La Mujer De Ovarios

De camino a casa, la felicidad me invadía por completo. Aunque ahora mi apariencia era diferente: más alta, refinada, y vestida con prendas exclusivas como las de Lee Luxe, una marca coreana que adoraba, seguía siendo la misma chica humilde que había salido de este país llena de esperanza.

—Irémos directo a casa de mis padres —dijo a la mujer a mi lado, mientras ella posaba su mano sobre mi pierna.

—Está bien —respondi con indiferencia, y yo solo pude suspirar. Era evidente que primero tenía que saludar a su familia antes de regresar a la finca.

Cuando llegamos, mi suegro y mi suegra nos recibieron con una gran sonrisa.

—¿Qué tal estuvo el viaje, chicas? —preguntó mi suegro, abrazando a Lorena. Su madre, al lado, irradiaba felicidad de ver a su "pequeña".

—Estuvo increíble, papá, mamá. Tengo tantas cosas que contarles —respondió Lorena entusiasmada.

—Se ven más altas y mucho mejor. Parece que su relación se fortaleció, Cris —dijo mi suegro, mirándome con aprobación.

—Sí, estamos más unidas que nunca —contesté, esforzándome por evitar el sarcasmo.

Mi suegro nos invitó a comer; ya había preparado un festín de comida mexicana. En la gran mesa de madera del comedor, nos sentamos una al lado de la otra, mientras él tomaba la silla principal.

—Coman. Sé que extrañaban estos platillos —dijo con orgullo, señalando las tostadas, tacos y demás delicias que llenaban la mesa.

Lorena se sirvió una variedad de opciones y comenzó a comer con entusiasmo, mientras yo luchaba con el sudor en mis manos, ansiosa por abordar el tema que me había preparado durante años: mi lugar en el negocio familiar.

—¿Cuándo podré empezar a trabajar? —pregunté, rompiendo el silencio en la mesa con un tono cortés.

—Tan entusiasmada, eso me agrada —respondió mi suegro con una sonrisa amplia.

—Tranquila, cariño. Apenas estamos regresando. Tómate un respiro —interrumpió Lorena, sonriendo con condescendencia.

—No, tranquila hija. Cristina tiene razón. Han dedicado tiempo a estudiar, y estoy ansioso por enseñarles el negocio. Mañana mismo empezaremos, ¿verdad, Lorena? —exclamó mi suegro feliz.

—Está bien. Entonces, iré a casa —dije, levantándome de la mesa después de haber comido un poco. Mi familia me esperaba, ya que les había avisado previamente.

—Espera, nuera. Vivirás con nosotros. Pronto serás la esposa de mi hija, y tienes que estar con la familia. ¿A poco no, vieja? —intervino mi suegra.

—Tiene razón. Ya eres una Pérez. Tienes que quedarte con nosotros —añadió mi suegro.

—Lo entiendo, pero solo quiero visitar a mi familia hoy. Ellos me esperan, ¿está bien?

—Pregúntale a tu esposa —dijo mi suegro, señalando a Lorena.

Me acerqué a ella, le di un beso en la mejilla y pregunté:

—¿Me esperas en la noche?

—Está bien. Iré por ti más tarde.

Qué fastidio tener que pedirle permiso a Lorena. Aunque me casara con ella, siempre sería una León. Cristina León. Murmuré mi apellido mientras subía a uno de los vehículos de la finca que me llevaría a casa.

Al llegar, todo estaba igual que antes: el patio bien cuidado, pero con las mismas grietas en las paredes. Me prometí a mí misma que algún día construiría la casa más grande de la zona. Mientras tanto, solo tocaba esperar.

Toqué la puerta, y cuando se abrió, mi madre apareció. Al verla, corrí a abrazarla. Aunque los años habían dejado algunas arrugas en su rostro, seguía luciendo joven para tener más de 40 años.

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De camino a casa, la felicidad me invadía por completo. Aunque ahora mi apariencia era diferente: más alta, refinada, y vestida con prendas exclusivas como las de Lee Luxe, una marca coreana que adoraba, seguía siendo la misma chica humilde que había salido de este país llena de esperanza.

—Iré directo a casa de mis padres —le dije a la mujer a mi lado, mientras ella posaba su mano sobre mi pierna.

—Está bien —respondió Lorena con indiferencia, y yo solo pude suspirar. Era evidente que primero tenía que saludar a mi familia antes de regresar a la finca.

Cuando llegamos, mi suegro y mi suegra nos recibieron con una gran sonrisa.

—¿Qué tal estuvo el viaje, chicas? —preguntó mi suegro, abrazando a Lorena. Su madre, al lado, irradiaba felicidad de ver a su "pequeña".

—Estuvo increíble, papá, mamá. Tengo tantas cosas que contarles —respondió Lorena entusiasmada.

—Se ven más altas y mucho mejor. Parece que su relación se fortaleció, Cris —dijo mi suegro, mirándome con aprobación.

—Sí, estamos más unidas que nunca —contesté, esforzándome por evitar el sarcasmo.

Mi suegro nos invitó a comer; ya había preparado un festín de comida mexicana. En la gran mesa de madera del comedor, nos sentamos una al lado de la otra, mientras él tomaba la silla principal.

—Coman. Sé que extrañaban estos platillos —dijo con orgullo, señalando las tostadas, tacos y demás delicias que llenaban la mesa.

