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EL DESTINO DE SER REINA (REINA ISABEL 1 DE INGLATERRA)

EL DESTINO DE SER REINA (REINA ISABEL 1 DE INGLATERRA)

Status: Terminada
Genre:Completas / Amantes del rey / El Ascenso de la Reina
Popularitas:3k
Nilai: 5
nombre de autor: Luisa Manotasflorez

Este relato cuenta la vida de una joven marcada desde su infancia por la trágica muerte de su madre, Ana Bolena, ejecutada cuando Isabel apenas era una niña. Aunque sus recuerdos de ella son pocos y borrosos, el vacío y el dolor persisten, dejando una cicatriz profunda en su corazón. Creciendo bajo la sombra de un padre, el temido Enrique VIII, Isabel fue testigo de su furia, sus desvaríos emocionales y su obsesiva búsqueda de un heredero varón que asegurara la continuidad de su reino. Enrique amaba a su hijo Eduardo, el futuro rey de Inglaterra, mientras que las hijas, Isabel y María, parecían ocupar un lugar secundario en su corazón.Isabel recuerda a su padre más como un rey distante y frío que como un hombre amoroso, siempre preocupado por el destino de Inglaterra y los futuros gobernantes. Sin embargo, fue precisamente en ese entorno incierto y hostil donde Isabel aprendió las duras lecciones del poder, la política y la supervivencia. A través de traiciones, intrigas y adversidades

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Capitulo 16

Capítulo: La Ira de la Reina

Me encontraba en mi despacho, rodeada de papeles y documentos que exigían mi atención. Las luces del atardecer se filtraban por las ventanas, proyectando sombras danzantes en las paredes del lugar. Mis pensamientos giraban en torno a los asuntos del reino: cartas de los embajadores, informes sobre las finanzas y las tensiones con España. La carga de gobernar pesaba sobre mis hombros, y no necesitaba distracciones.

De repente, un guardia irrumpió en la habitación, su rostro reflejaba una mezcla de aprehensión y urgencia.

—Su Majestad, el Señor Dudley solicita una audiencia. Dice que es de suma importancia —anunció, intentando mantener una postura firme.

—Dile que no estoy disponible, —respondí con firmeza, sintiendo que la sola mención de su nombre encendía una chispa de frustración en mi interior.

Pero antes de que pudiera ordenar al guardia que se retirara, la puerta se abrió de golpe y Robert Dudley entró sin ser invitado. Su presencia llenó la habitación, y una tensión palpable se instaló entre nosotros.

—Isabel, —comenzó con un tono que pretendía ser suave—. Necesito hablar contigo.

La ira burbujeaba dentro de mí, y sentí cómo mi paciencia se desvanecía rápidamente.

—¡Robert! —exclamé, sin poder contenerme—. ¿Cómo te atreves a entrar sin permiso? Soy la reina, y esta es mi corte. No tienes el derecho de desafiar mi autoridad de esta manera.

Su expresión cambió a una mezcla de sorpresa y desafío, como si esperara que mis palabras no tuvieran peso.

—No vine a desobedecer, Isabel. Vine porque te necesito. Hay cosas que debemos discutir, cosas que afectan a nuestro futuro.

—¿Nuestro futuro? —replicé, cruzando los brazos, sintiendo que el calor de la rabia subía por mi cuerpo—. ¿Acaso piensas que tengo tiempo para tus caprichos? Estoy gobernando un reino, y tu presencia solo complica las cosas.

Robert dio un paso adelante, su mirada ardía con una mezcla de determinación y angustia.

—No se trata de caprichos, Isabel. Se trata de mí, de ti, de lo que podríamos ser. No puedo simplemente alejarme y dejar que esto termine así.

La rabia me consumía, y lo señalé con un dedo firme.

—¡Eres un imprudente, Robert! Si no entiendes que este reino necesita una reina fuerte y decidida, entonces no entiendes nada. Mi deber es con Inglaterra, no con un amor que podría debilitar mi reinado.

La atmósfera se tornó densa, y aunque mi corazón se debatía entre la ira y el dolor, sabía que debía mantenerme firme. La lucha por el poder era constante, y cada decisión que tomaba tenía consecuencias.

—Si no puedes aceptar eso, —continué, con voz cortante—, entonces deberías considerar tu lugar. Esta no es una historia de amor, Robert; es una cuestión de estado.

Su mirada se endureció, pero por un instante, vi la herida en su interior. Sin embargo, no podía permitirme sentir compasión.

—Eres un hombre de honor, Robert. Pero mi honor como reina exige que te alejes. Debes encontrar tu camino, y te advierto: no entrarás más en esta habitación sin mi permiso.

Con un movimiento decidido, me giré hacia mi escritorio, volviendo a concentrarme en los papeles que me aguardaban. La conversación había terminado, y con ella, el eco de nuestra relación se desvanecía. Robert dudó un momento, y luego salió de la habitación, la puerta cerrándose tras él con un golpe seco.

Mientras me sentaba en mi silla, el peso de la decisión me aplastó, pero sabía que había hecho lo correcto. No podía dejar que las emociones nublaran mi juicio. Isabel Tudor debía ser más que una mujer con un corazón dividido; debía ser la reina que Inglaterra necesitaba.

Con determinación renovada, volví a mis deberes, consciente de que cada día presentaría nuevos desafíos, pero decidida a enfrentarlos con la fuerza de una verdadera monarca.

La Verdad de Isabel

La tensión en el aire era palpable. Después de que Robert entró sin permiso, su mirada intensa me atravesaba, y las palabras que estaba a punto de pronunciar resonaban en la sala como un eco amenazante.

—Dime que me amas, Isabel. Dímelo y dejaré todo esto atrás. Si no me amas, me iré y no volveré a hablar de este asunto. —Su voz temblaba ligeramente, pero la determinación en sus ojos era inquebrantable.

Sentí que mi corazón se estrujaba. La tentación de ceder, de dejar que los sentimientos me arrastraran, estaba presente, pero mi deber como reina era más fuerte que cualquier deseo personal.

—No te amo, Robert —respondí con firmeza, tratando de mantener la calma mientras las emociones revoloteaban en mi interior. ¿Qué me darás? No tienes títulos ni tierras que ofrecer. Tu amor solo apareció después de que fui reina, cuando el poder me rodeaba.

Su rostro se tornó pálido, y un atisbo de dolor cruzó por sus ojos. Pero yo sabía que no podía dar marcha atrás. La política y el amor rara vez se mezclaban con éxito en mi mundo.

—¿Te has comprometido con esa bella mujer? —proseguí, recordando la promesa que Robert había hecho a otra. Es un acuerdo que implica títulos y tierras, algo que es parte del juego político. Te necesitan, y lo que siento por ti no es suficiente para hacerme olvidar eso.

—Isabel, tú eres mi único deseo. —Su voz era un susurro, pero no había nada de romántico en su insistencia. Era un desafío.

—No, Robert. —Mis palabras fueron como un golpe. No puedo ser tu amor. No soy solo una mujer, soy la reina de Inglaterra. Mis decisiones deben estar basadas en la razón, no en el deseo. Tu futuro está ligado a esa mujer, y yo tengo el deber de mantener el reino unido.

La tristeza se apoderó de su rostro. Me miraba con una mezcla de frustración y tristeza, como si quisiera que mis palabras fueran diferentes. Pero sabía que era lo correcto.

—No me hagas esto. No me dejes.

—No puedo hacer lo que me pides. —Le respondí, sintiendo la firmeza de mi voz a pesar del nudo en mi garganta. Debo priorizar la estabilidad de mi reino.

Robert se quedó en silencio, su mirada perdida. Finalmente, comprendió que mi decisión era irrevocable.

—Así que esto es el final, entonces. —dijo con una tristeza que resonaba en sus palabras.

—Es el final de una historia que no puede ser. —Le dije, sintiendo que cada palabra me dolía. No hay lugar para nosotros en este reino.

La despedida estaba en el aire, y el vacío que dejaba era palpable. Robert dio un paso atrás, y mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, sabía que no podía mostrar debilidad.

—Ve con tu compromiso. Encuentra tu felicidad. —dije, intentando poner fin a esta conversación.

Con un gesto decidido, me volví hacia mi escritorio, evitando su mirada. El sonido de sus pasos alejándose resonó en la habitación, y con cada paso, el peso de mi decisión se hacía más pesado.

En ese instante, supe que había cerrado una puerta, pero también sabía que había hecho lo correcto. La corona no solo representaba el poder, sino también el sacrificio. Isabel Tudor debía ser fuerte, y mi amor por Inglaterra debía ser más grande que cualquier otro.

Con el corazón adolorido, pero la mente clara, regresé a mis papeles, lista para enfrentar los desafíos que venían, sabiendo que cada decisión que tomara sería por el bien de mi reino.

La Sombra de la Usurpadora

El día estaba nublado cuando me senté en mi estudio, observando por la ventana los campos de Inglaterra. Sin embargo, la tranquilidad se desvanecía al pensar en mi prima, Mary Stuart, que se encontraba en Francia, y en los rumores que corrían sobre su ambición por el trono inglés. Una furia silenciosa crecía dentro de mí.

Mary, descendiente de mi padre, había sido considerada como una posible rival desde el momento en que había sido proclamada reina de Escocia. Los partidarios de su causa estaban atacando nuestras fronteras, deseosos de derrocarme y colocándola a ella en el trono inglés. La idea de que alguien pudiera desear mi puesto era intolerable.

Era un conflicto político complicado, y mi consejo privado estaba al tanto de la situación. Me sentía tranquila, pero al mismo tiempo, la rabia burbujeaba en mi interior. Sabía que no podía darles el lujo de pensar que podían ganar.

—¿Qué se puede hacer, Su Majestad? —preguntó uno de mis consejeros, su voz grave llenando la habitación.

—Lo que sea necesario, —respondí con firmeza, manteniendo la mirada fija en el horizonte. No permitiré que Mary tome el trono que me pertenece.

Las cartas de los nobles que apoyaban a Mary llegaban a mi mesa, algunas llenas de promesas de lealtad y otras amenazantes. Sentía que cada una de ellas era un desafío directo a mi autoridad, y no estaba dispuesta a ceder.

—La lealtad a su causa está creciendo. —dijo otro consejero, con una expresión de preocupación. Los escoceses están descontentos con su situación, y eso podría volverse en nuestra contra.

La preocupación era válida, pero mi determinación era más fuerte.

—Si es necesario, —comencé, mis palabras llenas de resolución, haré lo que sea necesario para mantener mi posición. Esta es mi Inglaterra, y no permitiré que una usurpadora como Mary ponga en peligro mi reino.

Mis súbditos debían entender la gravedad de la situación. Así que convoqué a una reunión de emergencia con mis nobles. La sala estaba llena de rostros serios y atentos mientras me dirigía a ellos.

—Nobleza de Inglaterra, —comencé, mi voz resonando en el aire tenso. Estamos enfrentando una amenaza desde el norte. Los partidarios de Mary Stuart creen que pueden desestabilizar nuestro reino, pero yo les aseguro que eso no ocurrirá.

Miré a cada uno de ellos, esperando que entendieran la gravedad de la situación. Mary no es solo una prima; es una rival que tiene sed de poder. Y no permitiré que su ambición comprometa nuestro futuro.

El murmullo de mis nobles aumentó, y el peso de sus miradas me instó a seguir.

—Debemos unirnos más que nunca. —dije con firmeza. Si Mary cree que puede invadir nuestras fronteras con la esperanza de que los escoceses se alisten a su lado, se equivoca. Necesitamos fortalecer nuestras defensas y mantenernos alerta.

Había fuego en mis venas, y sabía que necesitaba que ellos compartieran esa misma pasión. La lealtad a mi causa y la defensa de mi trono eran imprescindibles.

—Haré lo que sea necesario para proteger a este reino. —aseguré. Si es necesario, llamaremos a la guerra. Pero este reino permanecerá en pie, y yo, Isabel, no me rendiré.

Al final de la reunión, el sentimiento de determinación se palpaba en el aire. Mis nobles estaban listos para luchar, y su apoyo me daba la fuerza necesaria para enfrentar cualquier adversidad.

Mientras me retiraba de la sala, la ira de saber que Mary deseaba arrebatarme lo que era mío me seguía quemando. No le daría la satisfacción de pensar que podía ocupar mi lugar.

En el fondo de mi ser, sabía que esto era solo el comienzo de una lucha más grande. Pero con cada desafío, mi resolución se fortalecía. No permitiría que la sombra de la usurpadora cubriera mi reino.

La Sombra de María

La noticia de que María, Reina de Escocia, había sido casada con el delfín de Francia resonaba en mis oídos como un tambor de guerra. Sabía que este matrimonio no era solo un símbolo de alianza, sino una jugada política destinada a asegurar su poder. Mientras me acomodaba en mi trono, el peso de la situación me abrumaba. María no solo era una prima; era una amenaza que debía ser contenida.

La situación era tensa. Mi madre siempre había sido muy cuidadosa con las alianzas y ahora, con María en la corte francesa, tenía un respaldo que le otorgaba fuerza y seguridad. Cada movimiento que hacía María era vigilado por mis espías, quienes me informaban sobre sus actividades, pero la realidad era que ella estaba en un lugar donde podía mover sus piezas con libertad.

—Su Majestad, —dijo uno de mis consejeros mientras entraba en la sala, su rostro pálido por la preocupación. —Se rumorea que su madre, María de Guisa, ha estado trabajando para consolidar el poder de María en Francia. Sus hermanos han sido vistos cerca de la frontera, y se teme que intenten capturarla o eliminarla.

La noticia de que los hermanos de María estaban tras ella me inquietaba. El hecho de que desearan su muerte o su captura no era solo un ataque a su persona, sino también un ataque a mi reinado. Si lograban neutralizar a María, podrían intentar posicionarse en su lugar, fomentando la discordia entre mis súbditos.

—Debemos actuar con precaución, —respondí, midiendo mis palabras. —No podemos permitir que la situación se descontrole. Si los hermanos de María intentan algo, será nuestra oportunidad para desbaratar sus planes.

Mis pensamientos estaban enredados en un mar de posibilidades. Cualquier error podría costarme el trono. Si María caía en manos de sus hermanos, su muerte podría convertirla en mártir, y yo no podía darles ese lujo.

—Necesitamos fortalecer nuestras fronteras, —continué. —No podemos permitir que el conflicto de Escocia se filtre en Inglaterra. Deberíamos establecer patrullas más frecuentes y enviar espías a la corte francesa para asegurarnos de que estamos al tanto de cualquier plan en su contra.

El consejero asintió, tomando nota de mis órdenes. Era esencial actuar antes de que el conflicto estallara.

—Además, —agregué, recordando las alianzas que había cultivado, —debemos buscar apoyo en los nobles de Escocia. Si hay algún descontento hacia la familia de María, necesitamos aprovecharlo a nuestro favor.

Mientras hablaba, la idea de hacer un movimiento decisivo me resultaba cada vez más tentadora. Si lograba desestabilizar a María en Francia, podría debilitar su posición en Escocia y eliminarla como una amenaza.

La estrategia comenzaba a tomar forma en mi mente. Era hora de actuar con astucia y deliberación. María Stuart era astuta, pero yo había enfrentado mayores adversidades.

A medida que el día avanzaba, las sombras se alargaban en la sala, reflejando la creciente inquietud en mi corazón. La lucha por el poder estaba a la vista, y debía prepararme para lo que viniera. No solo era mi trono lo que estaba en juego, sino también la estabilidad de Inglaterra.

Con la determinación renovada, convoqué a mis consejeros y les ordené que prepararan un plan. Los vientos de la guerra soplaban, y yo estaba decidida a ser la tormenta que cambiaría el rumbo de la historia.

La noche caía, y mientras miraba las llamas de las antorchas danzar en la penumbra, sabía que la lucha por el trono apenas comenzaba. María y sus aliados estaban a punto de descubrir que no había nada más peligroso que una reina decidida a proteger su reino.

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