Mi novio comparte techo con su ex (él insiste en que son solo amigos). Las discusiones son frecuentes y mi intuición me alerta, aunque sin evidencias. Además, un niño con tendencia a los incidentes ha entrado en mi vida y ahora soy su tutora. ¿Por qué este joven ocupa tanto mi mente?
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Competencia de dulces
—¡Malditos sean! ¿No pueden dejarme en paz? Esto ya parece acoso nivel experto—se quejó Lilly, atacando su trozo de pastel con el tenedor como si fuera un enemigo.
—¿Ves lo que provocas, Daniel? Con tu infantilismo solo la espantas más—le recriminó Iván, con tono de sabelotodo.
—¿De qué hablas, "Don Juan"? Tú eres el que no ha parado de rozarla disimuladamente. ¡A ella no le gusta que la toquen!
—Y a ella tampoco le agradan los payasos sin gracia—contraatacó Iván.
Yo, mientras tanto, observaba el intercambio cual espectadora de un partido de tenis verbal, disfrutando de mi deliciosa torta tres leches con helado. Leo, a mi lado, parecía estar librando su propia batalla interna contra el aburrimiento, removiendo su merengada de chocolate con desgano. Claramente, esta salida no estaba cumpliendo sus expectativas.
—¡Atención, damas y caballeros! ¡Prepárense para el evento cumbre de la noche!—anunció una voz por el micrófono—. ¡La competencia de los diez dulces! El valiente que logre devorar diez dulces en el menor tiempo posible, se llevará un cupón dorado para comer gratis todos los postres de nuestra tienda durante un mes entero. ¡Sin restricciones diarias! Los cinco primeros valientes, ¡a la tarima!
Y en un abrir y cerrar de ojos, Lilly ya estaba al lado de la presentadora, con una determinación en la mirada que asustaba. Iván también se unió a la contienda.
—No temas, mi amada Lilly. Yo, tu amor dulcero predestinado, te conseguiré ese glorioso cupón.
—Lo único predestinado aquí es ese cupón. No pienso perder.
Daniel, en cambio, se quedó en nuestra mesa, con una mezcla de indignación y frustración pintada en el rostro. Le di una palmadita en el hombro, intentando animarlo.
—Oye, no te desanimes. Todavía tienes tiempo para decirle lo que sientes.
—El problema no es el tiempo, sino que él acaba de encontrar la oportunidad perfecta para deslumbrarla. ¡Lilly y los dulces son un combo letal! Siempre se me adelanta. Ese tipo...
—Eh, sin dramas. Ante todo, es tu amigo. Y a Lilly no le gustaría que se pelearan por ella—intervine, tratando de mediar.
—Bro, si te sirve de consuelo... mi hermano es un poco torpe para estas cosas. La oportunidad puede presentársele en bandeja de plata, pero es capaz de tropezar con ella. Créeme, mi apuesta está contigo. Así que no me falles—comentó Leo, con un tono sorprendentemente sereno.
—¡Listos, competidores! A la cuenta de tres, el público dará el grito de guerra ¡y a zampar! ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡A devorar!
Los cinco contendientes se lanzaron a la dulce batalla. La tensión se palpaba en el aire. Lilly, la única chica, mostraba una velocidad sorprendente y un brillo de emoción en los ojos.
—¡Santo cielo! Esa mujer come como si no hubiera un mañana—exclamó Leo, con una mezcla de asombro y diversión—. ¿Acaso no la alimentan en casa?
—Cuando come es cuando más irradia felicidad—respondió Daniel, con la mirada perdida en Lilly. Leo me lanzó una mirada de "¿en serio dijo eso?".
—Bueno, al menos estoy segura de que es cuando está de mejor humor—señalé, no muy convencida de las palabras de Daniel.
—¡Esto es increíble, público! ¡La señorita va en cabeza! ¡Quién lo diría con esa carita tan tierna! ¡La tragona! ¡La tragona!—animaba la presentadora—. ¡Solo queda un dulce en los platos! ¡Uno solo!
—Vamos, mi China—murmuró Daniel, observando la competencia con intensidad.
—¡Damas y caballeros! ¡Tenemos un campeón! Un fuerte aplauso para...—la presentadora se acercó al ganador para escuchar su nombre—...¡Iván Alonso!—la gente aplaudió con entusiasmo. Iván se pavoneó en el escenario, saludando a la multitud. La presentadora le entregó el codiciado cupón—. ¡Las puertas de nuestra dulcería están abiertas para ti, Iván! Puedes invitar a tus amigos—añadió, señalando nuestra mesa.
—¡Rayos!—exclamó Daniel, visiblemente decepcionado. Lilly, curiosamente, no parecía tan desanimada. Supongo que lo que realmente le importaba era la perspectiva de un mes de postres gratis.
Ambos regresaron a la mesa.
—Bueno, preparen sus estómagos, porque a partir de esta noche viviremos en un paraíso de azúcar. Desayuno, almuerzo y cena a base de dulces—anunció Iván con una sonrisa triunfal—. Pero no te preocupes, mi adorada Lilly, tendrás una invitación VIP para degustar conmigo cada día.
—Aceptaré esta vez. Pero no te ilusiones. No significa nada. Por mí, que te dé una indigestión de caramelo.
—Algo es algo. Hoy aceptaste merendar conmigo. Quién sabe si mañana aceptarás una cita formal.
—Te equivocas. Todos sabemos que eso no pasará.
—Voy al baño—mencionó Daniel con incomodidad, levantándose de la silla.
—Te sigo. También iré—anunció Lilly.
—Permítanme acompañarla—intervino Iván, galante.
—Olvídalo. ¿O es que también planeas inspeccionar las tuberías? Estoy en mis días y, que yo recuerde, la sangre te da repelús.
—Por eso dije que yo te espero aquí.
—No lo hagas.
Así fue como me quedé sola con los hermanos Alonso. Eran pasadas las nueve y media de la noche. La brisa fresca comenzaba a calar y mi piel reaccionó con un escalofrío instintivo.
—Toma—dijo Leo, extendiendo su bolso hacia mí.
—¿Qué pasa con eso?—pregunté, sin entender.
—Busca mi chaqueta del club. Está limpia, por si acaso—me detuve a mirarlo—. ¿Qué? Llevas rato temblando de frío. Además, ya me molestan las miradas que nos lanzan porque... se te marca sobre la camisa—sus palabras me hicieron reaccionar, cruzando mis brazos sobre mi pecho.
Con mi mano libre, saqué la chaqueta y me la puse.
—Podrías haber sido un poco más sutil, Leo—comentó Iván, aprovechando su momento de soledad para revisar su celular.
—¿Sutil cómo? También tengo ojos y es obvio que me di cuenta, igual que el resto. ¿Preferías que siguiera expuesta a los ojos de todos los morbosos de la ciudad?
—Tienes que ser un poco más amable con las chicas, en especial con Helenita. O las vas a espantar. Solo digo que hay maneras de decirlo sin incomodar.
—Hermano, yo no sirvo para pensar y planear cada cosa que diré o haré, como tú. A mí me da igual lo que piensen de mí. Solo hice algo bueno por ella. Si lo toma a mal o no, es su problema—concluyó, dándole el último sorbo a su merengada.
No respondí nada. Era cierto que su forma de decirlo había sido un poco brusca, pero era mucho mejor a que cualquier desconocido se estuviera deleitando con la vista. Leo era tosco, pero sincero y transparente. Y eso, después de Lilly, era algo que valoraba mucho, porque era el primero que no vivía pendiente de las apariencias.
—Gracias—solté sin más.
De pronto, un mensaje de texto llegó a mi celular.