Soy Salma Hassan, una sayyida (Dama) que vive en sarabia saudita. Mi vida está marcada por las expectativas. Las tradiciones de mi familia y su cultura. Soy obligada a casarme con un hombre veinte años mayor que yo.
No tuve elección, pero elegí no ser suya.
Dejando a mi único amor ilícito por qué según mi familia el no tiene nada que ofrecerme ni siquiera un buen apellido.
Mi vida está trasada a mí matrimonio no deseado. Contra mi amor exiliado.
Años después, el destino y Ala, vuelve a juntarnos. Obligándonos a pasar miles de pruebas para mostrarnos que no podemos estar juntos...
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Intrigas
Su frente seguía pegada a la mía, y podía sentir el temblor apenas perceptible de su cuerpo. El tiempo pareció detenerse, suspendido en el abismo de lo que fue y lo que pudo haber sido.
Lentamente, Salma se apartó. Sus ojos, antes llenos de una furia justificada, ahora estaban velados por una niebla de confusión y una tristeza abismal. Miró más allá de mí, como si viera fantasmas en el aire, ecos de un pasado que se negaba a morir.
—¿De verdad me escribiste, Emir?—
Asentí, desesperado por hacerle entender la magnitud de mi verdad.
—Cada semana, Salma. Desde el momento en que me fui. Te conté todo. Mis miedos, mis esperanzas, el porqué no podía volver de inmediato. Te dije que te amaba y que regresaría por ti—
Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla, un rastro brillante en el polvo de la obra.
—Pero... yo nunca recibí nada. Ni una sola. Esperé cada día. Iba al correo. Preguntaba. Y nada. Solo el silencio— Su voz se quebró al final, era una herida abierta que el tiempo no había curado. —Pensé que me habías olvidado. Que habías encontrado a alguien más. Que mis cartas... mis cartas eran una estupidez de niña enamorada—
—No, Salma. Nunca te olvidé. Nunca te traicioné. Alguien... alguien se interpuso entre nosotros—
Ella me miró, con sus ojos buscando una respuesta, una explicación. —¿Pero quién? ¿Por qué?—
No tenía la respuesta.
La pregunta se cernía sobre nosotros, una sombra oscura en la ya compleja situación. Pero en ese momento, una nueva urgencia me invadió.
Había algo más que necesitaba saber, algo que había estado evitando preguntar, pero que ahora, con la verdad de las cartas flotando en el aire, se hacía ineludible.
—Salma. Tu... tu esposo. ¿Lo amas?—
La pregunta colgó pesadamente entre nosotros. Vi cómo su mirada se desviaba, cómo la respuesta no era tan sencilla como un sí o un no.
Se mordió el labio inferior, un gesto que recordaba de nuestros días de juventud, cuando estaba indecisa o angustiada.
—Él... él ha sido bueno conmigo, Emir— dijo. —Cuando te fuiste, cuando el tiempo pasaba y no había noticias, él fue quien estuvo ahí. Me apoyó. Me dio estabilidad. Y nuestra hija...— Su mano subió instintivamente para tocar el collar que llevaba, un pequeño medallón que no había notado antes. —Ella es mi mundo—
La respuesta no era un "sí, lo amo con todo mi corazón", pero tampoco era un "no". Era la respuesta de una mujer que había construido una vida por necesidad, por supervivencia emocional, en ausencia de la que creía perdida.
Mi corazón se encogió. La imagen de esa niña, fruto de esa otra vida, se interponía entre nosotros como un muro invisible pero inquebrantable.
—Entiendo— dije, la palabra apenas en un suspiro. Pero no entendía del todo. No podía entender cómo mis sueños se habían desmoronado tan completamente.
—Emir, tenemos que averiguar qué pasó con esas cartas. Si es verdad lo que dices... si alguien nos hizo esto...— Su voz se apagó, pero la implicación era clara.
En ese momento, el ajetreo de la obra pareció volver a la vida. Un capataz nos llamó desde lejos, recordándole a Salma sus responsabilidades. Ella parpadeó, como si despertara de un trance.
—Tengo que irme. Pero... pero no podemos dejar esto así, Emir—
La verdad de las cartas había abierto una puerta, pero también había desatado una tormenta.
Ya no se trataba solo de mi dolor, o del suyo. Se trataba de una injusticia, de un robo de años, y de vidas.
—No, Salma. No lo dejaremos así. Vamos a averiguar qué pasó. Y vamos a encontrar a quien nos hizo esto—
Ella me dio una última mirada, una mezcla de esperanza, miedo y una chispa de ese viejo fuego que recordaba. Luego, se dio la vuelta y se alejó, perdiéndose entre los andamios y el polvo, llevándose consigo un pedazo de mi corazón y dejando a su paso una estela de preguntas sin respuesta y una promesa tácita de que el pasado, por fin, sería desenterrado.
Yo me quedé allí, observando cómo se alejaba, el peso de la verdad recién descubierta asentándose en mis hombros.
La seguía amando.
Y ahora, la lucha por ella, por nuestra verdad, apenas comenzaba.
POV SALMA
"No lo dejaremos así," había dicho. Y yo... yo le creí. O, más bien, necesitaba creerle.
Las imágenes de mi propia desesperación, de las infinitas veces que había preguntado por el correo, de las noches en vela esperando una señal.
El resentimiento que había alimentado por tantos años, esa amarga capa protectora que me había permitido seguir adelante, se desmoronaba como un castillo de arena.
No me había abandonado.
No me había olvidado.
Alguien nos había robado.
Pero, ¿quién? ¿Y por qué?
Mi mente, entrenada para la lógica y la resolución de problemas en mi trabajo, comenzó a buscar patrones, a conectar puntos en el enrevesado tapiz de mi pasado. Si las cartas nunca llegaron, alguien las interceptó. Alguien que tenía acceso a mi correspondencia, o a la de Emir.
Alguien con un motivo.
Y entonces, como un relámpago en la oscuridad, una imagen se formó en mi mente.
No era una imagen amable, sino una silueta imponente, severa.
Mi padre.
Jalil Hassan.
La idea me golpeó con la fuerza de un puñetazo en el estómago. Mi padre. Él siempre había desaprobado a Emir. Lo consideraba un soñador, un joven sin futuro, indigno de su hija. "No tiene ambición, Salma," había dicho innumerables veces. "No puede darte la vida que mereces."
Recordé las discusiones. Las noches en que mi padre me había prohibido verlo, las amenazas veladas sobre mi reputación si seguía con "ese muchacho". Recordé su alivio, casi palpable, cuando Emir se fue. Y luego, su insistencia, cada vez más fuerte, en que aceptara la propuesta de mi actual esposo, un hombre "respetable", "estable", "con un futuro".
¿Sería posible? ¿Sería mi propio padre capaz de una crueldad tan calculada? El hombre que me había criado, que me había enseñado el valor de la honestidad, ¿podría haber urdido una mentira tan elaborada, tan destructiva, para separarme del hombre al que amaba?
Un escalofrío me recorrió la espalda, a pesar del calor del sol. Si Jalil había hecho esto, no solo nos había robado a Emir y a mí, sino que había construido mi vida actual sobre una base de engaño.
Mi matrimonio, la felicidad de mi hija... ¿todo sería un resultado directo de una manipulación cruel?
El peso de esta nueva sospecha era casi insoportable.
La rabia comenzó a bullir dentro de mí, una rabia fría y cortante, diferente al resentimiento que había sentido por Emir. Esta era la rabia de la traición más profunda, la de ser usada como un peón en un juego que ni siquiera sabía que se estaba jugando.
—No— murmuré para mí misma. —Esto no puede quedarse así— La promesa que le había hecho a Emir se convirtió en un juramento personal.
Tenía que descubrir la verdad. Y si mi padre era el responsable... no sabía qué haría, pero el mundo que conocía se desmoronaría a mis pies.
El juego había cambiado.
Ya no era solo una historia de amor perdido. Era una historia de engaño, de secretos familiares, y de una búsqueda implacable por la verdad.
Y yo, que había construido una vida sobre cimientos falsos, estaba a punto de desenterrarlos...