Tras un matrimonio, lleno de malos entendidos, secretos y mentiras. Daniela decide dejar al amor de su vida en libertad, lo que nunca espero fue que al irse se diera cuenta que Erick jamás sería parte de su pasado, si no que siempre estaría en su futuro...
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capítulo 16
Una semana después del encuentro con los padres de Erick, la mansión Montero volvió a llenarse de cajas, listas y llamadas internacionales. Esta vez no era por un regreso, sino por una partida.
Daniela caminaba por el pasillo con una libreta en mano, anotando mentalmente cada detalle: pasaportes, permisos médicos, boletos de avión, muestras de tela, documentación de la colección. El viaje no era solo suyo; era el primero con sus hijos. Y eso lo cambiaba todo.
En el cuarto de los gemelos, Eloísa revisaba un pequeño maletín con lo esencial para el vuelo.
—¿Estás segura de llevarlos tan pequeños? —preguntó sin juzgar, solo con la preocupación propia de una abuela que ya lo ha visto todo.
—No quiero separarme de ellos, abuela —respondió Daniela, doblando un pequeño body blanco—. Y es solo por unas semanas. Ya todo está organizado.
—Dimitri se encargó de eso, ¿verdad?
Daniela asintió. La logística había sido impecable, como todo lo que Dimitri tocaba. Incluso había conseguido un departamento cerca del atelier, con habitaciones equipadas para los niños, y una niñera de confianza esperándolos en Roma.
Más tarde, en la sala, Daniela encontró a Erick, quien había pasado la tarde ayudando con documentos legales y autorizaciones. Estaba sentado junto al ventanal, hojeando unos papeles, pero al verla entrar, los dejó a un lado.
—¿Estás segura de que no quieres que viaje contigo al menos los primeros días? —preguntó él, cruzando los brazos, mirándola con una mezcla de ternura y resignación.
—No es eso —dijo ella suavemente, acercándose—. Es que no quiero apresurar esto que tenemos.
—No lo haces —respondió él con una leve sonrisa—. De hecho… ya dejé todo organizado para este viaje. Por lo menos por ahora. Mi padre prometió encargarse de todo hasta nuestro regreso.
Daniela lo miró con sorpresa.
—¿Hablas en serio?
Erick asintió.
—Sabe lo importante que es esto para ti… y quiere empezar a enmendar las cosas. A su manera, está intentando apoyar.
Desde el umbral, Eloísa escuchaba en silencio. Una sonrisa leve curvó sus labios al oírlo. Ella ya había notado que los padres de Erick no eran malas personas, solo padres imperfectos que habían cometido errores, como tantos otros… pero que ahora parecían estar dispuestos a corregir el rumbo.
Daniela bajó la mirada un segundo, conteniendo la emoción. La noticia le llenaba el pecho de alivio y gratitud. En el fondo, sí deseaba que Erick la acompañara, pero no sabía cómo decírselo sin parecer contradictoria.
—Entonces… —empezó, con voz baja—, si aún estás dispuesto… me gustaría que vinieras.
Erick se acercó un poco más, sin perder la expresión serena.
—Nunca quise otra cosa, Daniela.
Ella sonrió, esta vez sin reservas. Y en ese instante, sintió que, poco a poco, todo comenzaba a acomodarse.
El aeropuerto estaba lleno de voces, anuncios en varios idiomas y maletas rodando por doquier. Pero para Daniela, todo parecía en cámara lenta. Sostenía con firmeza el portabebés de uno de los gemelos, mientras Eloísa, siempre impecable, cargaba al otro. Erick caminaba a su lado, con una mano en la maleta y la otra lista para apoyar donde hiciera falta.
—¿Listos para su primer viaje internacional? —susurró él, mirando a los bebés que dormitaban ajenos al bullicio.
Daniela sonrió sin apartar los ojos del pequeño que llevaba en brazos.
—Más listos que yo, creo.
La mirada que Erick le lanzó fue suave, cargada de una ternura que no necesitaba palabras. Ella ya no tenía dudas de que su presencia haría toda la diferencia.
El vuelo transcurrió entre biberones, canciones suaves al oído y algunos suspiros de cansancio. Pero también hubo momentos de complicidad, de risas discretas cuando Eloísa se dormía con un libro sobre el regazo, o cuando uno de los bebés soltaba un gritito justo en medio de una turbulencia.
Al aterrizar en Roma, un automóvil los esperaba. El sol comenzaba a caer y bañaba la ciudad con esa luz dorada que parecía salida de una pintura antigua. El departamento que Dimitri había conseguido era amplio, moderno, con grandes ventanales que daban a una calle tranquila. Las habitaciones estaban decoradas con tonos suaves, ideales para los niños.
