El joven de sangre pura había sido encontrado por el gran gobernante, Theo. Noah Everhart nunca podría escapar de su destino.
Encerrado en la imponente presencia de Theo Langston, su cuerpo tembló involuntariamente cuando el aire se impregnó con el embriagador aroma de sus propias feromonas. El Alfa frente a él sonrió con satisfacción, sus ojos ámbar brillando con un peligroso fulgor depredador.
—No tiene sentido correr, Noah —murmuró Theo, su voz profunda y envolvente—. Ya eres mío.
Los latidos de Noah se aceleraron. No... no hay escapatoria.
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📌 BL / Omegaverse (Chico x Chico)
📌 Embarazo Masculino
📌 ¿Kitsunes?
📌 Fantasía BL
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Capítulo 14
En el Bosque Lunar.
Ya habían pasado treinta días desde la última vez que Rafael había visto a Theo entre los árboles antiguos y sagrados del Bosque Lunar. Desde entonces, la atmósfera parecía haber cambiado. Algunos animales, a quienes Rafael interrogaba uno tras otro con su severa mirada de alfa, parecían más reacios que nunca, ocultándole información deliberadamente. Incluso los pájaros mensajeros, que solían acercársele sin miedo, evitaban ahora su presencia, como si presintieran el peligro.
—Serpiente —gruñó Rafael, acorralando a una serpiente blanca de ojos dorados entre las raíces de un árbol gigantesco—. Dime, ¿dónde está Theo? ¿Acaso ya consiguió la sangre sagrada? —Su voz era un filo cortante, cargada de una amenaza palpable mientras liberaba un hechizo de inmovilización que paralizó al gran animal, impidiéndole cualquier movimiento.
—No lo sé, Rafael… Hace mucho que no veo a Theo —respondió la serpiente, mintiendo descaradamente. Ella había sido una de las aliadas que ayudaron a Theo en su travesía para reclamar al joven portador de la sangre sagrada: el pequeño Omega que ahora le pertenecía.
Aunque tanto Rafael como Theo eran astutos a su manera, sus naturalezas eran radicalmente distintas. Theo cazaba animales solo cuando era absolutamente necesario, guiado por un respeto ancestral hacia la vida. Rafael, en cambio, mataba sin titubear cualquier criatura que se interpusiera en su camino, dominado por su agresividad.
Por eso, en los corazones de los habitantes del bosque, Theo se había ganado una lealtad inquebrantable, mientras que Rafael era temido y odiado.
—No dudaré en matarte, serpiente —advirtió Rafael, su paciencia al borde del colapso.
—Hazlo, no me importa —replicó la serpiente con valentía. —La muerte es solo un paso inevitable para todos los seres vivos.
Esa respuesta insolente fue la chispa que encendió la ira de Rafael. Cerró su mano derecha con una fuerza brutal, intensificando el hechizo hasta que el cuerpo de la serpiente comenzó a asfixiarse lentamente, incapaz de siquiera retorcerse por el dolor que le invadía.
Con un último suspiro ahogado, la serpiente murió.
En lo alto del bosque, varios pájaros alzaron vuelo en un alboroto desesperado. Dos de ellos se separaron del grupo, surcando el cielo directo hacia Theo para advertirle de lo que acababa de suceder.
Mientras tanto, en la mansión de Theo y Noah, los días pasaban. Ya casi se cumplían cien días de convivencia bajo el mismo techo, un tiempo crucial en el que Theo debía "proteger" a Noah, hasta que el poder de la gema sagrada quedara completamente fusionado con su cuerpo.
Mientras los días pasaban el poder de Theo menguaba deliberadamente. De las nueve colas que alguna vez ostentó como símbolo de su fuerza ancestral e identidad, ahora solo le quedaban ocho. Y muy pronto no tendría ninguna.
Cada vez que Noah, curioso, preguntaba qué había pasado con la novena cola, Theo simplemente le respondía en tono bromista, desviando hábilmente el tema y logrando que Noah desistiera.
Además, Theo contaba ahora con un asistente personal: Juan, un alfa leal que se mantenía siempre cerca, especialmente cuando Noah no podía estarlo. Rodearse de gente en movimiento era una estrategia calculada para evitar que Hera, su enemiga, localizara su escondite.
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Brr, brr, brr.
El teléfono móvil de Noah vibró sobre la mesa del tocador de su habitación.
Recién salido de la ducha, su cabello húmedo aún goteando sobre su frente, Noah escuchó el sonido y, envuelto apenas en una toalla, se apresuró a revisar quién llamaba.
La pantalla mostraba el nombre de Caleb.
Sonriendo levemente, Noah contestó.
—¿Hola, Caleb?
—¡Por Dios, Noah! —exclamó la voz ansiosa del otro lado—. Es tan difícil comunicarme contigo. Desde que te casaste, siento que nos hemos distanciado muchísimo.
—Lo siento, Caleb… —susurró Noah, bajando la mirada—. Muchas cosas han pasado... y no puedo contártelas.
—¿Es tu esposo? ¿Te prohíbe verme?
Noah mordió su labio inferior, en conflicto. Después de aquella conversación sobre el antiguo libro que Caleb había encontrado —un objeto que contenía información peligrosa sobre los kitsunes y la gema sagrada—, Theo le había prohibido volver a encontrarse con su amigo.
El alfa le había dado muchas razones para que no se encontrara con ellos o saliera de casa, una de esas, proteger la gema sagrada.
Hasta que se cumplieran los cien días, Noah debía mantenerse dentro de la seguridad del hogar que Theo había construido alrededor de él.
—No es eso, Caleb… —respondió finalmente, sin mucha convicción.
—Claro que sí —replicó Caleb, dolido—. Seguro que te lo prohibió. ¿Por qué, Noah? ¿Por qué te aleja de todos los que te queremos?
—No es eso, Caleb… —repitió Noah, soltando un leve suspiro —. Nos veremos cuando empiecen las clases en la universidad, lo prometo.
—¿De verdad? —preguntó Caleb, con un atisbo de esperanza.
—Sí, te lo prometo. Cuando estemos en la universidad, todo será como antes. Incluso… te presentaré a mi esposo.
Caleb guardó silencio. Una incomodidad viscosa anidó en su pecho. Algo en aquella relación era profundamente erróneo. ¿Quién era realmente ese "esposo" de Noah? La pregunta no dejaba de martillearle la mente.
—Caleb —interrumpió Noah suavemente—, veo que el auto de mi alfa ya llegó. ¿Puedo colgar?
—Está bien —respondió Caleb, resignado, su voz apagada.
Después de terminar la llamada, Noah no dudó en eliminar el registro de la conversación. No quería darle motivos a Theo para desconfiar.
Apresurado, dejó el teléfono a un lado y se dirigió a la entrada de la habitación, aún vestido únicamente con su toalla, su piel todavía perlada de gotas de agua. Desde la ventana había estado atento a la llegada de su Alfa.
Aunque todo a su alrededor brillaba con oro y mármol, Noah se sentía como un prisionero de seda dentro de aquella mansión, atrapado junto a Theo y sus sirvientes, sin escapatoria aparente.
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