Código Cupido

Zoe intentó convencerse de que podía manejar la situación con madurez. Después de todo, esto era solo trabajo.

Pero con cada minuto que pasaba en la oficina de Leonardo, la tensión en el aire se volvía más palpable.

—Aquí tienes los archivos que necesitas para comenzar —dijo él, entregándole una tablet.

Zoe alargó la mano para tomarla, pero al hacerlo, sus dedos rozaron los de Leonardo. Un simple contacto, pero lo suficiente para que un escalofrío recorriera su espalda.

Rápidamente, retiró la mano y desvió la mirada.

—Gracias —murmuró.

Leonardo sonrió de lado.

—¿Estás nerviosa?

Zoe entrecerró los ojos y lo miró con desafío.

—Para nada.

—Bien, porque estaremos trabajando juntos bastante tiempo. Me gustaría que estuvieras cómoda.

"¿Cómoda?" Zoe casi suelta una carcajada. ¿Cómo se suponía que iba a estar cómoda si cada vez que lo tenía cerca, su cuerpo reaccionaba como si estuviera en llamas?

—Lo estaré —respondió, con voz firme.

Pero justo en ese momento, la puerta de la oficina se abrió, y Andrés apareció con una sonrisa.

—Zoe, ¿todo bien?

Leonardo frunció el ceño.

—Sí, solo estábamos revisando detalles del proyecto —respondió Zoe con rapidez.

Andrés asintió, pero su mirada se posó en Leonardo con cierta cautela.

—Genial. Pensé que podríamos revisar el diseño de personajes antes del almuerzo.

—Buena idea —respondió Zoe, sonriendo.

Leonardo entrecerró los ojos mientras veía cómo Andrés le dedicaba una mirada demasiado atenta a Zoe.

—Lamento interrumpir, pero Zoe aún no ha terminado aquí —dijo Leonardo, su tono casual, pero firme.

Zoe lo miró con sorpresa.

—Solo necesito unos minutos más contigo, Zoe —añadió, con una sonrisa enigmática.

Andrés pareció debatirse entre insistir o marcharse. Finalmente, se giró hacia Zoe.

—Te espero afuera.

Cuando la puerta se cerró, Zoe suspiró y se cruzó de brazos.

—No era necesario retenerme, Leonardo.

—No te he retenido, Zoe. Simplemente quiero asegurarme de que todo esté claro antes de que empieces.

Ella chasqueó la lengua, sintiendo cómo su paciencia se agotaba.

—Todo está claro, Leonardo. Así que si no te importa, me voy.

Se levantó de la silla y caminó hacia la puerta. Pero cuando intentó abrirla… no se movió.

Zoe frunció el ceño y giró la perilla otra vez. Nada.

—No puede ser…

Leonardo arqueó una ceja.

—¿Qué pasa?

—La puerta está atorada.

Leonardo se puso de pie y caminó hasta ella. Intentó abrirla él mismo, pero la cerradura parecía trabada.

—Increíble —murmuró Zoe.

Leonardo apoyó la espalda contra la puerta y la miró con diversión.

—Bueno, parece que tendremos que esperar a que alguien se dé cuenta.

Zoe lo fulminó con la mirada.

—Esto no tiene gracia.

—Yo creo que sí. Nunca pensé que te incomodara tanto estar a solas conmigo.

Zoe sintió cómo su pulso se aceleraba.

—No me incomoda.

Leonardo sonrió, inclinando la cabeza levemente.

—¿Segura? Porque tu respiración dice lo contrario.

Zoe sintió un calor subir por su cuello.

—Eres insoportable.

—Y tú sigues negando lo que sientes.

Sus miradas se encontraron, y el silencio entre ellos se volvió casi tangible.

Zoe sintió que el aire se volvía denso, demasiado pesado. Leonardo estaba demasiado cerca. Demasiado atractivo. Demasiado peligroso.

Y lo peor… era que su cuerpo no quería alejarse.