LA PRIMERA CONTRATISTA

Sabiendo que su compañera era de pocas palabras, la mujer rubia se fue del lugar mientras esta seguía observando el orfanato. Aunque ambas tenían la misma edad y ambas eran contratistas a cargo de supervisar los tratos de reencarnación que el dios del destino había hecho con los humanos y demás seres mágicos, sentía que, por alguna extraña razón, su compañera tenía más tiempo de experiencia que ella.

Alice suspiró mientras observaba aquella escena, quedando sola por completo. Desde que había reencarnado, ahora como inmortal, teniendo el trabajo de contratista supervisora del dios del destino, ya no era la esclava muerta de hambre que una vez fue en su pasado.

No obstante, si bien estaba agradecida, ya que con su muerte había logrado salvarlos de su oscuro futuro, extrañaba con locura al príncipe e inclusive al archiduque, pese al comienzo complicado que habían tenido.

Pero sabiendo que era difícil que los tres volvieran a encontrarse, teniendo una larga vida por delante, como inmortal, era mejor no albergar falsas esperanzas, al fin de cuenta, ahora su única razón para vivir era cumplir con las órdenes del dios que la ayudó en su momento más bajo. Sin imaginarse de que un hombre la observaba en la esquina de una calle, partió rumbo a las calles concurridas del barrio, perdiéndose en medio de la multitud.

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

A lo lejos, en el palacio del rey, Anthony se encontraba convaleciente en cama. El ahora rey presentaba un estado grave de corrupción mágica, al tener las dos marcas superpuestas.

No obstante, después de que fuera coronado como el nuevo monarca, cinco años después de la muerte del monstruo de su padre, y tras uno de sus desmayos que le ocasionó un coma de varias semanas, pudo recordar todas las memorias de sus vidas pasadas.

Por lo que, pese a todo, estaba agradecido de no estar más con el traidor de Marcus; sin embargo, su marca no se había ido con su muerte, provocando que esta siguiera luchando por el control de su cuerpo junto con la marca de Aiden.

Por muchos años, su mejor amigo y archiduque, intentó buscar una solución, y si bien la sangre de este ayudaba a calmar el dolor, no era sino hasta que él pudiera beber la sangre de su pareja destinada que pudiera sanar su corrupción y volver a ser marcado por Aiden.

Esa misma noche, antes de que el orfanato se incendiara, Aiden había llegado después de un largo día de trabajo. Como archiduque y mano derecha del rey, ahora tenía el que hacerse cargo de la seguridad del reino, y una de sus principales tareas era la destrucción de una orden de magos oscuros, dedicada a la compra y venta tanto de mujeres, como de niños pequeños.

Dicha orden, que fue por la que mucho tiempo le proporcionó concubinas al harem del anterior rey, seguía dándoles dolor de cabeza pese a todos los años que pasaron después de su muerte.

—¿Cómo sigue?—preguntó al mayordomo principal de Anthony.

—Mal—fue lo único que respondió.

Luego de quitarse su abrigo, ingresó en silencio a la habitación de Anthony, en el palacio real. Aunque su relación era un secreto a voces, nadie les hablaba o comentaba al respecto sobre eso, ya que, pese a todo, el reino había tenido un periodo de prosperidad debido a la administración de ambos.

Al ver como Anthony estaba pálido, retorciéndose del dolor, Aiden suspiró y quitándose la parte superior de su ropa, se acostó contra el espaldar de la cama, mientras colocó en su regazo a Anthony. El monarca, al sentir el aroma de Anthony, acercó sus labios contra el cuello de este y de una mordida comenzó a beber de su sangre.

Al sentir aquello, Aiden cerró sus ojos, mientras intentaba controlar todo lo que estaba sintiendo. Sabía muy bien que, en su estado, era normal que Anthony no controlara su fuerza, aunque había veces en que aquello le dolía más. Lo único que lo ayudaba a mantenerse cuerdo, mientras lo tenía abrazado y sentía que su respiración se calmaba, era ver el vestido de novia que ambos le habían preparado a Alice.

—Aiden, déjame—dijo una vez terminó de beber su sangre—ya te he puesto en mi testamento, serás el nuevo rey después de...

—Shhhh—respondió el archiduque besando la frente de Anthony—no digas nada, estoy cansado, quiero dormir, ¿no debemos descansar para cuando nos casemos embaracemos a Alice?

Con una sonrisa, Aiden se quedó dormido unos minutos mientras seguía abrazando a Anthony. No le gustaba cuando él le decía que se iba a morir, estaba seguro de que, tarde o temprano, ambos se reencontrarían con la reencarnación de Alice. Cuando aquello sucediera, no solo Anthony podría curarse gracias a su sangre, sino que también los dos podrían casarse con ella.

Ambos habían recibido muchas propuestas para esposa, inclusive para concubinas; sin embargo, ellos dos solo querían a una mujer como esposa y madre de sus hijos, y esa era Alice. Por eso, con ayuda de magos y videntes, intentaron buscar, en vano, la nueva vida en que había nacido su pareja destinada.

Por lo que, conscientes de que tal vez aún no hubiera nacido, habían organizado todo para que, una vez encontraran a Alice, hacerla la esposa de los dos, así fuera a la fuerza. Su idílico dulce momento con Anthony se detuvo cuando, sintiendo como la campana de emergencia sonaba, tuvo que salir de la habitación para atender el llamado del asistente del rey.

—¿Ocurre algo, Federic?—preguntó somnoliento, abotonando su camiseta.

—Mi lord—dijo con una reverencia—es el orfanato de la Eterna primavera, ¡Se está incendiando!

De inmediato, Aiden corrió, apresurado junto con el asistente del rey, rumbo en un carruaje al lugar del incendio. Pese a que estaba ubicado en uno de los barrios más pobres de la ciudad, era uno de los pocos sitios gubernamentales que aún seguían bajo la orden de la antigua facción del anterior rey, la cual sospechaba que era la patrocinadora principal de la red de trata de personas.

Justo en el momento en que recién llegaba para intentar controlar la situación, temiendo que algo mucho peor que la muerte le hubiera pasado a todos los niños allí adentro, y con la vaga esperanza de encontrarlos aún con vida, su cuerpo se detuvo de manera inmediata al sentir un corrientazo que solo había tenido una vez con Alice.

Sintiendo la enorme necesidad de buscar altura y encontrar la fuente de aquella sensación, al subir a un techo, notó que una extraña mujer cubierta con una capa roja se desvanecía a lo lejos. Por un segundo quiso ir tras ella, sospechando que se trataba de Alice; no obstante, primero debía resolver el problema del orfanato.