Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
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La bomba a punto de estallar
Mi padre estaba a punto de comunicarle a Diego la noticia de mi embarazo cuando el teléfono de la casa sonó, interrumpiendo el momento que tanto temía. Era yo, llamando justo a tiempo para evitar una situación potencialmente conflictiva.
—Hola, Salomé, ¿dónde te encuentras? Diego acaba de llegar y está conversando con papá —dijo Ernestina, mi hermana, con evidente preocupación.
—¿Ya papá le contó a Diego lo de mi embarazo? —pregunté, sintiendo un gran susto que se alojaba en mi estómago.
—No, aún no. Estaba a punto de hacerlo cuando el teléfono lo interrumpió, ya que pensó que podías ser tú. Pero, ¿dónde estás? ¿Alberto está contigo?
—Sí, Ernestina, pero por favor, pásale el teléfono a papá. Necesito hablar con él urgentemente antes de que le cuente a Diego sobre mi embarazo. ¡Apresúrate!
Mi padre tomó la llamada, y su tono reflejaba claramente su molestia.
—¿Dónde te encuentras, Salomé? Tu prometido está en casa, y deberías estar aquí para que hablemos. Recuerda que debemos resolver este asunto hoy mismo.
—Está bien, papá. Estoy llamando precisamente por eso. Necesitaba tomar un poco de aire fresco para calmarme y pensar mejor las cosas.
—No me interesa en donde estás, lo que quiero es que regreses ahora mismo, sin excusas. ¿Te quedó claro? —dijo alzando la voz, evidentemente estaba muy molesto, porque a pesar de aprobar mi boda con Diego, no estaba de acuerdo con mi embarazo antes de la boda. Y eso que aún no sabía la cruel verdad. Cada momento que pasaba, me daba cuenta del problema tan grave que tenía que enfrentar.
—Está bien, papá, pero te pido un favor: no le digas nada a Diego todavía. Quiero ser yo quien le cuente. Esto es algo que debo resolver con él sin intervenciones. Te lo pido por favor.
Mi padre suspiró, estaba tan decepcionado, jamás esperó que yo lo defraudara tanto y eso me dolía en el alma.
—De acuerdo, esperaré a que llegues a casa, pero desde ahora te exijo que asumas tu responsabilidad. La boda debe ser este fin de semana. Es mi última palabra.
Asentí, aunque él no podía verme, mientras las lágrimas corrían por mi roostro.
—Está bien papá, se hará como tú digas. Muchas gracias por apoyarme.
Solo escuché cuando colgó el teléfono sin decir nada más, sentí alivio al saber que iba a esperar a que yo hablara con Diego.
En el auto de regreso a casa, Alberto y yo compartimos un silencio incómodo, todo estaba claro, no podíamos estar juntos, todo nos separaba. No sabía cómo iba a enfrentar a Diego, temía por la salud de Ernestina, si ella llegaba a enterarse de la verdad, podía morir por mi culpa. Sin pensar en el dolor que le iba a causar a mis padres, como si no fuera suficiente con la decepción que les había causado con mi embarazo.
Al llegar a casa el ambiente en la sala era denso, como si las paredes guardaran secretos y los muebles fueran testigos silenciosos de nuestra situación. Al entrar, todos nos miraron con expectación, como si estuviéramos a apunto de ser juzgados.
Diego se levantó del sillón a penas me vio entrar, pero con la mirada clavada en Alberto. Estaba ajeno a lo que estaba pasando, mi padre había cumplido su palabra y no le había dicho nada.
—Hola, amorcito —dijo Diego, con su característico sarcasmo—. No sabía que andabas con tu cuñadito otra vez.
—¿Otra vez? —preguntó Ernestina, confundida.
—Alberto solo me trajo a casa —respondí, tratando de calmar la tensión.
—Bien, pero ya que llegaste, hablemos —dijo Diego—. Tu padre me mencionó que tenías algo importante que decirme. Y a decir verdad, estoy muy ansioso por saber de qué se trata.
—Sí, así es, tenemos que hablar, pero no aquí. Necesito que hablemos a solas.
