Soy Bárbara Pantoja, cirujana ortopédica y amante de la tranquilidad. Todo iba bien hasta que Dominic Sanz, el cirujano cardiovascular más egocéntrico y ruidoso, llegó a mi vida. No solo tengo que soportarlo en el hospital, donde chocamos constantemente, sino también en mi edificio, porque decidió mudarse al apartamento de al lado.
Entre sus fiestas ruidosas, su adicción al café y su descarado coqueteo, me vuelve loca... y no de la forma que quisiera admitir. Pero cuando el destino nos obliga a colaborar en casos médicos, la línea entre el odio y el deseo comienza a desdibujarse.
¿Puedo seguir odiándolo cuando Dominic empieza a reparar las grietas que ni siquiera sabía que tenía? ¿O será él quien termine destrozando mi corazón?
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La suegra
Cuando Dominic se disponía a besarla nuevamente, ambos se sorprendieron al escuchar a dos voces conocidas en la puerta.
Dominic se apresuró hacia la habitación de Bárbara con movimientos rápidos y silenciosos, pegado a las paredes como si estuviera en una misión encubierta. Bárbara, aún recuperándose del torbellino de emociones y sensaciones, trató de disimular mientras escuchaba el sonido de la llave girando en la puerta.
La puerta se abrió, y la madre de Bárbara entró con una expresión mezcla de curiosidad y sorpresa, mientras hablaba en alta voz con su esposo por teléfono.
—¡Hija! ¿Qué haces aquí tan temprano? Pensé que estarías trabajando horas extras.
Bárbara, aún acomodándose el cabello y la ropa, fingió una sonrisa despreocupada.
—Ah, mamá, terminé antes de lo esperado. Decidí venir a casa y relajarme un poco.
—¿Relajarte? —preguntó su madre mientras inspeccionaba la sala con ojos inquisitivos—. ¿Y por qué hay dos tazas de café aquí? ¿Tienes visita?
Bárbara tragó saliva y, sin perder la compostura, respondió con rapidez:
—Oh, sí, Claudia pasó un rato antes de regresar al hospital. Estábamos poniéndonos al día.
Su madre asintió lentamente, pero sus ojos todavía parecían buscar algo. O alguien.
Mientras tanto, Dominic estaba escondido en la habitación, sentado en el suelo detrás de la cama. Respiraba con cuidado, tratando de no hacer ruido. Escuchaba cada palabra del intercambio entre Bárbara y su madre, preguntándose cuánto tiempo tendría que quedarse allí.
—Bueno, ya que estoy aquí, aprovecho para verte un rato. Y traerle comida a Cleo y Max, que seguro ya están pidiendo.
Bárbara lanzó una mirada rápida hacia los gatos, que, para su fortuna, estaban tranquilos, lamiéndose las patas después de comer.
—Gracias, mamá, pero ya les di de comer. En serio, no era necesario que vinieras.
—Siempre es bueno pasar tiempo contigo, Bárbara —dijo su madre mientras se sentaba en el sofá y cruzaba las piernas, claramente dispuesta a quedarse un rato.
Bárbara sintió una mezcla de nervios y frustración. Dominic estaba atrapado en su habitación, y no tenía idea de cómo sacarlo de allí sin levantar sospechas.
—Eh, mamá, ¿te gustaría un té? —preguntó, tratando de ganar tiempo.
—Claro, hija.
Bárbara fue a la cocina, sirvió el té rápidamente y regresó, deseando que la visita terminara pronto.
Mientras tanto, Dominic aprovechó la oportunidad para mirar a su alrededor en la habitación. En una esquina, vio una pila de libros, varios de ellos relacionados con medicina, y en el tocador, un pequeño marco con una foto de Bárbara y su madre. Sonrió al darse cuenta de cuánto la estaba conociendo en tan poco tiempo.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, la madre de Bárbara terminó su té y se levantó.
—Bueno, me alegra verte, hija. Pero no quiero interrumpir más tu descanso.
—Claro, mamá. Gracias por venir —dijo Bárbara, acompañándola hasta la puerta.
Cuando finalmente cerró la puerta detrás de su madre, Bárbara apoyó la frente contra ella y suspiró profundamente.
—¿Se fue? —preguntó Dominic en voz baja desde la habitación.
Bárbara se giró y lo encontró asomando la cabeza desde la puerta de su habitación, con una expresión mitad divertida, mitad incómoda.
—Sí, ya puedes salir.
Dominic salió lentamente, todavía en silencio, y ambos se miraron durante un momento antes de estallar en risas.
—Esto fue… interesante —dijo Dominic, pasando una mano por su cabello.
—Eso es poco decir —respondió Bárbara, cruzándose de brazos—. ¿Sabes el infarto que casi me da?
—¿Y crees que yo estaba tranquilo, gateando como un espía?
Ambos rieron de nuevo, y Dominic dio un paso hacia ella, poniéndose serio de repente.
—Bárbara, sé que esto fue una locura, pero no quiero que nada de esto cambie lo que pasó antes de que tu madre llegara.
Ella lo miró, sorprendida por su tono.
—¿Lo dices en serio?
—Totalmente. No voy a dejar que un momento incómodo nos aleje.
Bárbara lo miró fijamente, y aunque todavía sentía algo de vergüenza por lo sucedido, no pudo evitar sonreír.
—Bien, pero si mi madre vuelve a aparecer, esta vez te escondes mejor. No quiero preocuparla y que no se ponga tan intensa.
Dominic soltó una carcajada y la abrazó.
—Trato hecho.
Bárbara sintió el calor del abrazo de Dominic y, por un momento, se permitió relajarse. Estaba claro que su vida había dado un giro inesperado desde que él había entrado en escena, pero, por alguna razón, no podía imaginar volver a su rutina sin él.
—¿Qué tal si hacemos algo más seguro para terminar este día? —propuso Dominic, soltándola un poco pero sin apartarse del todo.
—¿Algo seguro? —preguntó ella, arqueando una ceja con humor.
—Sí, algo que no implique madres apareciendo por sorpresa o gatos maullando justo en el momento menos indicado —bromeó.
Bárbara soltó una risa ligera y asintió.
—Está bien, pero no tienes permitido tocarme mientras Cleo y Max estén cerca. Parece que tienen un sexto sentido para arruinar momentos.
—Prometido —dijo Dominic con una sonrisa encantadora mientras levantaba la mano derecha como si hiciera un juramento solemne.
Ambos decidieron ordenar comida y poner una película, algo simple que los ayudara a relajarse después de toda la tensión del día. Bárbara se acurrucó en un extremo del sofá con Cleo en su regazo, mientras Dominic se sentaba a su lado con Max observándolo desde el suelo como si lo estuviera evaluando.
—Creo que Max no confía en mí —comentó Dominic, tomando un pedazo de sushi de la bandeja que habían pedido.
—Max no confía en nadie al principio. Pero, si le das un poco de tiempo, quizá incluso te permita acariciarlo —respondió Bárbara, sonriendo mientras le daba un pequeño bocado a Cleo.
La película transcurrió en un ambiente cómodo. De vez en cuando, Dominic hacía un comentario sarcástico sobre alguna escena, y Bárbara se reía, olvidándose por completo de los momentos incómodos del día.
Cuando la película terminó, Bárbara se dio cuenta de que Dominic la estaba mirando, no de forma incómoda, sino con una expresión suave que le hizo sentir un cosquilleo en el estómago.
—¿Qué pasa? —preguntó, fingiendo una indiferencia que claramente no sentía.
—Nada, solo... me gusta verte reír.
Bárbara sintió que el calor subía a sus mejillas, pero antes de que pudiera responder, Cleo se levantó de su regazo y saltó al suelo, aparentemente aburrida de la falta de atención.
—Bueno, creo que Cleo ya no quiere compartir el protagonismo —dijo Dominic, riendo.
—Es muy territorial —admitió Bárbara mientras se levantaba para recoger los platos.
Dominic la detuvo, poniendo una mano sobre la suya.
—Déjalo, yo me encargo. Tú has tenido suficiente estrés por hoy.
—No necesito que me cuides todo el tiempo, ¿sabes?
—Lo sé, pero quiero hacerlo.
Dominic recogió los platos y se dirigió a la cocina. Bárbara lo observó por un momento, sintiéndose extrañamente cómoda con la idea de que alguien más compartiera su espacio de esa manera.
Mientras Dominic lavaba los platos, Bárbara se quedó en el sofá, jugando distraídamente con Max, quien finalmente había decidido que ella merecía su atención.
Cuando Dominic terminó, volvió al sofá y se sentó a su lado.
—¿Crees que Cleo y Max me aceptarán algún día?
—Depende. ¿Planeas quedarte lo suficiente para que eso pase?
Dominic la miró fijamente, y su respuesta fue clara y directa.
—Sí.
Bárbara no pudo evitar sonreír. Tal vez, después de todo, había algo en él que valía la pena explorar, incluso si los gatos decidían que nunca sería de su agrado.
/Shy/