Este relato cuenta la vida de una joven marcada desde su infancia por la trágica muerte de su madre, Ana Bolena, ejecutada cuando Isabel apenas era una niña. Aunque sus recuerdos de ella son pocos y borrosos, el vacío y el dolor persisten, dejando una cicatriz profunda en su corazón. Creciendo bajo la sombra de un padre, el temido Enrique VIII, Isabel fue testigo de su furia, sus desvaríos emocionales y su obsesiva búsqueda de un heredero varón que asegurara la continuidad de su reino. Enrique amaba a su hijo Eduardo, el futuro rey de Inglaterra, mientras que las hijas, Isabel y María, parecían ocupar un lugar secundario en su corazón.Isabel recuerda a su padre más como un rey distante y frío que como un hombre amoroso, siempre preocupado por el destino de Inglaterra y los futuros gobernantes. Sin embargo, fue precisamente en ese entorno incierto y hostil donde Isabel aprendió las duras lecciones del poder, la política y la supervivencia. A través de traiciones, intrigas y adversidades
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CAPITULO 19
### La Ira de Isabel y las Rebeliones de María de Escocia
**Isabel paseaba agitada por su despacho**\, sus pensamientos como una tormenta en el horizonte. Acababa de recibir noticias que la llenaban de una furia apenas contenida: **María Estuardo**\, Reina de Escocia\, se había vuelto a casar. Esta vez\, su nuevo esposo no era solo un noble cualquiera\, sino **uno de los hombres más ricos de Escocia**\, con una **ascendencia compartida con los Tudor y los Estuardo**. El lazo de sangre que ambos compartían con los Tudor le daba a María un reclamo aún más peligroso al trono inglés.
—¡**Dios mío**! —exclamó Isabel mientras golpeaba con el puño cerrado sobre su mesa—. **María no solo ha desafiado mi autoridad\, sino que ahora tiene aún más poder para subvertir mi reinado!**
**Su consejero privado\, William Cecil**\, la observaba en silencio\, sabiendo que las palabras en ese momento no calmarían a su reina. La información sobre las **rebeliones en las fronteras** ya era motivo de preocupación\, y el matrimonio de María solo avivaría más el fuego de los partidarios católicos.
—**Majestad**\, —Cecil finalmente habló con voz tranquila—. Sabemos que este matrimonio fortalecerá la posición de María\, pero también significa que sus movimientos serán más vigilados. **Podemos preparar nuestras fuerzas** para aplastar cualquier intento de sublevación.
Isabel lo miró fijamente y, tras un momento de silencio, asintió.
—**No dejaré que esta mujer\, con su ambición desmedida\, destruya lo que he construido**. Si María quiere rebelarse y reclamar lo que es mío por derecho\, **tendrá que pasar por encima de Inglaterra entera**. —Hizo una pausa y luego añadió con una mirada feroz—. **Voy a eliminar cada rebelión que surja en su nombre\, una por una\, si es necesario**.
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**Las noticias de las rebeliones llegaron pronto**. En las tierras del norte\, las facciones leales a **María Estuardo** comenzaban a alzarse\, inspiradas por su matrimonio y su promesa de restaurar el catolicismo en Inglaterra. Nobles católicos\, encabezados por los condes de Northumberland y Westmorland\, se levantaron en armas\, proclamando que **María era la legítima heredera al trono inglés**.
**Isabel reunió a sus generales en el salón de guerra**. La reina no solo planeaba defenderse\, sino también tomar la ofensiva y aplastar cualquier apoyo a María. Con la mirada firme\, señaló el mapa que representaba las áreas de conflicto.
—**Quiero que estas rebeliones sean sofocadas de inmediato**. —La voz de Isabel era cortante y llena de determinación—. **Desplegad nuestras fuerzas en las fronteras\, que ningún traidor quede en pie. Estas tierras aún son de Inglaterra\, y no permitiré que las manos de María las toquen**.
**Las órdenes de Isabel fueron ejecutadas con rapidez**. **El ejército real**\, liderado por hombres leales a la corona\, avanzó hacia el norte\, tomando control de las ciudades rebeldes y aplastando los levantamientos con una eficacia brutal. Los condes rebeldes fueron capturados y ejecutados\, y **las fuerzas de María se vieron obligadas a retroceder**.
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**Mientras tanto\, en Escocia**\, María Estuardo intentaba consolidar su posición. Su nuevo esposo\, **Lord Henry Darnley**\, la apoyaba\, pero los conflictos internos y la creciente presión de Inglaterra empezaban a desgastar su autoridad. Los nobles escoceses\, muchos de los cuales desconfiaban de María\, comenzaron a cuestionar su liderazgo. Y aunque **el apoyo católico en Inglaterra no desaparecía completamente**\, la fuerza de Isabel era indomable.
**Isabel estaba ganando**\, y lo sabía. Cada victoria la llenaba de una renovada confianza. Aunque María aún tenía seguidores\, su influencia se debilitaba día a día.
**Finalmente\, Isabel se detuvo ante una ventana del palacio**\, observando el paisaje de su reino. La noticia de la última rebelión sofocada acababa de llegar. **El intento de María por arrebatarle el trono había fracasado**.
—**Las rebeliones de María han sido eliminadas** —dijo Isabel\, susurrando para sí misma. Pero aunque su victoria era clara\, sabía que mientras María siguiera con vida\, la amenaza no desaparecería del todo.
**Isabel no permitiría que otra reina usurpara lo que era suyo**\, no mientras ella respirara.
El Encuentro con el Pirata
Isabel estaba reunida en la corte, revisando asuntos del reino junto a sus consejeros, cuando un mensajero irrumpió en el salón. Sin previo aviso, la gran puerta se abrió de par en par, y un hombre se presentó ante la reina con una mirada desafiante y al mismo tiempo intrigante. Era un pirata, de fama conocida por sus viajes y conquistas en tierras lejanas.
El pirata, con su aspecto rudo pero fascinante, llevaba un sombrero oscuro con una pluma, y su cabello rubio, despeinado por los vientos del mar, caía ligeramente sobre su frente. Sus ojos azules brillaban como el océano en calma, y llevaba un pañuelo oscuro atado al cuello. Isabel no pudo evitar fijarse en su porte, tan seguro y atractivo.
—Majestad —dijo el pirata, haciendo una reverencia con una sonrisa astuta—. He venido a traeros noticias de nuevas tierras conquistadas, y productos exóticos que jamás habéis visto.
Isabel lo miró con interés. Había algo en la forma en que él la miraba que la intrigaba, una mezcla de desafío y respeto que rara vez encontraba en los cortesanos.
El pirata sacó de una bolsa varios objetos exóticos, entre ellos algo extraño para Isabel. Era un alimento de forma ovalada y textura desconocida para ella.
—Esto es papa, Majestad —dijo él, sosteniéndola en la mano. Isabel la miró con curiosidad.
—¿Papa? —preguntó, levantando una ceja—. ¿Qué es esto? ¿Cómo se come?
El pirata, con una sonrisa confiada, explicó:
—Es un tubérculo que se cocina en agua y se acompaña de carnes o verduras. En las tierras lejanas, donde hemos desembarcado, lo utilizan en muchas comidas. Es sustanciosa y nutritiva.
Isabel observó la papa con atención, como si fuera una joya recién descubierta, pero sus ojos volvieron rápidamente al pirata. Había algo en su porte y en la manera en que hablaba que despertaba en ella una atracción inesperada. Su presencia le recordaba a la libertad del mar, a aventuras más allá de las fronteras de Inglaterra.
—Entonces, —dijo Isabel, casi distraída por su propia curiosidad—, ¿esto es lo que has traído de las nuevas tierras? ¿Solo papa y café?
El pirata sonrió ampliamente.
—No solo eso, Majestad. He traído historias de riquezas, oro y tierra fértil. Pero lo más importante es que he traído la prueba de que el mundo es más grande de lo que alguna vez imaginamos.
Isabel sintió una chispa de emoción al escuchar sus palabras. Se sintió atraída no solo por su físico, sino por la promesa de aventura y expansión que representaba. Era guapo, con una mezcla de encanto y peligro, algo que rara vez encontraba en los hombres de la corte.
—Dime tu nombre, pirata —dijo ella, con una sonrisa astuta—. ¿Por qué debería confiar en ti y en tus palabras?
El pirata dio un paso adelante, sus ojos clavados en los de Isabel.
—Soy John Hawkins, a vuestro servicio, Majestad. Mi lealtad es solo para Inglaterra y para vos.
Isabel sintió una extraña emoción recorrer su cuerpo al oír esas palabras. No era común que alguien la desafiara con tanta audacia y al mismo tiempo le ofreciera su lealtad.
—Veremos si eres tan leal como dices, Hawkins —respondió ella, intentando mantener su compostura, aunque su mirada no pudo evitar regresar a sus ojos azules—. Llevadme más de estas riquezas de las nuevas tierras, y quizás consideremos lo que tienes para ofrecer.
