Sagara

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Sagara, cuyo corazón ahora se había vuelto frío, ignoró la invitación de su padre, Zico, de regresar a su hogar. La casa ahora era como un infierno para él, sin risas ni conversaciones cálidas, todo se sentía rígido y aburrido.

Su padre comprendió la decisión de Sagara, siempre y cuando volviera a la residencia Pradipta o a la casa principal. En cuanto a la escuela que había dejado, a partir de hoy Sagara volvería a ser un estudiante activo, a punto de graduarse de la escuela secundaria.

Conduciendo su nueva motocicleta, Sagara, que no había dado ninguna noticia de su regreso tras su desaparición, sorprendió a toda la escuela, especialmente a sus tres mejores amigos, Marcel, Bian y Tata.

"¿Eres realmente tú, Sagara?", preguntó Bian con incredulidad. Nadie sabía nada de su amigo, ni siquiera la escuela. El director y el consejero no se habían atrevido a preguntar demasiado por la ausencia del nieto de Pradipta.

"Sí, ¿quién más podría ser?", respondió Sagara como si nada hubiera pasado. Actuaba con normalidad porque no quería que le hicieran muchas preguntas.

"Estás muy delgado, Ga. ¿Dónde has estado?", preguntó Tata con los ojos llorosos, conteniendo una mezcla de emociones: tristeza, felicidad, incredulidad y, sobre todo, añoranza.

"¿En serio? Te lo parece. Pero sigo siendo guapo, ¿verdad?", bromeó Sagara extendiendo los brazos. Tata corrió a abrazarlo.

En toda su vida, Sagara sentía que solo Tata podía comprenderlo realmente. Ella era la única chica que se llevaba bien y era muy cercana no solo a él, sino también a su familia y primos.

"No vuelvas a irte, por favor. Estábamos muy preocupados sin ti. Durante tu ausencia, no teníamos ni idea de dónde estabas, Ga", dijo Tata, sollozando. Sus lágrimas eran ahora de felicidad por poder sentir de nuevo la calidez del abrazo de Sagara.

"Sí, lo prometo".

Sagara sonrió levemente. Su cuerpo estaba en la escuela, pero su mente vagaba a un lugar que seguramente era la casa del Sr. Afif, pero no era el anciano quien ocupaba sus pensamientos, sino su hija.

Lo único que lamentaba era no haberle pedido el número de teléfono a Aisyah ni a nadie de la casa. No se le había pasado por la cabeza porque él mismo no tenía teléfono. El suyo se había perdido tras el accidente.

"Tengo que ir allí más tarde", murmuró Sagara.

"¿Adónde vas? Acabas de volver", preguntó Bian, que lo había oído.

"¡Curioso!"

Pasó el día con normalidad, aunque no fueron pocos los compañeros que le preguntaron o simplemente lo miraron con asombro por su regreso a la escuela. Pero a él no le importó, ahora solo quería graduarse de la escuela secundaria lo antes posible.

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Al salir de la escuela, tal y como había prometido, Sagara volvió a la residencia Pradipta. No había nadie porque su madre estaba ocupada con sus actividades sociales.

Aburrido en la lujosa casa sin compañía, Sagara decidió ir a la casa principal con la esperanza de encontrar a algún primo. En esa mansión siempre había familiares reunidos.

Y parecía que había acertado, llegó y allí estaba Aurora.

"Saga, ¿estuviste ayer en la ciudad B?", preguntó la hermosa joven, de la que solo se veían los ojos.

"Sí, ¿por qué?", respondió Sagara.

"Mi hermano Sam dijo que estaba cerca de un internado islámico, ¿verdad?".

Sagara asintió lentamente, pero su corazón pareció acercarse a Olla.

"Sí, el dueño de la casa que me ayudó incluso enseña allí. ¿Conoces el internado, La?", preguntó Sagara con el corazón acelerado.

"Sí, he estado allí tres veces", respondió Ola, a la que le pareció extraña la sonrisa de Sagara.

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¿Conoces a Aisyah?