Libido

La joven puso su mano derecha en el estómago, por más que quiso evitarlo, no pudo contener su vómito.

—Lo siento —susurró a duras penas.

La doctora Helen le extendió un pañuelo desechable.

—No hay problema ¿Segura que te sientes bien? —cuestionó la mayor, sintiendo pena por la pobre Michelle, pues que tan estresado debías estar para que tu cuerpo reaccionara de esa forma.

—Sí. Esto pasá cuando me someto a mucho estrés.

La psicóloga tomó su teléfono y pidió que la persona encargada de mantenimiento limpiará el piso.

Después de un rato, pudo volver a su conversación con su joven paciente.

—Deberías hacer meditación, tal vez un poco de yoga te sirva.

—Lo intentaré —prometió Michelle. sus labios se curvaron hacia arriba, tratando de mostrar una sonrisa.

—Al decirte todo esto, lo menos que quería era aumentar tu nivel de estrés.

—No se preocupe, y créame que entiendo lo que me dice. Es solo que para mí es difícil volver a empezar, la sola idea me aterra —confesó Michelle sintiéndose cómo una tonta, pues se suponía que ya era una adulta. Aunque muchas veces se sintió como una niña atrapada en el cuerpo de una mujer, así de patética era.

—Te entiendo, pero así como van las cosas, me parece que sería lo más sensato.

—Sí —la joven agachó la cabeza.

—Y no lo digo por ser moralista, concuerdo contigo que tu marido se merece esos y mil cuernos más, pero debes tomarte como prioridad y en una relación 'clandestina' las cosas siempre se complican —explicó la psicóloga.

—Entiendo.

—Te daré dos últimos consejos —dijo la doctora Helen mirando su reloj—, el primero; es que tengas como máximo cuatro encuentros más con el sexy jefe, y después lo mandas a volar, el segundo es que busques un buen abogado y te separes lo antes posible.

Los consejos de la psicóloga hicieron que a Michelle se le escapara una carcajada.

Cuando Michelle salió del consultorio de la doctora Helen, se sintió un poco más ligera.

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Los días siguientes, Michelle hizo caso a lo dicho por su psicóloga, e ignorando los cargos de conciencia, tuvo más encuentros con Elián Baillerés.

—Conozco un buen restaurante, está muy cerca del club libido —dijo Elián recostado en la cama de un lujoso hotel.

—No, no tengo hambre —respondió ella—, y debo irme, mi marido me espera.

—El buen Ramsés —susurró Elián—, siento hasta un poco de pena por él.

—¿Podemos dejar de hablar de mi esposo? —cuestionó la joven, luchando consigo misma para alejar la culpa.

—Señora Lacari, acepte una comida conmigo —dijo Elián tratando de cambiar el tema.

—No, señor Baillerés, los amantes no se van a comer a restaurantes caras.

Elián apretó los labios.

—Me hace sentir como un simple objeto sexual, señora Lacari —dijo él con fingida indignidad. Mientras se rascó un poco la cabeza.

—¡Sé que un día lo va a poder superar! —exclamó la joven mujer, sin poder evitar que se le escapara una carcajada. Sin duda, el señor Baillerés tenía muy buen sentido del humor.

—Es demasiado encantadora para ser la esposa de un imbécil. —Elián pensó en voz alta. Ya que la sonrisa de Michelle era simplemente encantadora.

—Gracias por el halago, pero uno siempre está con quién cree merecer, así que, Ramsés y yo somos la misma mierda —dijo con sinceridad Michelle.

—Me da mucha curiosidad saber la verdadera historia detrás de tan peculiar matrimonio. —Elián sentía genuina curiosidad.

Michelle pensó un poco, y siendo sincera ¿Qué más daba con contar la verdadera historia detrás de un matrimonio 'perfecto'?

—Mis padres eran indocumentados—comenzó su relato—. Sus jefes eran lo que se conoce como almas caritativas.

»Mi padre ni siquiera pudo darme su apellido cuando nací, ellos son mexicanos, y el divorcio es muy mal visto, al menos para las generaciones más viejas. Pero mi madre se divorció, y juró ante la tumba mi tara-tatara y muchos tataras más, que me iba a educar mejor.

«Así que, en cuanto se divorció de mi padre, comenzó a planificar mi futuro, y su meta era que me casara con un hombre importante.

«Entonces comenzó a buscarme prospectos, y cuando conocí a Ramsés, era como si todas las descripciones que me dio mi madre del hombre perfecto se personificaran en él. Cuando Ramsés me presentó a sus padres, cayeron en cuenta que yo al tener sangre mexicana en mis venas, sería una excelente esposa, porque ya sabe: lavar, planchar, cocinar, aguantar infidelidades, etc.

«Claro está, mi madre creyó que era un milagro caído del cielo y que los buenos valores que ella me inculcó habían dado fruto.

«Para no hacer el cuento largo, me engañé a mí misma y vi a Ramsés cómo el príncipe de cuentos que jamás fue… Me escapa de una juala para mudarme a otra.

«Pero siendo justos, yo estoy muy lejos de ser una princesa, y desde el día uno, Ramsés se llevó la peor decepción de su vida.

—Acaso no era virgen, ¿o algo de ese estilo? —indagó Elián.

Michelle soltó una carcajada.

—Sí, sí, era virgen. Digamos que Ramsés imaginó que era más sumisa…

—Ya veo.

—Sí, así que en resumen he tratado de salvar mi matrimonio desde el día uno. —Michelle suspiró, pues se escuchaba más patética al contárselo a Elián que a su psicóloga.

—¿Y qué hay de su papá? —Elián aprovechó ese momento de confianza.

—Mi papá… —El rostro de Michelle se entristeció—, él...

—Discúlpeme por ser tan atrevido —dijo Elián y se acercó a ella para darle un pequeño abrazo.

—¿Qué hace? —preguntó ella confundida entre sus brazos.

—Trato de hacerla sentir mejor —respondió él sin dejar de abrazarla.

—Usted es un hombre muy dulce —dijo ella con sinceridad—. O al menos eso aparenta. —Michelle ya no podía confiarse y menos después de la gran sorpresa que se llevó con Ramsés.

—Entiendo su desconfianza. —Elián dejó de abrazarla.

—¿Le puedo hacer una pregunta? —Michelle lo regresó a ver a los ojos.

—Las que quiera.

—¿Por qué nunca se ha casado? —indagó ella con mucha curiosidad.

—Digamos que el matrimonio no es para mí.

—Eso suena a qué alguien le rompió el corazón —atinó a decir ella.

—No, no realmente, solo que mis ideologías son muy diferentes a las de la mayoría —él trató de no escucharse tan patán y dijo—: Cómo quien dice, me gusta el sexo sin compromiso.

—Oh —exclamó ella—, ¿entonces nunca ha tenido una relación seria o algo así?

—Soy claro con lo que quiero, ¿acaso sería mejor decir que quiero llevar a una mujer al altar, cuando solo la quiero llevar a la cama?

—Buen punto. —dijo la joven mujer. Tal vez aceptarle la invitación a comer no era mala idea. Elián Baillerés era más interesante de lo que se permitía admitir.