—Espero que no quieras cancelar la boda —bromeó Diego—. Eso le costaría millones a tu padre, jajajajaja
La verdad era que si la boda se cancelaba por nuestra parte, mi familia tendría que pagarle una suma considerable a Diego como indemnización. Si él la cancelaba, nosotros recibiríamos una cantidad igual de exorbitante, ese fue el acuerdo firmado. Había mucho dinero en juego, y mi padre, al casarme con Diego, aumentaría su fortuna, ya que él inyectaría una fuerte suma de dinero en las empresas de mi padre.
—Salgamos de aquí, por favor —insistí. —Lo que tengo que decirte es muy importante.
Diego estaba extrañado, se despidió de todos, estrechando la mano de mi padre, quien aún no comprendía la gravedad de la situación. Alberto permaneció junto a Ernestina, mientras ella lo sostenía de la mano. Él parecía distante, pero su preocupación por mí era evidente. Yo estaba a punto de enfrentar a Diego y revelarle la noticia de mi embarazo.
El silencio nos envolvió mientras salíamos de la casa. No había marcha atrás. Solo quedaba esperar las consecuencias de una noche de copas con un hombre que había cambiado mi vida en segundos. Diego eligió llevarme a su restaurante favorito, un lugar elegante donde la alta sociedad se reunía en un ambiente de susurros y copas de cristal. No sabía si había sido una buena idea aceptar su invitación, pero quizás en este entorno, rodeados de mucha gente, podría darle la noticia sin causar un escándalo.
—¡Mozo, por favor! Dos whiskys con hielo —ordenó Diego.
—¡No! Yo no quiero licor, prefiero solo agua mineral —dije, mientras mis manos temblaban.
—¿Pero qué te pasa, Salomé? ¿Por qué no quieres acompañarme con un whisky mientras conversamos? Estás muy extraña, la verdad es que me sorprendes.
—Esto no es una salida social —respondí—. Hemos venido a hablar de algo muy importante que puede cambiar muchas cosas entre nosotros.
El mozo sirvió el whisky a Diego mientras yo tomaba un sorbo de agua, tratando de calmar mi nerviosismo. Luego, reuní valor y le dije:
—Diego, lo que voy a decir cambiará el rumbo de este compromiso. Lamentablemente, no puedo casarme contigo…
—¿Qué? ¿Pero qué estás diciendo? ¿Esto es una broma Salomé? —Dijo cambiando su expresión y poniéndose rojo, como si estuviera a punto de estallar.
—No, no es una broma, lo que te estoy diciendo es muy serio, yo…no puedo casarme contigo.
—Pero..¿Se puede saber cuál es la razón por la que no puedes casarte conmigo?
—Es que..yo… estoy embarazada.
El whisky salió disparado de su boca, y su mirada me atravesó como un rayo. Se puso pálido y, segundos después, su rostro se encendió Aún más de lo que estaba. Agarró el vaso y se bebió el resto de whisky de un trago, pidiendo otro, esta vez doble.
—¿Se puede saber qué estupidez acabas de decir? ¿Acaso te has fumado algo? ¿Estás drogada?
—Cálmate, Diego. Déjame explicarte por favor.
—Estamos a una semana y media de casarnos, y me dices que estás embarazada. ¿Es en serio? Y encima me pides que me calme. ¡Por favor!
—Sé cómo te sientes. Sé que no tengo excusa, que soy una irresponsable, pero al menos estoy siendo honesta contigo.
—¿Honesta? ¿Me hablas de honestidad cuando claramente te acostaste con otro hombre? ¡Ese hijo no es mío! De eso estoy completamente seguro, porque siempre me decías que esperara hasta después de la boda para tener intimidad, y ahora resulta que estás embarazada. ¿De quién? ¿Del Espíritu Santo?
Los comensales murmuraban a nuestro alrededor mientras yo intentaba calmarlo.
—¿Quién es el padre? ¡Habla, Salomé! ¿Con quién me fuiste infiel?
La verdad estaba a punto de desgarrarme. Si Diego estaba alterado por lo que le había dicho, no quería imaginar su reacción al saber que el padre era el esposo de mi hermana. El restaurante se convirtió en un campo de batalla, y yo estaba atrapada en medio de la tormenta.