En un mundo donde zombis, monstruos y poderes sobrenaturales son el pan de cada día... Martina... o Sasha como se llamaba en su anterior vida es enviada a un mundo Apocaliptico para sobrevivir...
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capítulo 14
El despertar fue lento.
Como si los cuerpos emergieran de un lago profundo y viscoso.
El primero en abrir los ojos fue Mike, al amanecer del séptimo día. Se incorporó con un quejido y miró a su alrededor. Todo estaba en calma. Las luces de emergencia aún parpadeaban. El generador solar seguía funcionando. Lo recordaba todo.
Se arrastró hasta el pasillo, buscando señales de vida. El silencio era denso. Pero entonces escuchó una tos. Luego otra. Y una más.
Uno a uno, comenzaron a despertar.
Martina abrió los ojos poco después. El techo de madera se sentía extrañamente lejano. Su cuerpo dolía, como si hubiera estado en batalla. Pero estaba viva. Y, al girar el rostro, vio a Lara incorporándose lentamente, con los ojos llenos de lágrimas y un susurro:
—Lo vi. Estaba vivo… mi hermano.
James despertó minutos después. Sus manos brillaban, como si el fuego y el hielo pelearan por su control. Rebeca, aún débil, abrió los ojos justo cuando su hermano menor entraba corriendo a abrazarla.
En total, los cuarenta despertaron.
Algunos con mareos. Otros vomitando. Algunos no recordaban nada. Otros lloraban por lo que habían visto. Pero estaban vivos. Todos.
Martina tardó en procesarlo. Había leído tantas veces que solo los más fuertes sobrevivían. Que el cuerpo debía estar nutrido, descansado, preparado. Que las probabilidades eran mínimas.
—Fue por el lazo —dijo James, tocando el suelo del refugio—. Estábamos conectados. Algo nos sostuvo mientras dormíamos.
—Fue por ti —agregó Mike, mirando a Martina—. Nos preparaste. Nos hiciste fuertes antes de que pasara.
Martina negó con la cabeza, pero sonrió. No importaba de quién fuera el mérito. Solo sabía una cosa:
estaban vivos. Todos.
Se reunieron en el patio central al mediodía. Aún se veían pálidos, temblorosos, pero con una nueva luz en los ojos. Habían cruzado una barrera invisible. Ya no eran solo sobrevivientes. Eran algo más. Algo nuevo.
—Ahora comienza la verdadera historia —dijo Martina—. Si el mundo creyó que caeríamos, que el sueño nos vencería, estaban equivocados. No nos detuvo. Nos despertó.
James se levantó, sus manos ya bajo control. Steven sonrió y levantó una roca, flotando frente a él. Lara juró que su vista podía ahora ver a través de las paredes. Incluso Rebeca aseguraba sentir el movimiento de las raíces bajo sus pies.
El despertar había llegado con un precio… pero también con un regalo.
Y el refugio, ahora más que nunca,
era un hogar.
El sol se filtraba entre las rendijas del techo, iluminando con destellos suaves el patio central del refugio. Aún temblorosos, los cuarenta se dispersaron por la zona de entrenamiento improvisada. Era hora de descubrir qué había cambiado en ellos. Qué les había dejado el sueño profundo. Qué podían llegar a ser.
Martina se mantuvo al margen al principio, observando en silencio. Sus ojos captaban más de lo que los demás imaginaban.
Mike fue el primero en dar un paso al frente. Siempre impulsivo, siempre temerario.
—¡Vamos, encendamos esto! —gritó, cerrando los puños.
Una llamarada brotó de sus palmas, seguida de un destello eléctrico que chispeó por su brazo hasta el hombro. Fuego y electricidad. El suelo tembló bajo sus pies cuando intentó concentrar ambos elementos a la vez, y una pequeña explosión lo lanzó de espaldas, provocando risas entre los demás.
James, más calmado, se acercó. Su mirada estaba fija.
Respiró profundo y extendió las manos.
Fuego en una palma, hielo en la otra.
Perfectamente balanceados.
