Valentino nunca imaginó que entregarle su corazón a Joel sería el inicio de una historia de silencios, ausencias y heridas disfrazadas de afecto.
Lo dio todo: tiempo, cariño, fidelidad. A cambio, recibió migajas, miradas esquivas y un lugar invisible en la vida de quien más quería.
Entre amigas que no eran amigas, trampas, secretos mal guardados y un amor no correspondido, Valentino descubre que a veces el dolor no viene solo de lo que nos hacen, sino de lo que nos negamos a soltar.
Esta es su historia. No contada, sino vivida.
Una novela que te romperá el alma… para luego ayudarte a reconstruirla.
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Capítulo 13: Afuera, como siempre
No importaba cuántas veces pasara, cuántas veces me dijera que ya estaba acostumbrado. Porque la verdad era que no lo estaba. Nunca lo estaría.
Era el mismo ciclo de siempre: Joel y Rosalina, inseparables. Ella pegada a su brazo, sonriendo como si el mundo girara solo para ellos dos. Él, dándole su atención sin reservas, sin dudar, sin miedo. Como si estuviera hecho para cuidarla, para sostenerla en cada una de sus crisis, para perdonarle cualquier cosa con tal de que ella no se alejara. Y yo, en la periferia, observando. Tragándome las palabras que quería decir, pero que no tenía derecho a pronunciar.
Rosalina no me trataba mal. Nunca lo hizo. De hecho, si la conocía solo por cómo me hablaba a mí, podría haber pensado que era buena persona. Pero el problema nunca fue ella. El problema era Joel. O más bien, cómo era Joel con ella.
Los abrazos, los susurros, las miradas cargadas de algo que a mí nunca me dio. En clase, siempre juntos, siempre en su propio mundo. Mientras que yo, el que se quedaba cuando ella lo dejaba, el que lo escuchaba cuando él se cansaba de sus peleas, era solo una opción de segunda.
—¿Te sientas conmigo? —preguntó Joel un día, después de que Rosalina lo ignoró tras una discusión.
Lo miré en silencio, fingiendo que no dolía. Fingiendo que no sabía exactamente por qué, de repente, tenía espacio para mí.
—¿Y ella? —pregunté, solo por torturarme un poco más.
—Está enojada. Pero ya se le pasará.
Siempre se le pasaba. Y siempre volvían a estar pegados como imanes, repitiendo la misma historia una y otra vez.
Me senté con él, como siempre hacía. Y como siempre, el tiempo que pasábamos juntos tenía ese aire de intimidad que me hacía olvidar, por un rato, que yo no era su primera opción. Era más fácil dejarme llevar por la ilusión de que, cuando estábamos solos, él sí me veía. Que, en esos momentos, yo sí importaba.
Pero luego Rosalina regresaba.
Y yo desaparecía.
Otra vez.
Una tarde, después de clases, vi a Joel en el pasillo, con el teléfono en la mano y una expresión de cansancio. Se pasó una mano por el cabello y suspiró antes de levantar la mirada y encontrarme ahí, observándolo.
—¿Qué pasó? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—Rosalina. Está mal otra vez. Me envió un audio…
No terminó la frase, pero yo me lo imaginé. Su voz llorosa, rogándole que no la dejara. Pidiéndole perdón por algo que había hecho otra vez, aunque no fuera la primera ni la última vez que lo haría.
Joel bajó la mirada, como si le pesara el teléfono en las manos.
—¿Y qué vas a hacer? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
Porque siempre hacía lo mismo. Siempre la perdonaba. Siempre volvía a ella, sin importar cuánto le doliera.
—No lo sé… —dijo, pero su tono decía otra cosa. Claro que lo sabía. Solo no quería admitirlo.
Había algo frustrante en verlo así, en su incapacidad de romper el ciclo. Pero, ¿qué podía decirle yo? Si yo tampoco podía romper el mío.
Lo vi escribirle de nuevo. No tenía que preguntarle qué decía el mensaje. Sabía que era un "Tranquila, estoy aquí". O un "No llores, todo va a estar bien". O cualquier otra frase que jamás había recibido de su parte.
Porque cuando yo sufría en silencio, él no parecía notarlo.
La dinámica nunca cambiaba. Cuando Joel y Rosalina estaban bien, yo no existía. Cuando se peleaban, de repente, me recordaba. Me buscaba. Me hacía sentir que había espacio para mí en su vida.
Pero no era real.
Y lo peor es que yo lo sabía.
Pero aún así, me quedaba.
Un día, mientras esperábamos el inicio de clase, Joel estaba sentado en su escritorio, con los brazos cruzados, el ceño fruncido. Rosalina no había venido ese día. Y a diferencia de otras veces, esta vez no se veía aliviado. Se veía perdido.
Me acerqué sin pensar.
—¿Estás bien?
Él me miró y, por un segundo, no supe qué esperar.
Pero entonces suspiró.
—No sé… Me siento raro sin ella aquí.
Tuve que tragarme las palabras que querían salir de mi boca.
"Porque sin ella te sientes vacío, pero sin mí no sientes nada".
En su cabeza, yo era alguien que estaba cuando él lo necesitaba. Pero nunca era alguien cuya ausencia le pesara.
Los días pasaron y, como siempre, Rosalina volvió. Y, como siempre, con ella volvió la distancia entre Joel y yo.
Estaban juntos en el pasillo, hablando en voz baja, demasiado cerca. Ella se apoyaba en su hombro, él le sostenía la mano. No sé qué estaban diciendo, pero el tono era tenso, lleno de emociones contenidas.
Yo pasé a su lado, y en el último momento, Joel levantó la mirada y me vio.
No sé qué expresión tenía en el rostro, pero no importaba. Porque su siguiente reacción lo dijo todo.
No me llamó. No se separó de ella. No me hizo un espacio.
Simplemente me vio y dejó que me alejara.
Otra vez.
Y tal vez, pensé con un nudo en el estómago, esta vez era yo quien tenía que dejarlo ahí. Porque por mucho que doliera, seguir esperando algo que nunca llegaría dolía aún más.