Daniela recorrió el lugar con una mezcla de alivio y emoción. Al llegar a una de las habitaciones, se detuvo frente a una cuna doble, cuidadosamente preparada. Eloísa entró detrás de ella, dejando el bolso sobre un sofá.
—Está todo listo, cariño —dijo—. Incluso los horarios para las vacunas y el contacto del pediatra local.
—Gracias, abuela.
—No me las des a mí —respondió con una mirada significativa—. Dale las gracias a quien organizó esto contigo… y para ti.
Esa noche, cuando los gemelos finalmente cayeron rendidos por el cambio de horario, Daniela salió al pequeño balcón. La brisa romana jugaba con su cabello. Erick estaba allí, con una copa de vino en la mano, contemplando la ciudad.
—No sabía cuánto extrañaba esta vista —dijo ella, tomando lugar a su lado.
—Tú naciste para conquistar el mundo, Daniela. Y lo estás haciendo… con ellos a tu lado.
Ella lo miró, sabiendo que no hablaba solo del trabajo. No esta vez.
—¿Y tú?
—¿Yo?
—¿Viniste a conquistar Roma… o a recuperarme?
Erick dejó la copa sobre la baranda, se acercó y le apartó un mechón de la cara con una ternura que la desarmó.
—Tal vez vine a recordarte que, aunque el pasado fue duro, el futuro todavía nos pertenece... si tú quieres.
Daniela no respondió con palabras. Se inclinó hacia él y lo besó. Fue un beso lento, contenido al principio, como si ambos necesitaran confirmar que seguían allí, en el mismo lugar. Pero luego, el peso de todo lo no dicho, lo perdido y lo deseado, se fundió en ese instante. No era una promesa… pero sí una declaración silenciosa: los dos se habían extrañado más de lo que estaban dispuestos a admitir.
***
La noche en Roma caía como un manto de terciopelo sobre la ciudad. Las calles se silenciaban poco a poco, pero en el departamento todo parecía latir más fuerte.
Daniela salió del baño envuelta en una bata de satén claro, con el cabello aún húmedo cayéndole sobre los hombros. Caminó descalza por el pasillo hasta llegar al cuarto donde dormían los gemelos. Los observó por un momento, asegurándose de que estuvieran tranquilos, antes de cerrar suavemente la puerta.
Erick estaba en el comedor, ya sin la camisa que había usado durante el día, leyendo algo en su teléfono. Al verla, alzó la mirada... y se quedó en silencio.
No dijo nada. Solo dejó el móvil sobre la mesa y se acercó a ella, con pasos lentos, casi reverentes. Daniela lo esperaba con la respiración contenida. Había tantas cosas entre ellos que aún no se habían dicho, pero en ese momento, ninguna hacía falta.
—No he dejado de pensar en ti desde que volviste —dijo él, con voz baja y ronca—. Y no me refiero solo a lo físico… aunque eso también me está matando.
Daniela alzó una ceja, divertida, pero su sonrisa se deshizo en cuanto él la acarició por primera vez. Una mano en su cintura, la otra en su mejilla. Era una caricia conocida, pero distinta. Más madura, más contenida… más deseada.
—Yo tampoco te olvidé —susurró ella, sintiendo cómo el calor se apoderaba de su piel.
Se besaron con hambre, pero también con cuidado. Como si ambos quisieran memorizar cada segundo de esa nueva primera vez. Las manos se buscaron con urgencia, despojándose de la ropa entre susurros, mientras los besos se volvían más profundos, más sinceros.
En la habitación principal, entre sábanas blancas y la brisa tibia que se colaba por la ventana, se reencontraron con todo lo que habían perdido: la confianza, el deseo, la risa entrecortada cuando algo les causaba cosquillas, las miradas cómplices en medio del placer.
Erick la acariciaba como si se tratara de un tesoro recién descubierto, y Daniela se aferraba a él como si el mundo entero pudiera desaparecer al amanecer. No había prisas. Solo un cuerpo que reconocía al otro como su hogar.
Y cuando todo se calmó, cuando quedaron abrazados en la penumbra, con la respiración entrecortada y los corazones latiendo al unísono, Daniela apoyó su cabeza en su pecho y murmuró:
—Tenía miedo de que esto ya no existiera.
Erick besó su frente, aún sin soltarla.
—Nunca se fue. Solo estaba esperando a que estuviéramos listos para volver a sentirlo.
Y así, entre caricias y silencios, la noche se volvió testigo de algo más fuerte que el deseo: la posibilidad real de un nuevo comienzo.