Ethan ya lo había perdido casi todo: sus pacientes, su reputación y la fe en la gente. Todo por una acusación que jura era mentira. Cuando aceptaron mantenerlo en la clínica bajo una condición —tratar a un paciente que nadie más quería—, tragó su orgullo y aceptó. El nombre en el expediente: Kael Drummond.
Luchador profesional. Incontrolable. Violento. Y con el hombro izquierdo casi inutilizable.
Kael no confía en nadie. Creció quebrando a otros antes de que lo quebraran a él. Su cuerpo es su arma, y ahora le está fallando. Lo último que quiere es un terapeuta metiéndose en sus límites.
Pero entre sesiones forzadas, provocaciones silenciosas y cicatrices que no son solo óseas, Ethan y Kael se enfrentan… y se reconocen. El dolor es todo lo que conocen. Quizás también sea donde empiecen a sentir algo que nunca habían tenido: cariño.
NovelToon tiene autorización de Moxonligh para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 22
[Detrás del escenario de la arena, minutos después de la pelea]
Kael todavía estaba en los brazos de Ethan, con el rostro sudado apoyado en su hombro. El ruido de la arena continuaba detrás, amortiguado. Pero allí, en ese rincón, el mundo parecía haberse quedado afuera.
—Estás aquí —susurró Kael, casi sin voz.
—Y no voy a ningún lado —respondió Ethan, sujetándolo firmemente por la cintura.
Cássio se acercó despacio.
—Perdiste por puntos. Pero ganaste un público que ni sabías que tenías, Kael. Y respeto. Mucho.
Kael asintió, aún sin poder hablar mucho. Le dolía el cuerpo. Pero por primera vez, el dolor tenía sentido.
Ethan tomó su mochila y se la entregó.
—¿Nos vamos?
—Vamos —respondió Kael—. Quiero salir de aquí antes de que alguien me pida una entrevista y diga alguna mierda.
[Pasillo de salida | 23:07]
Pasaron por los pasillos en silencio. Algunos empleados saludaron a Kael. Algunos ni siquiera pudieron mirarlo a la cara.
Al cruzar la última puerta antes de la salida, Kael se detuvo.
—Esto fue lo más cerca que he estado de perder el control de nuevo.
Ethan lo miró fijamente.
—Y aun así no lo perdiste.
Kael giró el rostro, medio cansado, medio quebrado.
—Porque recordé tu mirada. Te vi allí y... no quería verte decepcionado.
—Nunca lo estuve. Ni siquiera cuando te caíste.
Kael se rió, cansado.
—Eres un tipo difícil de creer, Ethan Soler.
—Y tú eres un tipo fácil de amar, incluso tratando de complicarlo todo.
[En el coche, camino a casa]
La radio estaba apagada. Las calles de São Paulo parecían más tranquilas de lo normal.
Kael, en el asiento del pasajero, con la cabeza apoyada en el cristal, miraba las luces pasar.
—¿Crees que hablarán mañana?
—Seguro. Pero hoy, nadie habla más alto que tu valentía.
Kael se quedó en silencio.
—Casi lo golpeo. Al final. Podía hacerlo. Tenía la brecha.
—Lo vi. Y te detuviste.
—¿Sabes lo que eso significa para mí?
—Que ya no necesitas probar fuerza con destrucción.
Kael giró el rostro, miró a Ethan.
—¿Eso es lo que ves cuando me miras?
—Veo a alguien a quien le enseñaron a sobrevivir... y ahora está aprendiendo a vivir.
[De vuelta al apartamento | 00:12]
La puerta se cerró tras ellos. Kael se quitó las botas, la blusa, lo dejó todo en el suelo.
Ethan fue a la cocina, cogió dos botellitas de agua, volvió y le entregó una.
—¿Cansado? —preguntó.
—De todo. Pero... no de nosotros.
Se sentaron en el sofá. Las piernas de Kael sobre las de Ethan. El silencio ahora era diferente. Era leve.
—¿Y ahora qué? —preguntó Kael.
—Ahora dormimos. Sin culpa. Sin urgencia.
—¿Y mañana?
Ethan sonrió.
—Ya veremos mañana cuando llegue. Pero hoy... es nuestro.
[Escena 5 – Habitación | El abrazo más simple y más fuerte]
En la cama, acostados, los dos sin camisa, cubiertos hasta la cintura, la luz de la lámpara apagada. Kael acostado de lado, con la cabeza en el pecho de Ethan.
—Promete que mañana, cuando todo vuelva a ser ruido, aún recordarás este silencio aquí.
—Lo prometo.
—¿Y si lo olvido?
—Te lo recuerdo. Con beso. Con tacto. Con verdad.
Kael cerró los ojos. El cuerpo finalmente relajado.
—Gracias por no haberme dejado romperme solo.
—Gracias por haberme dejado quedarme cuando todo el mundo esperaba que te empujara.
Y entonces se durmieron. Sin prisa. Sin miedo.
Por primera vez... en paz.