja. —chasqué los dedos y apareció una sola mazorca.
Se la lancé en la cara.
—¡Eso comerás por menso!
—Eres tan cruel… —Kenja lloró falsamente y se tragó la mazorca entera de un solo bocado
Luego de toda la pelea absurda, entre gritos, rodillazos y hongos venenosos, la noche finalmente se asentó como un manto oscuro y brillante sobre el bosque. La fogata, ya domada, crepitaba con tranquilidad. El aroma de leña quemada mezclado con tierra húmeda y las últimas risas forzadas de Kenja flotaban en el aire.
Yo estaba llena, claro. Hasta las tripas. Y Kenja… bueno, su estómago todavía gruñía como si estuviera invocando un demonio del hambre.
—No me mires así, no te voy a dar nada más. —le dije con frialdad, lamiéndome los dedos del banquete que me había preparado.
Él suspiró como alma en pena y abrazó la frazada que le lancé. En ese momento el ambiente cambió. Me puse seria, el tipo de seriedad que espanta hasta los grillos. Me giré lentamente hacia él.
Kenja estaba sentado frente a la fogata, con la luz del fuego danzando en sus ojos y proyectando su sombra como una criatura gigante en el suelo. Un momento perfecto para una conversación incómoda.
—Kenja… hay algo que tengo que preguntarte. —dije sin rodeos.
—¿A mí? ¿Ahora? ¿Después de casi morir envenenado por hongos? —respondió, incrédulo.
—Sí. Tiene que ver con Eirenys.
Ahí sí que lo perdí. Se tensó, bajó la mirada y el fuego pareció hacerse más tenue. Lo dejé pensar. Él sabía de qué hablaba.
—Mientras peleabas con ese demonio, Eirenys se acercó a mí. Hablamos. Bueno… me amenazó, como siempre. Pero dijo algo que no me deja en paz. Me insinuó que tú sabes algo sobre aquella joya.
Kenja tragó saliva. Silencio. Solo el chasquido de una rama ardiendo.
—Sí… la mencionó. —dijo por fin—. "La joya del caos". No explicó exactamente qué era, solo que debía encontrarla, sellarla… y entregarla. La misión fue dada por el mismísimo Rey Mago de Decathis.
—¿El Rey Mago? Eso no es cualquier tontería, Kenja. Si Decathis está detrás de esa joya, el asunto es mucho más grande de lo que creíamos.
—Lo sé. Pero hubo algo más... —levantó la mirada, con expresión confusa—. Eirenys dijo que ya no necesitaba buscarla. Que había encontrado algo mejor. Algo… que la llevaría directo hasta la joya. Y me miró. A mí.
Mi corazón se apretó. Algo no estaba bien.
—¡Maldita sea! Esa perra ha estado jugando con nosotros desde el principio. Si cree que puede usar a alguien para acceder a esa joya, entonces su plan está muy por delante del nuestro. No podemos ignorar esto.
—Estoy de acuerdo. No sabemos cuál es el propósito de la joya, pero si estoy involucrado... quiero saber por qué. ¿Qué hacemos? —preguntó con voz grave.
Me quedé en silencio. Lo pensé. Lo sentí. Algo nos observaba.
—Cambiamos de ruta. —dije al fin, levantándome—. La provincia 3 puede esperar. Hay alguien al sur de las Montañas del Susurro… un sabio. Él sabe cosas. Cosas que nadie más debería saber. Lo conocí una vez, antes de que todo esto comenzara. Nos recibirá. Él puede responder nuestras preguntas.
—¿Un sabio? —repitió Kenja, alzando una ceja.
—Uno que conoce el pasado… y el futuro. —respondí en tono bajo. Partiremos mañana. Al llegar a la frontera de Thérenval, tomaremos el camino del sur. Estamos a menos de una semana.
—¡Vaya! Suena como el inicio de una gran aventura. —dijo Kenja, poniéndose de pie con emoción.
En ese instante, una brisa dulce sopló entre los árboles. Fue como un suspiro del bosque. Y con ella, flotaron... pétalos. Negros. Traslúcidos. Con un aroma tenue, romántico, como una promesa peligrosa.
Guardé silencio. Los pétalos danzaban alrededor de la fogata, flotando entre nosotros, pero Kenja parecía no notarlos.
—¿Qué? ¿Sucede algo? ¿Por qué te quedas callada? —preguntó Kenja.
—No, no es nada… Parece que será un viaje interesante —murmuré, sin apartar la vista del cielo.
Chasqué los dedos. Una carpa elegante apareció entre los árboles. Mi ropa cambió con magia a un sensual babydoll rojo de encaje.
Kenja se sonrojó como si fuera la primera vez que me veía vestida así.
—¿Puedes dejar de actuar como si nunca hubieras visto escote? —dije entrando a la carpa.
—¿Allí dormiremos? —preguntó con esperanzas tontas.
—Yo sí. Tú te quedas afuera a vigilar. —le lancé una almohada.
—¡¿Otra vez me toca hacer guardia?! —protestó.
Yo ya había cerrado la carpa. Lo escuché murmurando solo, quejándose, mientras se acurrucaba al pie de un árbol.
—Ni modo… otra noche más... maldita sea. —rezongó.
Mientras tanto…
A lo alto, sobre el cielo estrellado y la luna llena como testigo, una figura elegante flotaba entre las nubes. Pétalos de rosas negras danzaban a su alrededor, sirviéndole de vehículo, como si la misma noche la cargara en brazos.
Eirenys.
Con una sonrisa enigmática y los ojos entrecerrados, observaba desde lo alto.
—Al sur, entonces… A buscar respuestas sobre la Joya del Caos.—murmuró para sí, con voz seductora y peligrosa.
Sus labios se curvaron apenas, como si disfrutara del juego desde la sombra.
—Interesante elección, Synera… No esperaba que llegaras tan lejos tan rápido. Supongo que yo también quiero saber qué planea mi señor. Pero sobre todo… quiero ver qué haces tú, cuando descubras que nada es lo que parece.
Dio media vuelta. Las rosas negras giraron a su alrededor como un vórtice silencioso. La luna pareció apagarse un instante cuando se desvaneció.