Faltan once minutos para la media noche, Alejandra con el teléfono en mano espera ansiosamente que pasen esos sesenta segundos que la separan del "Hola" de su confidente desconocido. Con él puede ser ella misma, sin la máscara de estoica que desde su infancia se colocó.
Franco está en su habitación, ya ha escrito su acostumbrado Hola y cuenta regresivamente los 25 segundos para pulsar enviar. Él es un ser sensible sin saberlo, su oculta pasión por las artes lo llevó a ella, a esa mujer de la que no conoce ni su nombre, ni su rostro, ni su edad, pero que lo sensibiliza al extremo de sentir sus caricias en el alma.
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Tres
Franco está concentrado en el proyecto de expansión, estudia minuciosamente cada detalle y las posibles empresas ante las que puede presentarlo. Un toque en la puerta seguido del ruido por ser abierta, lo saca de su ensimismamiento.
— Vamos a presentar primero el proyecto en Nueva York — le dice su socio y amigo Henry más que emocionado y a modo de saludo — si logramos despegar ahí, nuestro crecimiento será más acelerado.
—No sé si es buena idea, Nueva York no es Toronto — responde con dudas y temor.
— No perdemos nada con probar, la peor diligencia es la que no se hace. — refuta encogiéndose de hombros...
Los días siguieron pasando, el frío de febrero en Nueva York le provocaron ganas a Alejandra de quedarse en casa, toma con ambas manos su gran taza de café humeante y la lleva a su boca, en tanto escucha a su madre hablar con sus amigas de lo maravillosos que son sus tres hijos varones. Un pensamiento ronda en su cabeza, al parecer, según el juicio de su madre visitarla de vez en cuando y acudir a ella solo cuando la necesitan es ser buen hijo, no puede decir que ver el brillo en los ojos de su madre cuando habla de sus hermanos no le duele, ella los ama, pero resiente que sean desobligados y que abiertamente le dijeran que le tocaba cuidar de ella solo por el hecho de ser mujer; a cambio de cuidarla, acompañarla y mantenerla casi íntegramente, solo obtenía reproches y críticas.
— Mamá, voy a salir un momento — expresa acercándose a las mujeres que no han parado de hablar de temas intrascendentes.
— Alejandra, no seas mal educada, ofréceles algo de tomar a las visitas.
— Está bien — asintió girándose hacia las visitantes — señoras ¿desean un café? Es lo único que tengo preparado y voy de salida — dijo con una falsa sonrisa, el reproche público de su madre la molestó, pero su humor se pondría peor.
— Alejandra ¿y cuándo te vas a casar? Es importante tener los hijos cuando una está joven y mantenerse al lado un hombre que la represente— cuestiona una de las invitadas.
Los ojos negros de la chica se oscurecen aún más por la intromisión y sin ninguna intención de contenerse expresa su opinión.
—Señora, yo no le estoy comiendo la comida a usted ni a nadie, trabajo, me mantengo a mi, a mi madre y este departamento; además — su tono de voz se nota exasperado — no soy de las mujeres que necesita un hombre que pelee por ella y la provea, y me niego a ser una mujer imbécil que se siente nadie sin la presencia de un macho. Permiso — da la vuelta tomando su abrigo junto a un libro para retirarse visiblemente molesta por el impasse.
Después de caminar un rato tratando de drenar la rabia decide entrar a una cafetería, todavía absorta en sus elucubraciones choca de frente con un hombre que va saliendo.
— Disculpe — dice a medida que levanta el rostro y su voz se pierde al igual que su mirada en unos ojos pardos que la miran fijamente. El carraspeo del otro hombre joven que lo acompaña los saca del trance y ella termina de entrar, no obstante su mente se queda en la mirada de ese desconocido, no era el color de sus ojos en sí, fue que sintió que serían capaz de verle el alma.
Franco había llegado a La Gran Manzana junto a Henry, fueron a una cafetería cercana al lugar donde expondrán su proyecto, acercándose la hora pautada salen sin contar con que, al abrir la puerta tropezaría con su Galatea, así le puso a la mujer de la fotografía que le compró a su amigo Reinaldo. La reconoció de inmediato; no obstante en ese momento quedó sin palabras, ahora había una razón más para conseguir la asociación en Nueva York, quiere volver a verla.
La reunión terminó con un apretón de manos y la promesa que en dos días darían respuestas, si bien es cierto que a lo largo de la presentación hicieron preguntas que denotaban especial interés en el proyecto, las caras de sus posibles nuevos socios se mantuvo impasible.
Al final del día, Henry regresó a Canadá mientras Franco espera la respuesta en Los Estados Unidos. En todo caso no tiene nada más que hacer, por lo que dedicará su tiempo a visitar museos y a tratar de coincidir con la chica de la cafetería.
Faltan once minutos para la medianoche y Franco espera el minuto restante para pulsar enviar y comenzar su tertulia con @Galatea2943. Hace días la imagina como la mujer de la fotografía y ahora las palabras escritas también tiene voz, puede escucharla con el timbre y tono de la chica con la que tropezó en la cafetería. De pronto se siente como Pigmalión, aquel artista mitológico que se enamoró de la escultura de Galatea que el mismo esculpió y el deseo fue tanto que la trajo a la vida. Sabe que es una fantasía, algo totalmente imposible, pero son esos minutos de enajenación, cuando se convierte en Bragi y su mente le da forma a una desconocida, que se siente totalmente él.
Por su parte, Alejandra se excusó para no salir esa noche con Pablo, alegando tener migraña y fingió tomar un analgésico para hacer más creíble su mentira, entró a su habitación y esperó el mensaje de @Bragi. Por nada del mundo se perdería de ese remanso que significa desnudar el alma ante ese desconocido.
Gracias por compartirla, y tener el placer de leer los 61 capítulos.