Pero entonces ocurrió algo inesperado: la roca que Mike había hecho explotar comenzó a encogerse. James la miró sorprendido y alzó la ceja.
—¿Eso fui yo?
La roca, ahora del tamaño de una canica, volvió a crecer con solo una orden mental.
—Puedo cambiar el tamaño de las cosas —dijo, fascinado—. Esto es nuevo.
Lara, aún con las mejillas marcadas por el llanto del despertar, se agachó frente a una planta marchita. Sin tocarla, murmuró unas palabras. La planta se enderezó como si hubiera bebido vida. Una flor brotó de su tallo, luminosa y roja.
El fuego brillaba en su otra mano, pero esta vez no quemaba. Era cálido, protector.
—Mi don está en la vida —dijo con voz suave—. Y en protegerla.
Dilan, el mejor amigo de Mike, no había mostrado síntomas durante el despertar. Pero ahora se concentraba con fuerza, los ojos cerrados.
Una sombra emergió detrás de él… una copia exacta de su cuerpo, que se movía con independencia.
—¿Doble físico? —preguntó Mike, impresionado.
—No. Es un eco. Puedo crear un duplicado momentáneo que actúe con mis pensamientos. Un reflejo vivo —explicó Dilan, haciendo que su copia levantara una roca y la lanzara al aire.
Nelson, compañero de instituto de Mike, se había mantenido en silencio desde el día uno. Pero ahora levantó la vista, colocó ambas manos sobre sus oídos y murmuró algo ininteligible.
El viento pareció detenerse. Todos quedaron congelados en el lugar, excepto él.
—¿Qué…? —dijo James, sin poder moverse.
Nelson sonrió.
—Puedo ralentizar el tiempo para todos… menos para mí. Solo unos segundos, pero bastan.
Stiven, el capitán, observó a cada uno con mirada de evaluador. Luego, con un simple gesto, hizo que una serie de piedras flotaran a su alrededor como satélites. Su telequinesis era precisa, elegante.
Pero al cerrar el puño, los objetos flotantes comenzaron a deformarse, retorciéndose como si obedecieran una voluntad distinta.
—También puedo manipular lo que toco —dijo—. No solo moverlo. Puedo alterar su forma.
El aire se llenó de energía. De posibilidades. Pero fue entonces cuando Martina dio un paso al frente.
El patio quedó en silencio.
Extendió las manos y cerró los ojos. Una brisa helada la rodeó, seguida de un fuego azul que no quemaba, sino que parecía envolver la realidad misma. A su alrededor, el aire vibró… y un muro invisible se alzó entre ella y el resto del grupo.
—Una barrera —murmuró James—. No la veo… pero no puedo pasar.
Un ave mutante se posó en la baranda. Martina lo miró. El ave la observó en silencio… y bajó la cabeza como si la reconociera como su líder.
Martina abrió los ojos. Había una nueva profundidad en su mirada. Una visión que iba más allá de lo físico.
—Puedo ver más que lo que está frente a mí —dijo—. Puedo ver caminos… posibles futuros.
Puedo controlar animales mutantes, y usar el hielo, el fuego…
Y protegerlos a todos con esto —señaló la barrera—. Una cúpula de invisibilidad. Nadie nos verá, ni siquiera si pasa frente a nosotros.
El grupo no supo qué decir. Mike tragó saliva, visiblemente impresionado.
Stiven asintió, con una mezcla de respeto y miedo en el rostro.
—Entonces es oficial. Si esto va a funcionar, necesitaremos entrenar. Y tú, Martina… deberás trabajar duro para que con tu don podamos ocultar nuestro refugio... dijiste que los demás habían caído, por lo menos hasta que todos nos hagamos más fuertes deberás entrenar ese don para ocultarnos de los que quieran nuestro hogar.
Martina no respondió. Solo observó el cielo por un momento, sintiendo el peso de lo que venía. Los demás sintieron en silencio y solo Mike se sintió un poco intranquilo al ver todo el peso que ponían sobre los hombros de su hermana.
El despertar fue solo el inicio.
Ahora, tendrían que aprender a dominar lo que eran. O se convertirían en lo mismo que temían.