De Emperatriz A Princesa

La noche había llegado y le propusieron a Alana acampar en un lugar no muy lejos de un pueblo, para que ella pudiera descansar en una posada, pero se negó rotundamente.

—El ser la princesa no me da ningún derecho a descansar en un lugar mejor que ustedes. Me quedaré en el carruaje y ustedes pueden dormir como prefieran, solo les pido que me despierten cuando sea hora de avanzar— dijo esto y se encerró en el carruaje donde iba, pues al principio quiso cabalgar, pero eso sí no fue posible, ya que las heridas del día anterior y las de ese día, le hacían imposible siquiera intentar subir a un caballo.

Cómo todo, el comandante y los soldados hacían guardia por turnos, para cuidar de la seguridad de Alana, pero esto no aseguraba que estarían a salvo y justo en medio de la noche, llegaron varios monstruos a dónde estaban, atacaron a los que estaban de guardia y con sus gritos el resto despertó.

—Alteza por favor no baje del carruaje, son monstruos los que atacan— pidió el comandante, agitado pues ya había comenzado a pelear con aquellos monstruos

Los rugidos, espadas y algunos tipos de magia, eran lo que se podía escuchar y lograr ver a través del carruaje. Alana no quería intervenir porque aún se sentía débil, sin embargo eso cambió cuando escuchó que ya habían reducido a la mitad de su comitiva y los monstruos aun eran demasiados.

Decidió bajar del carruaje y pudo ver qué el único que podía utilizar magia era el comandante, el resto se defendían con espadas, pero los monstruos con los que peleaban eran demasiado grandes y por eso les costaba más.

—Majestic, hazte presente— dijo Alana y en un segundo, la quimera ya estaba ahí.

—«Ordene mi señora»—

—Acaba con mis enemigos, estoy muy cansada y yo no podría—

La quimera entendió, se elevó en el aire y dejó caer bolas de fuego, específicamente sobre los monstruos que atacaban a los humanos, haciéndolos desaparecer. En cuestión de minutos no quedaba ningún monstruo y los sanadores comenzaron a curar a los que estaban heridos, que afortunadamente eran más de los que habían perdido la vida.

—Alteza, no debía hacerlo. Se lo agradezco mucho— haciendo una reverencia, decía el capitán.

—Yo…. Solo hice… lo mejor… para…— no pudo seguir hablando porque las fuerzas que tenía se habían desvanecido.

En ese momento su tatuaje brilló y Majestic regresó a ella. El comandante rápidamente salvó a Alana de que cayera al suelo y la recostó en el carruaje. Después de esa pequeña batalla, las personas que se encontraban bien, fueron los que hicieron guardia, mientras el resto se reponía y descansaba lo que restaba de la noche.

Al amanecer, partieron nuevamente rumbo a la frontera, estaba programado que llegaran en tres días, si bien el comandante podía utilizar el tele transporte, solo podía hacerlo cada cierto tiempo y no debía haber mucha diferencia de espacio entre un lugar y otro, por esa razón aún no se había intentado.

Los días pasaron muy rápido, afortunadamente para todos, sin ningún percance. En ese tiempo, el comandante siempre viajó a lado de Alana, sin embargo a ella le molestaba, pues podía sentir por instinto que no la veía como súbdito sino que buscaba la manera de acercarse a ella de una forma en como él, (ahora ella), se acercaba a las mujeres con las que mantuvo encuentros en su vida pasada.

—Alteza, si necesita algo más, no dude en pedirme lo que sea, siempre estaré a su disposición— ladino dijo

—Comandante…—

—Puede llamarme solo Nerón— sonriendo propuso

—Comandante Suar, no necesito nada y si así fuera lo haría yo misma, además en cuanto lleguemos con su majestad, le pediré que lo envié muy lejos de mí, no soporto su presencia, no me da confianza. ¿Entendió?— dijo esto muy fuerte para que el resto pudiera escuchar y las risas no se hicieron esperar.

Desilusionado, decidió mejor ir a la retaguardia, en realidad lo que menos quería era causarle inconvenientes a Alana, también pensaba que su enfado seguía siendo muy grande porque seguramente ella se enteró de la verdad y pudo haberla pasado mal con su esposo, el emperador.

—Alteza, lamento informarle que aunque a usted no le parezca, será el comandante quien la transporte al otro lado de la frontera— decía el capitán

—Si no hay otra manera, está bien. «Todo sea por ver al fin a mis pequeños»— sonreía sin darse cuenta, algo que claramente el comandante logró ver y sus esperanzas surgieron. La mujer que quería y de la que estaba interesado, sonreía por ir con él.

Llegado el momento y al lugar exacto, se pidió la presencia de Alana y del comandante.

—Alteza, el comandante deberá cargarla en sus brazos para poder transportarla— dijo uno de los presentes

—De acuerdo— la expresión que mostraba era seria, eso hizo que él comandante se molestara

—Si su alteza no está de acuerdo con esto, podríamos buscar otra manera— se lo había tomado demasiado personal

—Al parecer aparte de ser desobediente, también es sordo. Comandante no se crea demasiado importante, porque no lo es, si usted era el más poderoso en el imperio, ahora llegué yo, si no quiere hacer esto, no debe ponerme a mi de excusa, solo dígalo y ya. No soy una pobre mujer que necesita ser salvada y usted puede renunciar a su misión en cuanto lo deseé, pero de algo deben estar seguros todos; no me dejaré manipular por nadie, espero que lo hayan entendido—

Las expresiones en su rostro no cambiaron a pesar de sus palabras y es que tenía razón, en ese momento estaba sumida en sus pensamientos por la necesidad de tener a los dos pequeños seres que debía proteger, nada más le importaba, eso hacía que su rostro se mostrara serio para cada situación.