El mal ronda en cualquier lado, tienes que ser cuidadoso y desconfiar, una vez que te atrapa, es difícil que te suelte.
Nuestros protagonistas se verán obligados a enfrentar sus peores miedos y a luchar por sobrevivir y proteger a su pequeña familia ante una presencia sobrenatural que parece estar determinada a destruirlos.
La historia explora temas de miedo, supervivencia y la naturaleza del mal, mientras que Elizabeth y Elías se ven obligados a tomar decisiones difíciles para sobrevivir, ¿Podrán superar está situación?
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CAPITULO 15
Este lugar no parecía estar hecho de piedra, sino de sombras acumuladas durante siglos, las columnas se alzaban dándole una altura imponente, y en lo alto, los vitrales proyectaban figuras difusas, que más que santos parecían guardianes, afuera, se comenzó a escuchar una llovizna tenue, como si el mundo respirara con dificultad.
El padre Ignacio se ubicó de pie junto al altar, se puso su sotana, después se dispuso a organizar el altar, yo sostenía a Tomás como si cargara algo hecho de cristal, mi niño no lloraba, no hablaba, solo observaba, pero no era una mirada normal, era como un pozo sin fondo, como el que está en nuestro patio.
Elías iba detrás, cargaba una mochila con lo que nos había pedido el sacerdote; Una muda de ropa, una botella de agua y la fotografía familiar que habíamos puesto en la repisa del cuarto de Tomás <
-¿Lo haremos en este lugar?-- intervino Elías con su comentario mientras ponía las cosas a un lado del altar.
Ignacio finalmente giró hacía nosotros, después de estar sumido en el silencio durante largo rato, su rostro marcado por la magnitud de su vocación, en su mirada no había miedo, sino un cansancio amoroso, el tipo de agotamiento que sólo conocen quienes pelean por el alma ajena más que por la propia.
—Aquí no importa el lugar, aquí importa lo que no se ve-- respondió mirando a Tomás.
Tomás se soltó de los brazos de mis brazos y caminó solo hacia el centro del altar, mi niño no tenía miedo, caminaba como quien regresa a casa.
El padre Ignacio asintió —Él ya sabe que lo vamos a intentar--
El lugar fue cerrado con llave, no por seguridad, sino por respeto; El ritual comenzó sin tanto teatro, nada de coros latinos ni campanas, solo silencio, que retumbaba en el pecho al no haber quien produjera el más mínimo ruido.
El padre encendió una vela negra <
—No se trata solo de echarlo —murmuró— Se trata de hacerlo entender --
Elizabeth frunció el ceño.
—¿Entender qué?-- pregunté
Ignacio no respondió, Tomás sí.
—Que estoy solo--
La voz no era la suya, era más grave, pero infantil, como un niño que aprendió a hablar entre las paredes, Ignacio no se inmutó, se sentó frente a él, sin abrir la Biblia, en lugar de gritar oraciones, comenzó a hablarle como a un hijo.
—¿Cómo te llamas, espíritu?--
Tomás sonrió, mostrando unos dientes que parecían ajenos a su edad.
—Samuel, mi madre me encerró en el armario, decía que estaba loco--
—¿Y por qué elegiste a Tomás?-- preguntó de nuevo el padre.
—Porque él tenia mi edad, pensé que iba a comprender mi situación y me ayudaría a hacer sufrir a mi madre y vengar mi muerte--
Elías contuvo un sollozo, mientras yo bajé la cabeza, Ignacio cerró los ojos un instante, cuando los abrió, tenía lágrimas.
—Samuel... no tuviste una buena madre, eras un niño, no tenías que haber sufrido de esta manera, pero tampoco tienes por qué hacer sufrir a los demás, tu madre ya está pagando el mal que hizo, exite la justicia divina, y ella ya tuvo que rendir cuentas, tienes que abandonar este cuerpo, no te pertenece -- le aseguró Ignacio.
Mi niño se agitó, no con violencia, sino como si alguien hubiera nombrado una palabra prohibida.
—¡NO! Si salgo, vuelvo a la nada--
—No —dijo Ignacio, levantando el medallón y colocándolo sobre el pecho de Tomás—. Si sales, vuelves a tu casa, podrás descansar --
La campana de cristal tembló, no por un golpe,
era una reacción a lo que estaba sucediendo en ese momento, que no era perceptible a la vista, pero que se sentía en el ambiente.
Tomás comenzó a llorar, no de dolor, era un llanto contenido, profundo, como si desde adentro, alguien estuviera diciendo adiós, el padre recito varios rezos, en dónde pidió que lo acompañaramos y que no miraramos a los ojos de Tomás por nada del mundo, hasta que esto acabara.
El cuerpo de mi niño se arqueó suavemente, una vez, luego una segunda vez, después, la vela negra se apagó sola y la campana... sonó una vez, solo una, el silencio que siguió fue distinto, ya no era amenazante, era relajante, tranquilo.
Tomás abrió los ojos, marrones, humanamente asustados.
—¿Mamá?, ¿papá?-- nos llamó.
Corrí hacia el y lo abracé, como si pudiera meterlo de nuevo en mi vientre, Ignacio se levantó en silencio, abandonó el altar sin recoger nada.
Al salir de la iglesia, Elías preguntó sin atreverse a mirar atrás —¿Y Samuel?--
Ignacio lo miró con tristeza amable —Ojalá alguien, en algún lugar, le cuente una historia para que duerma en paz--
Afuera la lluvia se había detenido, pero el mundo parecía seguir empapado, el cielo era un papel arrugado de nubes grises, sin luna, sin estrellas, el padre Ignacio caminaba unos pasos detrás de nosotros, sin decir nada, sus pasos no hacían ruido sobre las piedras húmedas.
Tomás se había quedado dormido en mis brazos, dormía como si nunca antes lo hubiese hecho, pero aún murmuraba entre sueños, no palabras, tampoco sonidos, era como si estuviese teniendo una conversación con alguien.
Cuando llegamos al auto, acomodé a Tomás en el asiento trasero, le acaricié el cabello, y por un momento pareció que todo era normal otra vez, Elías fue por Max a la caseta donde estaban los señores que lo estaban cuidando, allí estaban resguardándose de la lluvia, luego regresó con nosotros, decidimos volver a casa y enfrentar lo que sería una noche de nuevo en aquel lugar.
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Esa noche, Tomás despertó una vez, 3:17 AM, fui a verlo y lo encontre sentado en la cama, mirando la ventana, pero no con miedo, con una calma desconcertante.
—¿Soñaste algo, amor?-- le pregunté, Tomás asintió.
—Jugábamos en un lugar con hojas secas, el me decía que se acordaba del ruido que hacía cuando corría, que ya había olvidado lo que eran estos sonidos, algo tan sencillo como eso, lo hizo feliz --
—¿Quién? —susurró ella, sabiendo la respuesta.
—Samuel-- respondió.
—¿Aún está contigo?--Tomás negó suavemente.
—No adentro, pero está bien, dice que ya no escucha estos sonidos, que siente tranquilidad --
Esa noche, Tomás volvió a dormir profundamente, y en su habitación, sin que nadie lo notara, una pequeña campana de cristal <
Una sola vez, indicando el final de algo que los estaba atormentando.