El Lobo Y La Bruja De Fuego

El silencio en las ruinas era tan denso que parecía casi sólido, como si el aire mismo estuviera impregnado por la quietud del tiempo. El viento soplaba con fuerza a través de las grietas de la piedra, como si susurros antiguos se filtraran desde el pasado.

El frío, cortante como una hoja, había descendido repentinamente, envolviendo todo a su paso. La helada cubría el suelo de piedra y se colaba entre las costuras de sus ropas, haciéndole erizar la piel a Selene. Un escalofrío recorrió su cuerpo, desde la nuca hasta los dedos, y se abrazó a sí misma en busca de algo de calor.

A su lado, Kael permanecía inmóvil, como una sombra en la penumbra, su presencia aún más tangible por el contraste entre el frío que la rodeaba y el calor que emanaba de su cuerpo. Él, cuya resistencia al frío era casi sobrenatural, no parecía afectado. Su figura alta y robusta estaba de pie sobre una losa de piedra, mirando al horizonte con la mirada fija, mientras su aliento formaba pequeñas nubes que desaparecían al instante.

—Estás helada —dijo Kael, su voz profunda, pero suave, como si lo dijera por simple observación y no por preocupación. Sin embargo, había algo en su tono que denotaba que no ignoraba la incomodidad de ella.

Selene sonrió débilmente, levantando la vista hacia él. Aunque su cuerpo temblaba levemente, no quería mostrar debilidad.

—Estoy bien —respondió, aunque su voz tembló un poco, traicionándola. Intentó mantener la compostura, pero el frío estaba entrando en sus huesos.

Kael no dijo nada más. En lugar de eso, se quitó la capa de piel que llevaba sobre los hombros, una capa de cuero grueso que olía a tierra húmeda y a bosque salvaje. La extendió con firmeza hacia ella, envolviéndola en su calor, sin darle la oportunidad de rechazar el gesto.

—No tienes que hacer eso —protestó Selene, pero su voz se desvaneció en el aire gélido. Sabía que no iba a cambiar su decisión. La capa de Kael era más que una simple prenda; tenía un aura cálida y reconfortante que rápidamente comenzó a envolverla.

—No voy a dejar que te congeles —dijo él, con esa misma firmeza que siempre lo caracterizaba. Su tono no dejaba espacio para más palabras.

Selene apretó los labios, dispuesta a protestar de nuevo, pero algo en su gesto la hizo detenerse. Miró la capa, ahora descansando sobre sus hombros, y sintió cómo el calor de Kael comenzaba a infiltrarse en su cuerpo. La prenda aún conservaba su olor, algo rudo y natural, a madera quemada y a lo salvaje. Había algo en su aroma que la tranquilizaba, algo que le hacía sentir que estaba a salvo, que él la protegería aunque no pudiera explicarlo.

Selene cerró los ojos un momento, permitiendo que la calidez de la capa la envolviera. Su respiración se volvió más regular, y por un instante, se permitió ser vulnerable, descansar en ese pequeño refugio de calor que él le brindaba.

Kael, a su lado, la observaba con una intensidad silenciosa. Había algo en su fragilidad momentánea que tocaba una fibra profunda en él. Era un instinto primal, una necesidad de protegerla, pero también algo más, algo que no podía describir con palabras. Un sentimiento que se tejía entre la oscuridad del templo y el suave brillo del fuego.

La luz de la fogata que habían encendido apenas alcanzaba para iluminar el espacio, pero sus llamas proyectaban sombras errantes sobre las paredes de piedra, transformando las ruinas en un lugar aún más irreal, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en ese instante.

—Nunca habías estado en un lugar como este, ¿verdad? —preguntó Kael, rompiendo el pesado silencio que se había instalado entre ellos. Su voz era una brisa suave que se deslizaba entre las llamas.

Selene negó lentamente con la cabeza. Sus ojos se deslizaban, sin querer, hacia las runas grabadas en las piedras, símbolos que brillaban tenuemente bajo la luz del fuego.

—No. Estos templos… siempre fueron lugares prohibidos por mi gente. Se dice que en ellos descansan secretos olvidados, magia antigua que nunca deberíamos despertar.

Kael dejó escapar una risa baja, casi como un gruñido que no podía esconder. Sus ojos azules brillaron con intensidad, como si el fuego que ardía en su interior estuviera reflejado en ellos.

—Demasiado tarde para eso —murmuró, casi divertido por la ironía de la situación.

Selene sonrió, pero sus pensamientos se perdieron en las runas grabadas en la piedra. Aquel lugar estaba impregnado de una magia que no comprendía, algo que la llamaba y la cautivaba al mismo tiempo. Y lo peor era que no podía resistirse. A su alrededor, el viento soplaba con una fuerza que parecía querer desvelar secretos que mejor hubieran permanecido enterrados.

—Sí… demasiado tarde —respondió ella, en un susurro.

Por un momento, ninguno de los dos habló más. El crepitar del fuego, la danza de las sombras y el susurro del viento eran los únicos sonidos que llenaban el espacio. Ambos estaban atrapados en sus propios pensamientos, pero, a pesar de la distancia que podía existir entre ellos, una sensación compartida los mantenía conectados: la incertidumbre, el miedo a lo desconocido, y el deseo.

Fue Kael quien rompió el silencio esta vez, con una palabra que parecía cargada de algo más, algo que ella no supo identificar al principio.

—Selene.

Al escuchar su nombre, ella levantó la vista, encontrándose con la mirada ardiente de Kael. En la penumbra, sus ojos azules brillaban con una intensidad que la hizo detenerse, como si toda la habitación, toda la oscuridad que los rodeaba, fuera solo un reflejo de lo que había entre ellos.