En un imperio dividido por intrigas y traiciones, Euridice, la tercera princesa de Caelum, se ve obligada a huir cuando su medio hermano, Jacob, asesina al emperador y a sus hermanos. Con la ayuda de Arjona, su protector, Euridice emprende una peligrosa búsqueda de los legendarios 5 Ases para detener a Jacob y evitar que desate el caos en el imperio. Mientras lucha por recuperar la paz, Euridice descubre su propia fuerza y determinación en un mundo donde la lealtad y el poder se entrelazan en una danza mortal.
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Capítulo 22.
A la mañana siguiente, avanzaron nuevamente. Sin embargo esta vez tomaron la decision de detenerse en un pequeño pueblo.
— Bien, Bestia, tú te quedaras con el — Le dijo Undo señalando a Corni.
— Lo siento Corni, no podrás bajar al pueblo. Pero te traeremos algo.— Dijo Euridice tomando las manos de Corni para animarlo.
— Yo por que debo quedarme?. — Preguntó Arjona refunfuñando.
— Te están buscando en cada rincon del reino, Bestia — Le dijo Undo suspirando.
Sin más Euridice encapuchada, Exar y Undo, bajaron al pueblo para conseguir algunos viveres. Arjona termino por sentarse sobre el suelo, suspiro y se cruzo de brazos. Corni por su parte termino por sentarse a una distancia segura de Arjona, nuevamente abrazando sus piernas y ocultando su rostro entre sus brazos; ambos en un incómodo silencio...
...
Los tres bajaron y comenzaron a recorrer las calles del pueblo, Undo compraba en mayor parte comida y especias, mientras Exar se encargaba de ir cargando todo.
— Mire princesa, allí hay una tienda de armas. Podemos comprar su arco.— Dijo Exar señalando una pequeña casita con el letrero de su nombre.
— Vamos entonces.— Dijo Euridice caminando hacia la tienda.
— Undo, apresúrate.— Dijo Exar dándole al vendedor el dinero por lo que había comprado.
Euridice por su parte se adelanto hasta lograr entrar en la tienda. Apenas lo hizo se encontró con varias personas de carácter intimidante allí dentro, todos mirando a Euridice con cara de pocos amigos.
— ¿En que puedo servirle?. Bella dama.— Le dijo uno de los hombres encargados del lugar. Euridice se adentro hasta estar cerca del hombre, mismo que estaba detrás de un recibidor.
— Yo, quiero un arma.— Dijo Euridice mostrando una pequeña sonrisa. Todos en la tienda se burlaron al escucharla.
— ¿Que harás tu con un arma? ¿Asesinarme?.— Dijo uno de ellos entre burlas. Euridice trago saliva y solamente agacho la cabeza.
— ¡Silencio!. No os burleis de tan bella damicela!. — Dijo él hombre que le atendía dando un azote a la mesa. Todos se quedaron en silencio. — No haga caso a sus burlas. Por lo que veo, apenas ha encurcionado en el mundo de las batallas.— Le dijo el hombre tomando sus manos mismas que miro a detalle, notando los rasguños y raspones en estas. — Eres un alma pequeña y frágil. Pero incluso para ti tengo algo.— Le dijo él hombre para ahora darse vuelta y entrar por una puerta. Euridice espero pacientemente y en solo un minuto el hombre volvio sosteniendo en manos una daga. Era una daga sumamente bonita, en su filo un escrito en latín y el simbolo del sol, junto a una cubierta de cuero violeta. Tenía apenas 30 centímetros de largo y era muy ligera.
— Es muy bonita.— Dijo Euridice mirando la misma para asi tomarla.
— Es una daga de plata, forjada a la luz del sol. Se dice que esta bendecida por una diosa.— Le dijo él con suma seriedad, pero buscando que la compre.
— La quiero...— Dijo Euridice.
— ¿Puedes pagarla?.— Preguntó él arrebatadole la daga de las manos, a lo que Euridice trago saliva y miró a otro lado sin saber con qué pagarle. El de las monedas era Exar. Notando que no tenía con qué pagarle, él hombre se fijo en la pulsera que llevaba sobre su muñeca; la misma que le había dado Edmund, misma que claro podría pagar esa daga. — ¿Que te parece esa pulsera?.— Preguntó él.
— ¿Qué?. No... — Dijo Euridice ocultando su pulsera con su mano.
— De ser así no puedo darte la daga.— Dijo él hombre riéndose.
— Esa pulsera fácilmente paga todo en esta horrible choza, intentar venderle algo a precio excesivo es muy desalmado de su parte.— Dijo una voz masculina entrando al local. Euridice se giro hasta ver a la persona que entró, un hombre alto de capucha verde con el rostro frío. Tenía cabellos negros y ojos verdes.
— Quién te crees que eres para venir a decirme algo!?— Le dijo él hombre enfadado.
— Pues, usted decidirá. — Dijo ese nuevo hombre colocando sobre la mesa una bolsa de monedas. Al abrirla en esta había un montón de monedas de oro. — Dele la daga, y un arco.— Dijo él. El vendedor tomó la bolsa, dejó la daga sobre la mesa y después fue a por uno de los arcos que estaban en la pared, junto con unas flechas.
Apenas las dejo sobre el mostrador, el hombre las tomo y amablemente se las dio a Euridice.
— Tome... Ahora váyase, este no es lugar par una dama.— Le dijo él.
— Gracias... no se como agradecerle...— Dijo Euridice tomando las cosas.
— No hay nada que agradecer.... vaya ya.— Le dijo él. Euridice no dijo más y se dio la vuelta para salir, justo en ese momento los ojos del hombre que le miraban con atención, se reflejaron en un color arcoiris y después sobre la mano de Euridice se grabo la figura de una mariposa para después volverse invisible.
Euridice salió del lugar y se encontró con Undo y Exar que apenas venían llegando.
— Oh reina mía. Perdone la demora... alguien se demoro comprando..— Dijo Exar.
— ¡DIJE que esperaras!. Aún debía comprar más cosas... pero pff... bien. Ya terminamos.— Dijo Undo.
— Entonces hay que volver....— Dijo Euridice.
Sin más todos comenzaron a regresar. Debían de seguir avanzando para poder llegar a encontrar al siguiente As; que parecía iba a ser el As de la Serpiente.
Caminaron por las calles del pueblo hasta que de repente, Exar cargo a Euridice y sujeto a Undo corriendo hacia un callejon en el cual se escondio.
— ¿Que pasa!?.— Pregunto Undo alterado a lo que Exar le cubrio la boca. No tardaron en llegar por las calles principales, un monton de soldados imperiales con carretas jaladas por caballos.
— Todos pueblerinos acerquense!. Tenemos algo que decir!.— Dijo uno de los soldados abriendo un pergamino.
Alrededor se juntaron todas las personas del pueblo, por lo que Euridice aprovechó para salir y poder acercarse para ver y escuchar lo que pasaba.
— Por ordenes del Emperador de Caelum, Jacob Crudele. Deberán de inscribirse en la lista para recibir las despensas!.— Dijo él soldado. Todos los pueblerinos se sorprendieron y a la vez se emocionaron, parecía que eso les daba muchos beneficios.
Euridice escuchaba sus palabras, no podía entender por qué estaban tan felices hasta escuchar algunas de sus palabras: "El anterior Emperador jamás se preocupo por nosotros." "Este sin duda es un buen emperador, no la porquería anterior que solo buscaba guerras". Decían algunos.
Con el corazón quebrantandose, Euridice escuchaba mirando al suelo. Exar notaba lo mal que se estaba poniendo así que fue hasta ella y se la llevó de allí...