Aldana una joven doctora que cuando con un prometedor futuro, cambia su destino al cometer un gravisimo error...
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capítulo 12
La vergüenza que sentía Aldana era evidente para todos los presentes en la mesa, por eso Laura, al notar su incomodidad, intentó cambiar el rumbo de la conversación.
— Hermana, me gustaría que los cuatro hiciéramos un viaje. Con Sebas estuvimos viendo ubicaciones para una boda al aire libre y me encantaría que nos acompañaran a visitarlas. Además, así aprovechamos y pasamos tiempo juntos.
— Me voy hoy, solo vine por el fin de semana —respondió Aldana con un tono neutro.
— ¿Y no puedes pedir más días? Hermana, hace mucho que no estás en casa, por favor Lu... quiero que estés aquí. Además, me encantaría que vivieras más cerca. Aquí también hay muy buenos hospitales; podrías pedir tu traslado...
— Laura, no todos tienen la suerte de vivir de un fideicomiso. Yo vivo de mi sueldo como residente y, cuando me reciba como cirujana de trauma, voy a devolverle a Richard cada centavo que invirtió en mi educación. Tengo compromisos en Los Ángeles que no puedo abandonar. Lamento no poder ayudarte con la preparación de tu boda, pero seguro tienes amigas que pueden hacerlo. Y si no es así, pídele ayuda a tu madre. Sarah estaría encantada de participar en todo lo relacionado con la organización. Respecto a mudarme aquí… no es posible. Mi vida está en Estados Unidos.
— No era necesario que le contestaras así —intervino Sebastián—. Ella solo quería ser amable...
— Y ella ya explicó sus razones —añadió Leonardo con firmeza—. Yo tampoco puedo quedarme. Tengo compromisos que no puedo dejar tirados. De hecho, abriremos una nueva sucursal en Estados Unidos y me haré cargo personalmente.
— ¿Te vas también? —preguntó Sebastián, sorprendido.
— Sí. Aquí ya está todo organizado. Creo que puedes hacerte cargo mientras yo me encargo de la nueva sede. Tal vez termine instalándome allá y no regrese —añadió, mirando a Aldana con intensidad, lo que provocó que ella desviara la mirada, visiblemente nerviosa—. Así que hazte a la idea de estar al frente por un tiempo.
Tras esa conversación, el silencio se apoderó de la mesa. Mientras Leonardo y Aldana continuaban su desayuno como si nada, Laura los miró con tristeza y dijo:
— Lamento que mi boda no sea importante para ustedes. Pensé que, como mis hermanos mayores, podrían dejar sus aburridos trabajos un rato y enfocarse un poco en la familia. Leonardo, desde niño jamás has estado en casa más de una semana al año. Y tú, Aldana, te marchaste a estudiar y no volviste ni en vacaciones. Creí que este momento nos ayudaría a volver a ser una familia. Los extraño...
Aldana apretó los puños debajo de la mesa al escucharla. Respiró profundo y respondió:
— Ese es el problema, Laura. Tú crees que somos los malos por no prestarte atención ahora que vas a casarte. Pero la verdad es que nunca fuimos una familia. A mí me mandaron lejos por... por enamorarme de quien no debía. Con Leonardo no sé qué pasó, pero viendo cómo actuaron conmigo, seguramente fue algo similar. Estabas tan enfocada en recibir toda la atención de nuestros padres, que nunca te diste cuenta de lo que nosotros sufríamos. Incluso Sebastián se sentía así. ¿Nunca te habló de eso?
Laura miró a su prometido, buscando una respuesta.
— ¿Eso es verdad?
Sebastián solo bajó la mirada. El silencio lo confirmó todo. Aldana agregó:
— Hay muchas cosas que no sabes. Es mejor que me vaya y me mantenga lejos. Debiste hacerle caso a tu madre cuando te pidió que no me invitaras.
Se levantó de la mesa y, dejando su servilleta sobre el plato, dijo:
— De verdad espero que seas feliz, pero no esperes que asista a tu boda. Quieres odiarme, hazlo. Pero cuando sepas por qué me comporto así, ponte en mi lugar y dime qué habrías hecho tú.
Sin esperar respuesta, se marchó. Leonardo se levantó enseguida y dijo:
— Felicidades a los dos. Pero conmigo tampoco cuenten. Haré llegar mi regalo el día de la boda.
Ambos se marcharon, dejando a Laura y Sebastián en silencio. La joven aún se preguntaba por qué sus hermanos se comportaban de esa manera, sin entender la raíz del dolor que ambos cargaban.
Cuando Aldana llegó al ascensor, unas lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Justo antes de que las puertas se cerraran, una mano las detuvo. Era Leonardo. Sin decir palabra, entró con ella. Subieron en silencio hasta el piso de Aldana. Caminaban uno al lado del otro, pero ninguno rompía el silencio.
Al llegar a la habitación, Aldana habló con la voz entrecortada.
— Necesito estar sola...
— Eso no es verdad. Déjame entrar —respondió él con voz firme pero suave.
Ella suspiró y abrió la puerta. Leonardo entró y, sin pedir permiso, la tomó de la mano, guiándola hasta la cama. Se recostaron sin decir nada. Aldana no entendía el comportamiento de Leonardo, pero no pudo evitar llorar por un largo rato, hasta que, de pronto, las lágrimas cesaron y murmuró:
— Gracias... pero creo que ya debo irme.
— Vamos, te llevo al aeropuerto —dijo él, levantándose sin discutir.
En pocas horas, Aldana abordaría un vuelo desde el aeropuerto de Londres, con destino a Los Ángeles. Dejando atrás recuerdos, reproches... y un pasado que aún dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir.