Dulce Venganza

Dulce Victoria Adams

Llegó mi cumpleaños número treinta que felicidad, nótese el sarcasmo. Estamos empacando todo para irnos y comenzar una nueva vida en otro estado mientras los regalos de los pretendientes de aquí llegan. Cualquier persona pensara que soy una malagradecida pero ¿De que me sirven los ramos de rosas en el camión de mudanza? Los muñecos de peluche color blanco y rosa pálido los odio y encima de pensar que se ensuciarán y tendré que lavarlos yo misma me joden aún más.

Todo esto me enseña lecciones valiosas como por ejemplo "Aunque seas una antipática de lo peor si un hombre quiere llevarte a la cama seguirá insistiendo". Pedí que no me regalen nada, incluso me han llevado bombones y se los he dado a compañeras de trabajo, ¿Que más prueba que eso para que comprendan que no estoy interesada? Pero veamos, les dan exactamente lo mismo y se ve que les sobra el dinero porque lo tiran.

Hoy saldremos a comer los tres para despedirnos de alguna manera de éste sitio y emprender nuestro camino. Fuimos a un restaurant que está cerca de la universidad a la que asistimos donde fuimos algunas veces en el pasado cuando lográbamos coincidir los tres. Comimos y después nos volvimos a casa donde dormimos los tres juntos.

El camión de la mudanza ya se fue y mí madre lo recibirá dónde viviremos, es un complejo de apartamentos donde estaremos los tres en distintos lugares ya que rentamos tres sitios en el mismo edificio. Son tres lugares iguales, uno está en el piso cinco, otro en el tres y uno en el ocho así que elegiremos la llave y esa nos destinará dónde habitaremos.

Nos levantamos y tomamos un café cargado con galletas saladas, cerramos el apartamento, le di las llaves a la dueña y emprendimos el viaje en mí coche que tiene ya varios años de antigüedad teniendo en cuenta que no lo compré nuevo pero que funciona y es lo único importante.

Manejamos un rato cada uno mientras tomamos mate porque mis costumbres argentinas aún no se me han quitado y el mate a la hora que sea es un gusto que me doy.

-Dulce, ¿Cuántas lentillas tienes? Nada de que encuentre dulces en éste bolso pero ya voy como cinco estuches de esas- Brenda revisaba todo

-Tengo esos cinco y claramente te dije que en el bolsillo interno había caramelos, no se por qué no me haces caso

-¿Para que quieres cinco pares? Además siempre veo que tienes los ojos marrones

-Tengo distintos tonos de marrón

-Siempre usas el mismo- Brenda comenzó a reir

-Tú necesitas un oculista- lo reprendió- usa marrones de diferentes tonos, tiene unos que parecen negros, unos color miel, otros color café

-Pero todos son marrones así sean distintos tonos siguen siendo marrones, encima teniendo unos ojos tan hermosos los ocultas, si yo tuviera tus ojos ni gafas de sol usaría

-Yo si tuviera tu color de cabello no me teñiria, sin embargo tu lo haces- respondí orgullosa sabiendo que había ganado

Elias

Brenda

Llegamos luego de unas diez horas de viaje al edificio donde mí madre nos esperaba para recibirnos y darnos las llaves.

Firmamos los contratos de arrendamiento y después de una bienvenida muy breve fuimos a los apartamentos súper cansados con la promesa de reunirnos a comer en dos días así teníamos tiempo de instalarnos.

El ascensor estaba siendo reparado en ese preciso momento, eso es mala suerte pero nada comparado a qué me tocara el apartamento en el piso ocho. Brenda en el tres y Elías en el cinco. Ellos se quejaron por subir esos pisos mientras que yo quería quedarme sentada esperando a que funcionara el ascensor.

Una gran ventaja fue que cada apartamento tenía muebles por lo que solo debíamos traer nuestras pertenencias, electrodomésticos, colchón, ropa y lo que quisiéramos. Si después no queríamos alguna cosa debíamos notificar al dueño para que fuera retirada y poner nosotros lo que deseáramos colocar.