Lorena se sirvió una variedad de opciones y comenzó a comer con entusiasmo, mientras yo luchaba con el sudor en mis manos, ansiosa por abordar el tema que me había preparado durante años: mi lugar en el negocio familiar.

—¿Cuándo podré empezar a trabajar? —pregunté, rompiendo el silencio en la mesa con un tono cortés.

—Tan entusiasmada, eso me agrada —respondió mi suegro con una sonrisa amplia.

—Tranquila, cariño. Apenas estamos regresando. Tómate un respiro —interrumpió Lorena, sonriendo con condescendencia.

—No, tranquila hija. Cristina tiene razón. Han dedicado tiempo a estudiar, y estoy ansioso por enseñarles el negocio. Mañana mismo empezaremos, ¿verdad, Lorena? —exclamó mi suegro feliz.

—Está bien. Entonces, iré a casa —dije, levantándome de la mesa después de haber comido un poco. Mi familia me esperaba, ya que les había avisado previamente.

—Espera, nuera. Vivirás con nosotros. Pronto serás la esposa de mi hija, y tienes que estar con la familia. ¿A poco no, vieja? —intervino mi suegra.

—Tiene razón. Ya eres una Pérez. Tienes que quedarte con nosotros —añadió mi suegro.

—Lo entiendo, pero solo quiero visitar a mi familia hoy. Ellos me esperan, ¿está bien?

—Pregúntale a tu esposa —dijo mi suegro, señalando a Lorena.

Me acerqué a ella, le di un beso en la mejilla y pregunté:

—¿Me esperas en la noche?

—Está bien. Iré por ti más tarde.

Qué fastidio tener que pedirle permiso a Lorena. Aunque me casara con ella, siempre sería una León. Cristina León. Murmuré mi apellido mientras subía a uno de los vehículos de la finca que me llevaría a casa.

Al llegar, todo estaba igual que antes: el patio bien cuidado, pero con las mismas grietas en las paredes. Me prometí a mí misma que algún día construiría la casa más grande de la zona. Mientras tanto, solo tocaba esperar.

Toqué la puerta, y cuando se abrió, mi madre apareció. Al verla, corrí a abrazarla. Aunque los años habían dejado algunas arrugas en su rostro, seguía luciendo joven para tener más de 40 años.

—¡Cuánto tiempo sin verte, mamá! —exclamé, besando su cabeza, que ahora parecía más baja que yo.

—Mi amor, qué gusto verte. Te estábamos esperando. Pasa, hice un rico pozole como te gusta. Tus hermanos están adentro.

Al entrar, no pude evitar que las lágrimas corrieran por mi rostro. Mis hermanos, algo mayores, se veían felices. Corrieron a abrazarme con entusiasmo.

—Has crecido mucho, Cris —comentó Luis, quien ahora estaba junto a una mujer que no conocía. No pude evitar preguntar:

—¿Y ella quién es?

—Es mi prometida —respondió, y aquello me hizo dar un salto atrás.

—¿Cuándo pensabas decírmelo?

—No quería agobiarte con tus estudios.

—¡Bromeas! Esto es increíble. —Lo abracé con fuerza y me volví hacia la mujer, quien parecía dulce y algo más baja que yo—. Un gusto, soy Cristina. Será un placer ser tu cuñada.

—Es un placer —respondió ella, algo tímida.

—Estás tan cambiada, Cris. Incluso tu ropa es de marca —dijo Juan, inspeccionando mi camiseta.

—Claro, todo lo que tengo es costoso —respondí entre risas.

—Así que tomaste mi consejo —comentó mi hermana Fer, con tono orgulloso.

—Tus consejos fueron muy útiles —respondí, bromeando.

Durante la comida, reímos y hablamos sin parar. Nos sentíamos tan felices después de tanto tiempo separados. Entonces, saqué algo de mi bolso.

—Atención, quiero enseñarles un logro que no es solo mío, sino de nuestra familia. —Mostré mi diploma como egresada en negocios.

Todos aplaudieron emocionados. Mi madre me abrazó de nuevo, mientras mi padre decía:

—Estamos tan orgullosos de ti.

—¡Felicidades, Cris! —exclamaron mis hermanos.

—¿Y ahora qué sigue? —preguntó Luis con curiosidad—. ¿Buscarás un buen empleo para alejarte de esa familia como prometiste?

—No. Voy por más. Los sacaré de esta casa. Me incluiré en el negocio del señor Francisco e, incluso, me casaré con su hija.

El silencio invadió la mesa tras mis palabras.

—Hija, no puedes hacer eso. No quiero que termines en malos pasos —dijo mi padre con una expresión de preocupación.

— Estudiaste en la mejor escuela de España. Encontraré un buen empleo —insistió luis, tratando de persuadirme.

—Basta. Esta decisión está tomada. Yo les prometí darles lo mejor y lo cumpliré. No solo por ustedes, sino por Elizabeth.

El nombre resonó en el ambiente, dejando a todos en silencio. Finalmente, Juan habló con la cabeza gacha.

—No hay avances en la búsqueda de Elizabeth. Sus padres han perdido la esperanza. A pesar de las marchas, nada ha cambiado.

—No se preocupen. Todo se resolverá. Solo tengan paciencia. —Sonreí con determinación. Yo sería la cabeza de los León, y nadie me detendría.