Con una sonrisa confiada, Hawkins se inclinó ante ella antes de salir del salón. Isabel lo siguió con la mirada, sintiendo que este encuentro era solo el comienzo de algo más grande.
Después de que el pirata se fue, Isabel se quedó pensando en la atracción que había sentido por él. Sabía que no podía dejarse llevar por emociones tan peligrosas, pero también sabía que los piratas traían consigo aventuras y poder. Y en el fondo, había algo en Hawkins que Isabel no podía ignorar.
La Conferencia Privada
El día siguiente, Isabel se encontraba en su despacho, revisando documentos, cuando una llamada anunció la llegada de John Hawkins. Con una mezcla de emoción y nerviosismo, decidió recibirlo en privado. La puerta se cerró tras él, creando un ambiente íntimo y cargado de tensión.
—Majestad, —dijo Hawkins con una sonrisa confiada—, gracias por permitirme esta conferencia. He venido a hablaros sobre las oportunidades que tenemos en las nuevas tierras.
Isabel sonrió, aunque sus ojos destilaban curiosidad. Sabía que su interés no era únicamente político; había algo más entre ellos que la atraía a él de manera irresistible.
—¿Oportunidades? —replicó Isabel, inclinándose hacia adelante en su silla, interesada—. ¿Y qué tipo de oportunidades, pirata?
John tomó un par de pasos hacia adelante, acercándose a ella, como si la distancia entre ellos hubiera comenzado a desvanecerse.
—He traído especias, oro y nuevas tierras que pueden enriquecer nuestras arcas —dijo, su tono insinuante. Luego añadió, con un brillo en sus ojos—: Pero también he traído relatos de culturas que aún no conocéis, aventuras que os harían sentir viva.
Isabel sintió que su corazón latía más rápido. La forma en que hablaba, la cercanía de su cuerpo, todo en él parecía invitarla a cruzar una línea que siempre había mantenido intacta. Se giró en su silla, haciéndose la desinteresada.
—Aventura, dices. Siempre he creído que las aventuras son más adecuadas para los hombres de mar, no para una reina —replicó, aunque su tono era ligero y juguetón.
—¿Quién dijo que una reina no puede ser aventurera? —Hawkins respondió, acercándose aún más. Sus ojos brillaban con picardía.— Quizás necesites alguien que te muestre el camino.
Isabel se mordió el labio, sintiendo la tensión crecer. La atmósfera se tornaba cada vez más cargada. A medida que hablaban, se dieron cuenta de que estaban cada vez más cerca, tanto que la distancia entre sus labios parecía desaparecer.
—No es propio de una reina dejarse llevar por las palabras de un pirata —dijo Isabel, su voz un susurro lleno de insinuaciones.
—Pero, ¿qué es la vida sin un poco de riesgo? —John insistió, su voz baja y seductora—. ¿Qué harás, majestad, si no experimentas la verdadera pasión de la vida?
Isabel se inclinó hacia él, sintiendo el calor de su cuerpo. Era como si todo a su alrededor se desvaneciera; solo existían ellos dos en ese momento.
—Y si me dejo llevar por la pasión, ¿qué pasará con mi reino? —preguntó, coqueteando, mientras sus ojos buscaban los de él, llenos de deseo y desafío.
—A veces, una reina necesita más que solo un reino, —respondió él, con una sonrisa que prometía más de lo que las palabras podían expresar—. ¿No crees que podría ser la aventura que te falta?
Se acercaron aún más, y la tensión en el aire se volvió palpable. Isabel podía sentir el aliento de Hawkins en su piel, y la necesidad de cerrar la distancia se volvió abrumadora. Estaban a un centímetro de distancia, sus ojos reflejando la mezcla de deseo y desafío que ambos compartían.
—Quizás... —susurró ella, sintiendo un tirón en su corazón. Quizás deberías mostrarme qué es lo que traes de esas tierras.
Hawkins sonrió, un brillo juguetón en su mirada.
—Oh, creo que podría hacer eso, Majestad. Pero ten cuidado, porque una vez que abras la puerta a la aventura, puede ser difícil volver atrás.
Isabel mantuvo su mirada fija en él, sintiendo una chispa de emoción en su interior. ¿Podría ser realmente lo que necesitaba? ¿Una conexión, una aventura, algo que le hiciera sentir viva, más allá de las responsabilidades de la corona?
—Te advierto que no me gusta dejar las cosas a medias, pirata. —dijo, desafiándolo con su mirada—. Si decides llevarme contigo, asegúrate de que sea un viaje digno de mi tiempo.
