La fe y la esperanza pueden cruzar las barreras del tiempo y del mismo amor , para mostrarnos que es posible ser felices , con la voluntad de Dios
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CAPITULO 19: “La Familia del Riachuelo”
Las últimas semanas del embarazo de Kirian fueron especialmente duras, ya que su vientre crecía de forma impresionante y le era cada vez más difícil moverse. Su agotamiento era tal que pasaba las noches en vela, con dolores y ansiedad que desvelaban también a Klaus. La preocupación se volvía palpable en el palacio; cada movimiento y gesto de Kiria era observado con cariño y temor. Klaus permanecía siempre a su lado, sosteniendo su mano con una mezcla de amor y preocupación, sin saber cuánto duraría este difícil proceso. Nadie entendía por qué el embarazo parecía tan demandante, pero todos sentían que se acercaba un momento especial, aunque lleno de incertidumbre.
Finalmente, el día del parto llegó. El palacio entero estaba en silencio, expectante y atento. Kirian luchaba contra el dolor con una fortaleza que sólo podía venir del amor y la fe que había depositado en sus oraciones. Klaus, quien nunca se había sentido tan vulnerable, permanecía fuera de la habitación, escuchando con el corazón en la garganta cada sonido que llegaba desde adentro. El tiempo transcurría lento y angustiante; cada minuto se sentía eterno para él. Los gritos de Kirian se volvían ecos dolorosos en los pasillos, y él no podía hacer más que confiar en la habilidad de las parteras y en las promesas que Dios les había hecho.
Después de horas que parecieron días, un llanto agudo rompió el silencio, y Klaus sintió que un peso enorme se liberaba de su pecho. Su corazón, lleno de alivio, palpitaba con una fuerza renovada. Sintió que en ese instante nacía una nueva esperanza. Pero antes de que pudiera procesar del todo la emoción, otro llanto, igual de fuerte, se escuchó en la habitación. Klaus se quedó inmóvil, incrédulo. No sabía que esperar dos bebés, y la sorpresa lo llenó de asombro y emoción. Pronto, la partera salió de la habitación y, con una sonrisa radiante, le informó que Kirian había dado a luz a dos preciosos hijos: un niño, de ojos azules como el cielo, y una niña, con cabellos oscuros y una piel que parecía porcelana.
Klaus cayó de rodillas allí mismo, conmovido hasta las lágrimas, y levantó sus ojos al cielo, agradeciendo por este milagro doble. Lleno de emoción, finalmente entró a la habitación. Allí estaba Kirian, agotada pero radiante, con los dos bebés en sus brazos, y lágrimas de felicidad rodaban por su rostro. Su familia ahora estaba completa, y el amor que los rodeaba era indescriptible.
Los primeros años de los príncipes fueron felices y llenos de dicha. Los dos niños crecían rodeados de amor y cuidado, tanto de sus padres como de sus abuelos, que los consentían en todo lo que podían. Klaus y Kirian se deleitaban en ver cómo sus hijos, fuertes y sanos, llenaban el palacio de risas y aventuras. Cada uno tenía un carácter propio: el príncipe mostraba un porte decidido y noble, mientras que la princesa irradiaba una fuerza y vivacidad que la hacían destacar. Eran queridos por todos, y sus abuelos de ambas familias no perdían oportunidad de malcriarlos y colmarlos de atenciones. Los niños crecían en un ambiente de amor, alegría y respeto, siendo testigos del legado de fe y valentía de sus padres.
Dieciocho años después, los príncipes ya habían dejado atrás su infancia. Ambos eran jóvenes de espíritu fuerte y nobleza, herederos no sólo del título real, sino de los valores que sus padres les habían inculcado. El príncipe, con su porte imponente y una presencia que irradiaba seguridad, se había convertido en un joven militar distinguido. Durante una de sus misiones, conoció a una joven en un pueblo vecino, una chica con un problema en sus piernas, que la hacía vivir sumida en la tristeza y los complejos. Aunque ella se sentía insignificante, él decidió conquistarla, determinado a demostrarle su valor y a mostrarle que era digna de amor y respeto.
Mientras tanto, su hermana, la princesa, había crecido con un espíritu audaz e indomable. Su fortaleza la había llevado a desear convertirse en guerrera, algo que sus padres no estaban dispuestos a permitir. Sin embargo, ella no se resignó; disfrazada como un soldado más, siguió a su hermano en secreto a una de las misiones del reino. Klaus descubrió su travesura, y aunque se sintió decepcionado, no pudo evitar admirar el valor y la determinación de su hija. Como castigo, le prohibió entrenarse con los soldados, pero durante aquellos entrenamientos, la princesa había conocido a un soldado valiente y noble, de quien se había enamorado. Sin embargo, sus padres no aceptaban aquella relación, considerándola inadecuada para una princesa.
Con estos dilemas, la historia de los príncipes queda en un punto de espera, enredada en los secretos de sus corazones y las luchas por cumplir sus sueños. El príncipe, con la misión de ayudar a su amada a encontrar la seguridad en sí misma, y la princesa, decidida a defender su amor y demostrar que su corazón también merece ser escuchado, enfrentan retos que definirán sus destinos. ¿Podrán los dos jóvenes príncipes lograr sus sueños y vencer los obstáculos que se interponen en su camino? Qué les deparar el futuro a estos herederos, en cuyas manos está el legado de un amor que nació junto a un riachuelo y se fortaleció con la fe y la perseverancia de sus padres.