En la bulliciosa ciudad decorada con luces festivas y el aroma de la temporada navideña, Jasón Carter, un exitoso empresario de publicidad, lucha por equilibrar su trabajo y la crianza de su hija pequeña, Emma, tras la reciente muerte de su esposa. Cuando Abby, una joven huérfana que trabaja como limpiadora en el edificio donde se encuentra la empresa, entra en sus vidas, su presencia transforma todo, dándoles a padre e hija una nueva perspectiva en medio de las vísperas navideñas.
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Nuevos comienzos
El amanecer se colaba a través de las persianas, pintando la habitación con tonos dorados y anaranjados. Jasón se despertó temprano, sin saber si había sido el ruido de la nieve contra la ventana o el recuerdo de las palabras de Abby lo que lo había mantenido en vilo durante la noche. A su lado, Emma dormía profundamente, envuelta en su manta, con el rostro sereno y una leve sonrisa que no podía evitar llenar a Jasón de ternura. Esa sonrisa reflejaba la felicidad de la noche anterior.
La velada había sido inesperadamente perfecta. Durante la cena, mientras conversaban y reían, la nieve comenzó a caer con más fuerza, acumulándose rápidamente en el patio. Emma, emocionada, corrió a la ventana y exclamó
—¡Miren cuánta nieve! ¿Podemos salir un rato?
Abby había intentado disuadirla, preocupada por el frío, pero Jasón sonrió y dijo...
—Un rato no hará daño. Vamos.
Los tres se pusieron sus abrigos y salieron al patio, donde la nieve ya cubría el suelo con un espesor considerable. Emma se lanzó a jugar de inmediato, mientras Jasón y Abby la observaban con una mezcla de fascinación y alegría. La pequeña corría de un lado a otro, recogiendo nieve para formar bolas que luego arrojaba torpemente hacia su padre.
—¡Voy a atraparte, papá!— gritaba Emma, mientras Jasón esquivaba una bola de nieve y simulaba caer al suelo.
Abby no pudo evitar reír, pero su diversión no duró mucho. De repente, sintió una pequeña bola de nieve impactar suavemente en su brazo. Miró hacia arriba para encontrarse con Emma, que la observaba con una sonrisa traviesa.
—¡Te toca, Abby!— dijo la niña, desafiándola.
Sin pensarlo, Abby se agachó, recogió un poco de nieve y se unió al juego. En pocos minutos, los tres estaban inmersos en una guerra de bolas de nieve, riendo y gritando mientras las luces de la casa iluminaban el paisaje invernal. Fue un momento lleno de felicidad pura, uno que Jasón guardaría en su corazón como un recuerdo precioso.
Cuando finalmente entraron de nuevo en la casa, empapados y con las mejillas rojas por el frío, Abby pensó que era hora de despedirse y regresar a su hogar. Sin embargo, Emma y Jasón insistieron en que se quedara.
—Es muy tarde, y con la nieve cayendo así, no es seguro que vuelvas sola— dijo Jasón, su tono era firme pero amable.
—¿Te quedarás, Abby? ¡Por favor!— rogó Emma, tomándola de la mano.
Abby miró a ambos, sintiendo cómo su resistencia se desmoronaba.
—Bueno, si insisten... Pero sólo por esta noche— respondió.
—Perfecto. Te prepararé la habitación de invitados— dijo Jasón, con una sonrisa que hizo que el corazón de la muchacha latiera un poco más rápido.
Y tras darle las buenas noches a Emma, Jasón la acompañó a la habitación que le había preparado.
Jasón le abrió la puerta e hizo una reverencia para que ella entrara, pero él se quedó de pie en el umbral observándola y sin que se diera cuenta se le escapó un suave suspiro. La mujer que tenía frente a él, estaba derribando poco a poco cualquier barrera que hubiera entre ellos.
—Que tengas una buena noche, Abby— le dijo acercándose a ella y dejando un suave beso sobre su mejilla.
— igual tú, Jasón— dijo ella pasando saliva y sintiendo como su corazón latía con mayor rapidez a causa de su cercanía.
Él le sonrió y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
La noche pasó, lenta y tranquila para Abby. Aunque no podía decirse lo mismo de Jasón.
La mañana siguiente trajo consigo unos bellos rayos de sol que se filtraban por la ventana de la habitación de Jasón, quien observo a su pequeña hija durmiendo plácidamente a su lado y sonrió. Luego recordó que Abby estaba en la casa y se levantó a toda prisa.
Abby, por su parte ya se había levantado, y estaba en la cocina reflexionando sobre cómo un simple juego de nieve había traído tanta alegría el día anterior. La muchacha estaba preparando el desayuno, el aroma del pan caliente y la mermelada fresca llenaba el aire, creando una atmósfera acogedora. Sin que ella lo supiera, Jasón la observaba desde el umbral de la puerta, notando cómo el sol jugaba en su cabello y resaltaba su perfil. Había algo en su presencia que le daba esperanza y calma.
—Buenos días— dijo Abby, notando su presencia y la manera en que él la miraba.
—Buenos días— replicó él, acercándose y tomando una taza de café. —Pensé en invitarte a pasar la tarde con Emma y conmigo. Quisiera mostrarte algo especial.
Abby levantó una ceja, sorprendida y emocionada al mismo tiempo.
—¿De verdad? ¿Qué tienes en mente?
Jasón sonrió, dejando la taza en la mesa y acercándose a ella.
—Lo sabrás sólo si estás dispuesta. Pero lo que quiero mostrarte es más que sólo un lugar— respondió— Es un recuerdo, una promesa de que podemos construir algo nuevo, juntos.
Un leve rubor se apoderó de sus mejillas, y Abby sintió que la esperanza se encendía en su corazón. La idea de que pudiera haber un futuro distinto, lleno de risas y momentos compartidos, le daba el valor para seguir adelante.
La tarde transcurrió entre risas y juegos. Emma y Abby se habían hecho inseparables, y Jasón miraba a su hija con orgullo y gratitud. Ella representaba la chispa que había mantenido la luz en su vida, y verlas juntas le daba fuerzas para seguir luchando por el futuro que ahora anhelaba.
Se dirigieron a un parque cerca del centro, donde los árboles estaban cubiertos de nieve y las luces de Navidad parpadeaban en cada esquina. Jasón había planeado ese momento con esmero: un picnic en el parque, con chocolate caliente y una manta grande para que se sentaran juntos. Pero lo que realmente importaba no eran los detalles; era la sensación de pertenencia y la promesa de que, por fin, había algo más allá de la tristeza.
Abby se sentó junto a Jasón, mirando a Emma jugar. —Nunca imaginé que mi vida pudiera cambiar tan rápidamente— dijo, con una mezcla de asombro y gratitud.
—A veces, los cambios más hermosos son los que menos esperamos— contestó Jasón, su voz suave y llena de afecto. —Estoy listo para seguir adelante, Abby. Quiero que me acompañes en este viaje.
Ella lo miró, con los ojos brillantes y el corazón lleno de emociones. Y aunque sabía que el futuro podría traer más retos, en ese momento, con la nieve cayendo suavemente y la risa de Emma resonando a su alrededor, supo que había encontrado algo por lo que valía la pena arriesgarse.
El invierno seguía presente, pero para Jasón, Abby y Emma, era sólo el inicio de una nueva historia, una que prometía ser más que un recuerdo de lo que había sido: una promesa de lo que podría llegar a ser.