Los dos se encontraron en ese momento, sus rostros a solo un centímetro de distancia, compartiendo un silencio lleno de promesas y posibilidades.
Finalmente, la realidad de su posición la golpeó, y, con un suspiro, retrocedió. Sabía que no podía dejarse llevar tan fácilmente, aunque el deseo ardiera en su interior.
—Lo pensaré, Hawkins, —dijo ella, intentando recuperar la compostura—. Pero recuerda, la reina no puede ser simplemente una mujer que sigue a un pirata por el mar.
El pirata sonrió, aunque en sus ojos había una mezcla de desafío y respeto.
—Quizás una reina también pueda ser una mujer que elige su propio destino.
Isabel se quedó en silencio, reflexionando sobre sus palabras, sintiendo que, a pesar de las responsabilidades que llevaba, había algo en su corazón que anhelaba esa libertad. Mientras el pirata se retiraba, Isabel sabía que la aventura apenas comenzaba.
El Entrenamiento del Pirata
Al día siguiente, la luz del sol se filtraba a través de las cortinas de la habitación de Isabel, pero su mente estaba aún ocupada con el encuentro de la noche anterior. Había algo en John Hawkins que la fascinaba, un magnetismo que la hacía sentir viva y llena de emoción.
Mientras se preparaba para el día, decidió salir al balcón y tomar aire fresco. Cuando llegó a la ventana, su corazón se detuvo al ver a Hawkins entrenando en el patio con algunos de los guardias.
Él estaba en su mejor momento: sudoroso, con la camisa ajustada que dejaba ver sus músculos en acción. Sus brazos se movían con fuerza, y cada golpe que daba era una mezcla de gracia y potencia. El sudor caía por su frente, resbalando por su piel bronceada y chispeante.
Isabel sintió cómo se aceleraba su pulso, un calor comenzando a invadirla. No podía quitarle la vista de encima mientras observaba cómo sus músculos se tensaban y se relajaban, cómo su cuerpo se movía ágilmente entre los ejercicios. Cada movimiento de sus piernas y su entrepierna era hipnotizante, y no podía evitar morderse el labio, sintiéndose cada vez más atrapada en esa imagen.
Dios mío, pensó, sintiéndose casi mareada. El aire le faltaba en los pulmones mientras una oleada de deseo la invadía. Había algo tan primal en la forma en que se movía, en la manera en que su cuerpo brillaba bajo el sol, que Isabel se sintió abrumada por una atracción casi incontrolable.
El entrenamiento continuaba y con cada golpe que John lanzaba, su corazón latía más fuerte. Estaba atrapada en una mezcla de admiración y deseo que no sabía cómo manejar.
“No puedo dejar que esto me afecte,” se decía a sí misma, pero las palabras eran solo un eco en su mente. Los pensamientos sobre su reino, su deber, parecían desvanecerse en ese momento. Solo existía el cuerpo de John, su presencia poderosa y el magnetismo que los unía.
Cuando Hawkins giró la cabeza hacia la ventana, sus miradas se encontraron por un instante. Una chispa de complicidad se encendió, y ella sintió que su corazón se aceleraba aún más.
Con un ligero guiño, él volvió a centrarse en su entrenamiento, como si supiera exactamente el efecto que tenía sobre ella. Isabel sintió una mezcla de frustración y emoción, sabiendo que debía mantenerse firme en su papel como reina, pero la atracción que sentía era difícil de ignorar.
Finalmente, se retiró de la ventana, sintiéndose un tanto mareada. Necesitaba tomar el control de sus pensamientos. ¿Era posible que una reina pudiera enamorarse de un pirata, de un hombre que representaba una vida tan diferente a la suya?
Con un suspiro profundo, Isabel se volvió hacia sus responsabilidades, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en su rostro. La vida estaba a punto de volverse mucho más interesante, y tal vez, solo tal vez, la aventura no estaba tan lejos como pensaba.
Mientras se preparaba para enfrentar el día, una nueva determinación llenó su corazón. No podía dejar que el deseo se apoderara de ella, pero tampoco podía negar que había una conexión con el pirata. La batalla entre su deber y sus sentimientos apenas comenzaba.
Miradas Ocultas
Los días transcurrieron, y cada jornada parecía repetirse en la corte de Isabel. Los asuntos de Estado y las reuniones con sus consejeros ocupaban su tiempo, pero su mente seguía regresando al entrenamiento del pirata, John Hawkins. La atracción que sentía por él era un eco constante, y aunque intentaba mantenerse concentrada en sus deberes, había momentos en que se encontraba observándolo a escondidas.
