Jazmín Gómez, una joven humilde y trabajadora, jamás imaginó que su vida cambiaría al convertirse en la secretaria de Esteban Rodríguez, un CEO poderoso, reservado y con un corazón más noble de lo que aparenta. En medio de intrigas laborales, prejuicios sociales y secretos del pasado, nace entre ellos un amor tan inesperado como profundo. En una Buenos Aires contemporánea, ambos descubrirán que las diferencias no separan cuando el amor es verdadero.
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CAPÍTULO 12
La mañana siguiente amaneció con el cielo encapotado y el aire denso de humedad. Jazmín se despertó en el departamento de Esteban, envuelta en las sábanas y en su abrazo. Dormir ahí se había vuelto casi una costumbre, pero no perdía la sensación de novedad que le provocaba compartir la intimidad de un hombre tan distinto a todos los que había conocido.
—Buen día, mi amor —susurró Esteban, rozándole la mejilla con los labios.
—Buen día —contestó Jazmín, aún con la voz adormecida—. ¿Soñaste con algo?
—Soñé con vos. Y con un desayuno eterno donde no tuviéramos que ir a trabajar.
Ella rió suave.
—Lástima que no existe ese mundo.
—No todavía. Pero puedo inventarlo para vos —respondió, y se levantó con un ímpetu juvenil, poniéndose solo el pantalón del pijama para caminar hasta la cocina.
El aroma a café y tostadas invadió el departamento. Jazmín lo observó moverse con naturalidad entre las tazas y los platos, y sintió cómo algo muy profundo en ella se asentaba con calma. Lo amaba. Y él la amaba. Pero no podía evitar que la inseguridad siguiera rondando como una sombra, sobre todo después de la aparición de Catalina.
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En la oficina, el clima había cambiado. Si bien muchos seguían mostrándose cordiales, el runrún de los pasillos era más fuerte. Catalina había pasado por allí, y no lo había hecho en silencio. Bastó una mañana para que comenzaran a circular versiones adornadas de su visita: que había vuelto con Esteban, que se había peleado con Jazmín, que la empresa se estaba por fusionar con otra dirigida por la familia Varela.
Jazmín lo sintió como una invasión invisible.
Una de las secretarias, Leticia, pasó junto a su escritorio y dejó caer un comentario envuelto en veneno.
—Dicen que la señorita Varela es la verdadera dueña del corazón del jefe. Pero bueno… cada uno se ilusiona con lo que puede, ¿no?
Jazmín apretó los labios, sin devolver palabra. No quería entrar en ese juego. No lo necesitaba. Pero dolía.
Más tarde, al pasar por la sala de descanso, escuchó su nombre en una conversación entre dos administrativos.
—¿Y si Catalina viene a limpiar la imagen de la empresa? Con lo mediática que es… Esa Jazmín no tiene cómo competir con eso.
—¿Competir para qué? El jefe está loco si dejó ir a la otra por una chica cualquiera.
Sintió que el aire le faltaba.
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Esteban notó el cambio en ella desde el momento en que cruzaron miradas. Jazmín no sonreía como antes. Estaba más reservada, más tensa, como si algo la apretara por dentro.
Al mediodía, decidió actuar.
—Vamos a almorzar afuera —le dijo, apareciendo frente a su escritorio.
—Tengo trabajo…
—Yo también. Y sé que cuando trabajás angustiada, te volvés una máquina que se olvida de sí misma. Vamos.
Ella lo miró en silencio por unos segundos. Luego, asintió.
Salieron caminando por la avenida Corrientes hasta un pequeño restaurante escondido entre árboles, donde Esteban solía ir cuando necesitaba escapar del ruido.
Se sentaron en una mesa al fondo, lejos de miradas curiosas.
—¿Qué pasa, Jaz? —preguntó él, tomando su mano sobre el mantel.
Ella bajó la mirada.
—No estoy bien, Esteban. Desde que volvió esa mujer… desde que entró a la empresa, siento que camino sobre hielo fino. Todos hablan, todos me miran distinto. Me hacen sentir como si fuera la intrusa. La que no merece estar con vos.
—Vos merecés mucho más que esta mierda de ambiente corporativo con máscaras y cuchillos por la espalda.
—No es solo eso. Catalina dejó su marca. Vos… estuviste enamorado de ella.
—Sí. Estuve. Y también estuve ciego, confundido. Lo que tuve con Catalina fue un vínculo lleno de apariencias, de superficialidad. Me hacía sentir importante, pero nunca amado. Con vos es distinto. Con vos respiro.
Ella suspiró, tragándose las lágrimas.
—¿Y si vuelve? ¿Y si intenta recuperarte?
—Ya lo intentó. Y le dije que no. Firme, claro. Pero parece que ahora eligió otra estrategia.
—¿Cuál?
Esteban se reclinó hacia adelante, con el ceño fruncido.
—Una amiga periodista me escribió esta mañana. Me dijo que recibió una nota anónima con información falsa sobre vos. Que habías llegado a la empresa gracias a un “favor íntimo”, que mentiste en tu currículum, que tenés antecedentes familiares oscuros.
—¿Qué? —Jazmín se llevó la mano al pecho, con los ojos bien abiertos.
—Obviamente, no creí ni una palabra. Pero me advirtió que hay más medios interesados. Que Catalina podría estar detrás, usando sus contactos para embarrarte y hacerte ver como una oportunista.
El corazón de Jazmín latía como un tambor.
—¿Y qué vas a hacer?
—Lo que sea necesario para protegerte.
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Esa tarde, Esteban convocó a una reunión con su equipo legal y de comunicación. Quería un plan para blindar la imagen de Jazmín y frenar cualquier intento de difamación. También pidió una revisión del sistema de seguridad interna para rastrear cómo Catalina había ingresado sin autorización expresa.
Mientras tanto, Jazmín permanecía en su escritorio, lidiando con la angustia de ser el centro de un escándalo en potencia. No era solo su relación lo que estaba en juego: era su dignidad, su historia, su nombre.
Al salir de la oficina, encontró a Esteban esperándola con una decisión clara en el rostro.
—Te vas conmigo. Esta noche no te quedás sola ni por un segundo.
Ella no discutió.
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En el departamento, la atmósfera era distinta. Había silencio, pero no era incómodo. Era un silencio lleno de palabras no dichas, de pensamientos que se entrelazaban sin necesidad de pronunciarse.
Jazmín se cambió de ropa, se puso una remera de Esteban y se recostó en el sillón con una taza de té entre las manos.
Él la observó desde la cocina.
—¿Sabés qué admiro de vos, Jaz?
Ella levantó la vista, curiosa.
—Que a pesar de todo, seguís siendo buena. No devolvés odio. No respondés con veneno. No buscás venganza.
—No sé si es virtud o miedo —respondió ella—. A veces quisiera gritar, defenderme… pero siento que si entro en ese juego, pierdo lo que soy.
Esteban se acercó, se sentó junto a ella y le acarició el cabello.
—Nunca pierdas eso. Sos luz. Y eso es lo que más me enamora de vos.
—¿Incluso si el mundo entero quiere apagarla?
—Entonces peleamos juntos. Hasta el final.
Se abrazaron fuerte, como si el amor fuera un refugio en medio de la tormenta. Porque lo era.
Y mientras afuera la ciudad rugía con su caos habitual, adentro, en ese pequeño rincón de Buenos Aires, dos almas resistían con lo único verdaderamente invencible: la promesa de cuidarse el uno al otro.
Martin llegó tu hora de pagar por extorsión a más de una mujer eres un vividor y estafador.
gracias por compartir