JADE

Braxton no tenía miedo. Observó cómo Jade se movía a su alrededor, tratando de mantenerse ocupada. Sus heridas sanarían. Ni siquiera había preguntado cómo eran los otros chicos, y no era necesario. Estaban todos muertos, hasta el último de ellos.

Había sido una trampa, pero el gángster idiota que había puesto a sus hombres en el desafío de eliminarlo no se había quedado para ver cómo terminaba. Ese fue su primer error. El segundo era asumir que una habitación llena de soldados podría eliminarlo.

"¿Estás cómodo?" Preguntó Jade, extendiendo la mano detrás de él para acomodar las almohadas.

Él la rodeó con sus brazos, negándose a dejarla ir.

"No exactamente."

Ella dejó escapar un pequeño grito ahogado y él la colocó en posición para que quedara a horcajadas contra su cuerpo. Llevaba aquí un par de días. Jade había dormido a su lado y le encantaba verla dormir. Cada mañana, había visto la conmoción en su rostro mientras lo miraba todavía allí.

Ella se levantaba de la cama, iba al baño, le preparaba el desayuno y luego le preguntaba si necesitaba algo. Incluso se había ofrecido a quedarse en casa con él, pero él no quería correr el riesgo de alterar su horario.

La gente lo buscaba y hasta ahora pudo mantener un perfil bajo. No tenía intención de salir de su apartamento hasta que estuviera lo suficientemente en forma como para eliminar al hijo de puta que pensaba que podía atacarlo.

Pasó la mayor parte del día planeando su venganza. Bueno, en realidad no fue una venganza. Ese estúpido cabrón no le había dejado otra opción. Si le permitía vivir, entonces, simplemente, otras personas y contratos lo tratarían como a un tonto, y él no iba a permitir eso.

El gángster firmó su sentencia de muerte en el momento en que tendió la trampa. Todo lo que tenía que hacer era esperar para entregarlo.

Sabía que a él también le había llegado trabajo, pero lo había ignorado. Por ahora, estaba concentrado en una sola persona: Jade. Ella había sido una distracción para él. Otros hombres podrían estar enojados consigo mismos por permitir que su mujer consumiera por completo sus pensamientos. No Braxton. Pensar en Jade, imaginar el tiempo que pasó con ella, le dio una sensación de paz. Uno al que no estaba dispuesto a renunciar.

Y así, mientras la acercaba, sus heridas ya no le dolían, miró fijamente sus hermosos ojos marrones. Braxton había tomado la decisión de que no la dejaría ir. Sabía que podía cuidar de ella, mantenerla a ella y a cualquier familia que tuvieran a salvo. Todo lo que tenía que hacer era manejar esta situación final y entonces todo quedaría claro.

"Encuentro esto difícil de creer. Eres feliz conmigo sentado en tu regazo. ¿No sientes dolor? Vi tus heridas”. Ella frunció los labios y parecía tan severa y linda al mismo tiempo. No podía tener suficiente de ella. Ella lo volvía loco.

Muchas noches, cuando había estado lejos de ella, su dolorido cuerpo le había contado una historia. Uno que estaba bastante desesperado y hambriento por esa mujer. Quería estar hasta las pelotas dentro de ella todo el maldito tiempo. Eso nunca cambió. Él simplemente… la anhelaba.

Cada segundo de cada día.

Braxton había intentado pensar en ella con otro hombre, pero nunca terminó bien. No quería pensar en ella con nadie más que él. Sólo él. Él la deseaba, la ansiaba, la ansiaba, estaba desesperado por ella.

Acariciando su mejilla, hundió los dedos en su cabello y luego la atrajo hacia él, acercándola. Presionó su rostro contra su mejilla y luego se deslizó hacia atrás, besando el pulso en la base de su cuello. Escuchó su brusca inhalación y pasó la lengua por el pulso. Antes de terminar, usó sus dientes, mordiendo, no demasiado fuerte pero lo suficiente como para hacerla jadear y gemir. Joder, esos sonidos iban directo. Quería dentro de ella con todas sus fuerzas.

Llevaba una camisa de gran tamaño y un par de pantalones de estar por casa. Él tiró de la camisa, librando su cuerpo del objeto ofensivo. Ella no se había puesto sostén y él gimió, agarrando esas deliciosas tetas, presionándolas y jugueteando con los pezones. Sus pulgares se deslizaron hacia adelante y hacia atrás, y luego la agarró por la espalda, acercándola a él, y se llevó uno de esos pezones a la boca. Chupó el pico y la escuchó gemir. Braxton tampoco fue gentil. Soltando un pezón, se deslizó y fue al segundo, prodigando el mismo tipo de atención a ese también.

Otro gemido escapó de sus labios y a él le encantaron los sonidos. Así era como él siempre quiso que ella fuera. Ella se movió contra él y supo que quería que él la tocara, que la acariciara.

Él le soltó las tetas y luego la empujó hacia atrás, quitándole los pantalones y, durante el proceso, ella soltó una pequeña risita. Esa diversión pronto se convirtió en placer cuando él presionó un dedo contra su centro. Movió su pulgar hacia adelante y hacia atrás contra su manojo de nervios, volviéndola loca mientras lo hacía. Su nombre salió de sus labios. El sonido estaba lleno de placer y no podía tener suficiente, pero también necesitaba probarla.

Los sonidos que ella hacía iban directos a su eje. Quería simplemente estar dentro de ella. Tomarla fuerte y rápido para que se olvidara de todo y solo recordara cómo estaba él en este momento, en este día.

"¡Por favor!"

Braxton metió dos dedos dentro de ella y empezó a estirarlos. Dentro y fuera, presionó, trabajandola, y luego añadió un tercer dedo. Ella todavía estaba tan apretada. Comenzó a lamerla, moviéndose hacia adelante y hacia atrás, acercándola a la cima, sin permitirle ir al borde pero manteniéndola en equilibrio en el precipicio. Él la quería empapada antes de que ella lo tomara.

Otro gemido, otro gemido, y luego, cuando supo que ella no podía soportar más la espera o el placer, la empujó al límite y ella cayó allí con un gemido. Gritando su nombre, suplicándole, se lo dio todo. Trabajandola hasta que no pudo pensar con claridad.

Incluso cuando llegó a la cima hacía tiempo que había abandonado su cuerpo, él no podía tener suficiente de su sabor, así que la empujó hacia un segundo. Esta vez, no esperó ni le dio tiempo a que se pudriera, la empujó hasta el límite. Esta vez ella estaba temblando y su cuerpo no parecía obedecer. La levantó en sus brazos y la sentó en su regazo.

Ella le puso las manos sobre los hombros y luego lo miró. Pasaron los segundos y él se interpuso entre ellos. Jade se levantó y lo ayudó a alinear la punta contra su centro, y lentamente él la jaló hacia abajo sobre su longitud. Esta vez ambos gimieron.

Él puso sus manos en sus caderas y la empujó hacia abajo esos últimos centímetros, y ella gritó su nombre. Dulce música para sus oídos mientras resonaba en las paredes. Sólo el nombre de un hombre saldría de sus labios. Eso sería suyo, cada vez.

Ella le pertenecía.

Era todo suyo.

Cada parte de ella.

Apartando parte del cabello de su rostro, la miró a los ojos y vio esas profundidades marrones mirándolo fijamente. Amaba a esta mujer. Braxton lo sabía ahora. Para él estaba claro como el día. Él la amaba y no había manera de que la abandonara. Había intentado alejarse, irse, permitir que alguien más estuviera con ella, pero no iba a suceder.

Jade era suya. Ella le pertenecía y no había manera de que él pudiera dejarla ir. Cualquier hombre que se acercara a ella iba a morir. Nadie lo reemplazaría.

Sosteniendo sus caderas, comenzó a mecerla hacia arriba y hacia abajo.

Braxton no estaba acostumbrado a querer nada. Toda su vida estuvo acostumbrado a que le quitaran cosas. Cuando finalmente salió de esa maldita granja, sin mirar atrás, no poseía nada. No tenía nada en su vida que le pudieran arrebatar. Hasta Jade.

Tenía mucho dinero. Se había ganado su riqueza, pero no compró cosas con ella, nada de valor. Simplemente existió de un trabajo a otro. Hasta que encontró a Jad e, su razón de vivir. Ella le dio un propósito, y después de que él se ocupara del negocio, pasaría el resto de su vida haciéndola feliz. No quería verla nunca triste.

“¿Braxton?” ella preguntó.

"Sí bebé." Se mantuvo quieto dentro de ella.

Ella tomó su rostro y lo miró a los ojos. "Te amo."