Mientras revisaba documentos en su despacho, a menudo se permitía un vistazo furtivo por la ventana. John estaba ahí, entrenando con los guardias, su figura fuerte y ágil dibujándose contra el sol. A veces, se sorprendía sonriendo mientras lo miraba, su corazón latiendo con fuerza ante la idea de que solo unos pasos la separaban de él.
“No puedo dejar que esto me distraiga,” se decía, intentando mantener su enfoque en la diplomacia con Escocia y la creciente tensión con María I. Sin embargo, cada vez que lo veía, la batalla interna se intensificaba.
Un día, durante una reunión con sus consejeros, mientras discutían la situación política de Escocia, sus pensamientos comenzaron a divagar. "Isabel," interrumpió uno de sus asesores, "necesitamos tu atención."
Ella sonrió forzada, sacudiendo la cabeza para despejar la mente de pensamientos sobre el pirata. “Disculpen, continuad,” dijo, tratando de concentrarse. Pero, por más que intentara, su atención se deslizaba hacia el patio donde John estaba entrenando.
Más tarde, durante la cena, cuando los nobles se reunían alrededor de la mesa, Isabel escuchó risas y conversación, pero su mente solo podía pensar en el hombre que había despertado en ella sentimientos desconocidos. Mientras los demás hablaban, ella miraba hacia la ventana, deseando que él apareciera.
A medida que pasaban los días, la rutina se tornó cada vez más difícil de sobrellevar. Cada vez que se cruzaba con él, ya sea en los pasillos del palacio o en las sesiones de entrenamiento, se sentía como si un hilo invisible los uniera. Ella lo observaba en secreto, notando cada gesto, cada sonrisa, y la forma en que su cabello rubio brillaba al sol.
Una mañana, mientras revisaba algunos informes sobre la situación financiera del reino, se dio cuenta de que necesitaba un cambio. Decidió visitar el campo donde entrenaban. Tal vez, pensó, podría encontrar una forma de interactuar con él sin que los demás lo notaran.
Cuando llegó, el aire fresco y el sonido de los espadas chocando llenaron sus sentidos. Se ocultó detrás de unos arbustos, observando cómo John instruía a los hombres, su voz resonando con autoridad y confianza. No pudo evitar sentir una chispa de admiración por su liderazgo, por la manera en que dominaba el espacio a su alrededor.
A medida que él se movía, su mirada capturaba la atención de algunos hombres que lo seguían. Isabel sintió una mezcla de nerviosismo y emoción. ¿Qué haría si se acercaba a él? ¿Podría mantener la compostura?
Al final de la sesión de entrenamiento, John se acercó a donde estaba el agua. Isabel sintió que el corazón le latía fuertemente al ver cómo se secaba el sudor de la frente con el antebrazo. En ese instante, una risa resonó en su mente, recordándole que ella era la reina, y no podía permitir que sus sentimientos nublaran su juicio.
Con un suspiro decidido, se dio la vuelta, pero antes de que pudiera alejarse, su mirada se cruzó con la de John. Una chispa de sorpresa brilló en sus ojos azules, y en ese instante, todo pareció detenerse.
“¡Su Majestad!” exclamó, con un tono de sorpresa. Isabel sintió que se le aceleraba el pulso. No estaba preparada para una conversación, pero tampoco podía dejar que él la viera huir.
“Solo estoy... supervisando,” dijo, tratando de sonar casual, aunque su voz traicionaba una mezcla de nervios y emoción.
“Me alegra verte,” respondió él, sonriendo de esa manera que le hacía sentir un torbellino en el estómago. “¿Te gustaría unirte a nosotros en el entrenamiento?”
Ella vaciló, sintiendo cómo la presión de sus responsabilidades y su deseo de acercarse a él se entrelazaban. “No, tengo muchos asuntos que atender,” contestó, intentando mantenerse firme. Pero en el fondo, deseaba una excusa para quedase.
“Si alguna vez cambias de opinión, estaré aquí,” dijo John con una sonrisa cautivadora. Su tono era ligero, pero había una promesa en sus palabras que resonaba en ella.
Isabel se despidió rápidamente, sintiendo la presión de sus responsabilidades de vuelta en su pecho. Al alejarse, una mezcla de frustración y anhelo la acompañó. Sabía que debía mantener la distancia, pero la atracción que sentía por el pirata era cada vez más difícil de ignorar.
En su corazón, sabía que la batalla por su reino no solo se libraba en los campos de Escocia, sino también en los más profundos y complicados deseos que estaban surgiendo dentro de ella.