Fernanda Salas, es una joven llena de optimismo, amante de la lectura y de la vida. Para ella no hay problema que no tenga solución, incluso cuando las cosas van mal en su vida, ella siempre mantiene una sonrisa.
Sin embargo, cuando es despedida de cada uno de los trabajos a los que aplica, ella no puede seguir siendo optimista, más cuando llega a la conclusion que la razón detras de sus despidos es el extremadamente guapo y frío CEO Max Hidalgo.
Fernanda deduce que aquel hombre guapo y rico quiere mantener una relación de sumisión con ella, tal como la de esos CEOs despiadados de las novelas webs.
Pero, ¿ella estará en lo correcto?, ¿será que sus desafortunados encuentros se deben a algún plan malévolo o solo serán casualidades del destino?
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Fernanda: ¿Bonita?
Ahora sí, pensé que la embarre. Es que mi cerebro y mi boca no tenían filtro alguno. Sin duda alguna, el destino no era mi enemigo, sino yo misma. Era la mayor villana de esta historia llamada vida.
— Me preguntó cómo usted sigue ilesa después de decir todo tipo de cosas que a más de una persona podía ofender — comentó Max con un dejo de burla. Respire aliviada al darme cuenta de que mis palabras no lo habían molestado tanto, al menos no para que llame a los guardias y me echen.
— Suerte — respondí avergonzada.
Max me miró por unos segundos antes de sacudir la cabeza como si dijera que no tenía remedio, bueno, también estaba de acuerdo en que tenía remedio. Luego salió del estudio con pasos largos, lo seguí mientras miraba maravillada la mansión en la que este hombre vivía.
Cada decoración se mostraba de una manera fascinante, las esculturas y cuadros alrededor hacían que no pudiera evitar mirar con fascinación. Sin embargo, a pesar de que todo estaba lleno de lujos que nunca en mi vida me había atrevido a imaginar, sentí una soledad y vacío en su interior.
En el poco tiempo que había estado dentro de este lugar me di cuenta de que estaba vacío, sin vida, todo se sentía solitario y vacío. Como si Max fuera la única persona que habitaba en esta desolada mansión, podía imaginarme lo solo que se podía sentir.
Por lo que la vista de su espalda me pareció un poco solitaria y frágil. Cómo la de alguien que en cualquier momento se desvanecerá.
— ¿Está bien que vaya en su coche? — pregunté dubitativa.
— No hay paradas de autobuses cerca, tampoco los taxis porque esta es una zona residencial. Tendrá que caminar una media hora hasta la parada más cercana.
— ¡Oh! — suspiré con desánimo y entré al auto.
— ¿Por qué lo pregunta?
— Por nada — mentí —. Solo pensé que no era apropiado que llegáramos juntos al trabajo.
— No sea ridícula.
Hice un puchero mientras pensaba en que no era ridícula, ya que pido imaginar los chismes que se iban a gastar a mi alrededor, así como los ojos llenos de preguntas de Carlos y los demás.
Mi vida laboral parecía que iba a ser problemática. Al menos estaba feliz de que con el único que debía tratar era Max.
El trayecto hasta la oficina fue silencioso. Max iba concentrado en sus documentos, por lo que no pude evitar mirarlo de manera discreta. De nuevo, recuerdos de la noche anterior asaltaron mi mente.
Con todo lo que hice ayer ya debería haber sido despedida sin opción a redención. Pero aquí estaba en el mismo auto del hombre que vomité y traté como un gigoló cualquiera.
— Si me sigue mirando, así hará un agujero en mi cara — me sobresalté al escucharlo hablar.
— No lo estaba mirando — dije rápidamente — O bueno sí, pero es porque tiene una mancha en su mejilla — mentí.
— ¿En dónde? — preguntó Max con el ceño fruncido. Justo cuando iba a acercar al espejo salté a su lado tratando de evitar que mi mentira sea descubierta.
— Aquí — dije tocando su mejilla —. Ya está, ahora sí se ve perfecto.
En cuanto me encontré con los ojos de Max, contuve la respiración, sus ojos azules parecían más brillantes por un momento, sus pestañas rubias se veían hermosas, así que tuve el impulso de contarlas. Apreté los labios mientras sentía mi corazón acelerarse. El ambiente se sentía extraño, pesado, había algo hechizante en la forma en la que nos estábamos mirando. Cuando Max tocó mi mejilla no pude evitar cerrar los ojos, no sabía por qué lo hice ni que esperaba con esta acción. Sí, quería que me bese.
— También tenías una mancha aquí — susurró de manera hipnótica.
Abrí los ojos sintiéndome avergonzada por haber esperado algo más. Era una tonta. No debía tener sueños salvajes, por Dios, era mi jefe, cuántas mujeres hermosas ha de haber visto, con cuántas mujeres ha de haber salido. Cielos, ni siquiera tenía su mismo estatus social. No debía esperar que alguien como él se fijara en mí.
Debía conformarme con ser espectadora y no protagonista. Tenía un mundo sobre mi espalda, ningún hombre en su sano juicio estaría dispuesto a tener algo con alguien que ni siquiera sabía qué hacer con su vida.
— Está bien — me aparté sonriendo — Ya llegamos, jefe. No sé olvidé de traer sus documentos.
Tras decir aquello salí del auto con pasos rápidos y me dirigí hacia el baño.
Me mojé la cara, la cual se mostraba roja como una manzana debido a la vergüenza. Esperaba que Max no se diera cuenta de mis sentimientos. No quería agobiarlo. Pero maldita sea, ya no podía negarlo más, Max Hidalgo, mi jefe, me gustaba.
Estaba enamorada de él y sabía que era imposible.
Y dejar de sucumbir ante estos sentimientos iba a ser una tarea imposible. Es más, parecía que cada día estaba cayendo más por él.
— La pequeña putita está aquí — comentó una mujer que no conocía. Pero por la forma despectiva en la que me habló supe que venía en busca de pelea.
— ¿Te refieres a mí o a ti? — le pregunté mientras la escaneaba.
— A ti, tontita. ¿Quién más es la que se está acostando con el jefe? Dime, ¿cómo alguien como tú lo sedujo?
Ya quisiera, pensé en mi mente.
Que no daría por una mirada de él. Pero, el tipo parecía estar enamorado de su trabajo y de nada más que eso. En lo que lo conocía no había conocido ninguna mujer a su alrededor, ni siquiera iba a esos lugares en donde van los caballeros a desahogar su libido. Max era como un monje. Al recordar mis acciones pasadas no pude evitar pensar que quizás tenía un problema en esa área. Mira que una mujer se te ofrezca en bandeja de plata, incluso si estaba borracha muchos hombres no se hubieran comportado de manera respetuosa.
— Vienes a pedir consejos o pelea, si es pelea pierdes tu tiempo. No estoy interesada en rebajarme a tu nivel, si es consejo te puedo pasar algunos tips.
— ¿Qué? ¡Desvergonzada! Incluso admites que te estás acostando con el jefe.
— Bueno, incluso si te digo que entre él y yo no ha pasado nada, ni me creerías. Así que solo te estoy siguiendo el juego. Además, yo no me quiero acostar con él, es el que se quiere acostar conmigo. Al menos eso debo presumir. Mira eres muy bonita para estar de intensa. Incluso si me insultas, eso no significa que el jefe te hará caso.
— ¿Bonita?
— Sí, muy linda. Pero si me sigues molestando, puedes estar segura de que necesitarás otra cirugía de nariz.
X: ¿Te estás acostando con el jefe?
Fernanda por dentro: