Cómo Agua Entre Los Dedos

Penny se levantó con un fuerte dolor de cabeza y desorientada no recordaba como había regresado a su apartamento, reviso su cuerpo dándose cuenta de que aún tenía el puesto el vestido brillante. Con las pocas fuerzas que tenía logro ponerse de pie y abrió la puerta para llamar a Martina.

—¡Martina, Martina!.

— ¿Estás bien?, ¿cuándo te levantaste?.

— Te voy a matar, me duele la cabeza y no puedo caminar.

— Penny eso se llama resaca. No volverás a tomar nunca más eres insoportable. Menos mal que el idiota llegó por qué de lo contrario no te hubiera metido al apartamento.

— Deja de hablar, ¿de quién estás hablando?.

— De Santiago.

— Lo que faltaba, ayúdame a ir al baño que voy a vomitar mi vida. No volveré a hacerte caso de nuevo.

— Al menos tienes una anécdota para tus hijos.

— Ahora eres payaso.

La extrovertida mujer ya estaba preparada para los gritos de su prima, se había levantado temprano para preparar un caldo de costillas que levantaría cualquier muerto, además se surtió de buena agua de coco para evitar la deshidratación de ella. Era primera vez que hacía algo así para otra persona, pero su querida lo merecía por su idea estaba vomitando y maldiciendo entre dientes.

— ¿Te sientes mejor?. Mira, te preparé un caldo de costilla que te aliviará en un rato.

— Gracias, huele bien. De cuánto acá tú cocinas.

— Me ofendes, desde que vivo sola he aprendido a hacer uno que otro plato, pero mi especialidad son las lasañas.

— ¿Lasañas?.

— Es un plato práctico para recalentar en el horno.

— Si mi madre te viera, te golpearía sin pensarlo.

— Extrañas a Ofelia.

— No puedo mentir, si la extraño a pesar de muchas cosas negativas. Mi padre me dijo que está muy tranquila, pues decidieron retomar su luna de miel.

— Eso escuché, se lo tenía guardado.

— ¿Qué cosa?.

— Lo caliente que es. Mi padre una vez me lo dijo que cuando recién se casaron tus padres no salían del cuarto ni para comer.

— Me acabas de dañar la sopa.

— Cállate y cómetela, mientras respondo algunos mensajes.

En casa dos santos todo iba de miel sobre hojuelas, doña Ofelia seguía con su esposo recordando su época de enamorados. Llegaron hasta el punto de disfrutar con pasión cada espacio de la casa hasta que esa tarde de domingo, mientras se abrazaban en la sala, llegó su hijo menor, quien al ver la escena dejo caer las bolsas para taparse los ojos ante tal vergüenza.

—¡Alejandro!.

— ¡Están muy viejos para esta clase de shows!.

— Primero se saluda y segundo está, es nuestra casa, así que no vengas gritando como un malcriado.

— Padre, disculpe.

— ¿Qué haces por aquí? Se supone que debes estar en tus prácticas en el hospital.

— Surgió algo. Así que regrese con ustedes.

— Hijo, tu cuarto no está disponible. Lo hemos transformado en un espacio recreativo.

— ¡Qué! ¿Dónde voy a dormir?.

— En el cuarto de Penny.

— Con ella, prefiero dormir en la sala.

— Ella no vive aquí, así que su cuarto está desocupado.

— Padre, ¿cuándo paso eso?. ¿Se casó?.

— No. Solo está viviendo su vida.

— Eso no me importa, madre, tengo hambre, puedes hacerme algo.

Don Marco lo vio extrañado ante su comportamiento hacía tiempo que no veía su actitud grosera ante el mundo. Así que decidió ponerlo en su lugar.

— Alejandro, las cosas en esta casa han cambiado. Así que si pides las cosas con más amabilidad se te darán tu madre no es tu sirvienta.

— Cariño, yo puedo hacerlo cálmate.

— Es tiempo de poner a este mocoso en su sitio. Ahora por prepotente prepárate algo de comer tu mismo, así que tu madre y yo nos iremos a otro lado.

—¡Marco!, El niño está cansado.

— No es ningún niño. Es un adulto que agradezca que no lo saco de aquí después de la forma que te hablo en la última llamada. Alejandro seguía con los ojos abiertos ante el regaño de su padre, él nunca había intervenido cuando él pedía las cosas, pues su madre lo acostumbro a que él debía sentarse y pedir como rey de la casa. Eso lo desconcertó.

— ¿Ya estás lista?.

— Sí, cariño.

— La nevera está llena, así que no morirás de hambre, regresamos el martes.

— ¿A dónde van?.

—. A vivir nuestra vida, hijo. Así como tú estás viviendo la tuya, recuerdo que eso fue lo que le respondiste a tu madre.