En un mundo de apariencias perfectas, Marina creía tenerlo todo: un matrimonio sólido, una vida de ensueño y una rutina sin sobresaltos en el exclusivo vecindario de La Arboleda. Pero cuando una serie de mentiras y comportamientos extraños la llevan a descubrir la verdad sobre Nicolás, su esposo, su vida se desmorona de manera inimaginable.
El amor, la traición y un secreto desgarrador se entrelazan en esta historia llena de misterio y suspenso.
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El murmullo de la urna
La habitación estaba en completo caos. Los pasos apresurados, los gritos entrecortados y el eco del disparo que acababa de romper el silencio parecían resonar sin cesar en las paredes. Marina, Nicolás y Samuel estaban allí, congelados en un instante eterno, como si el tiempo se hubiera detenido para ellos.
El aire estaba cargado de pólvora, y la tenue luz que entraba por la ventana hacía que las sombras en las paredes se movieran como si tuvieran vida propia. Marina sintió que el relicario ardía entre sus dedos, pero no se atrevía a mirarlo. Todo su cuerpo estaba paralizado, sus ojos clavados en la figura que yacía inmóvil en el suelo.
—¿Qué... qué hicimos? —murmuró Nicolás, su voz quebrándose.
Samuel, aún con la pistola en la mano, respiraba con dificultad, incapaz de soltar el arma. Sus ojos estaban desorbitados, llenos de pánico.
—No fue mi intención, —balbuceó, su voz apenas audible. —Yo solo quería...
Marina dio un paso hacia el cuerpo en el suelo, pero Nicolás la detuvo, agarrándola del brazo con fuerza.
—¡No te acerques! —exclamó, tirando de ella hacia atrás.
—¡Déjame! —gritó Marina, forcejeando. —¡Necesitamos ayudarlo!
—¡Está muerto! —respondió Nicolás, casi gritando.
El silencio volvió a caer sobre ellos, esta vez más pesado que antes. Marina miró a Nicolás con incredulidad, luego a Samuel, y finalmente al cuerpo en el suelo. El relicario parecía vibrar en su mano, un zumbido apenas perceptible que ella podía sentir más que escuchar.
La penumbra de la verdad
—¿Quién fue? —preguntó Marina, su voz temblorosa.
Samuel miró la pistola en su mano, luego a Nicolás, y finalmente a Marina. Sus labios se movieron, pero no salió sonido alguno.
—¿Samuel? —insistió Marina, su tono más agudo.
—Yo... no sé, —respondió finalmente, con los ojos llenos de lágrimas. —No sé qué pasó.
Nicolás se llevó las manos a la cabeza, caminando de un lado a otro de la habitación. Parecía estar luchando con algo que no podía decir en voz alta.
—Esto no tenía que pasar, —dijo finalmente, su tono cargado de amargura.
—Pero pasó, —respondió Marina, con frialdad. —Y ahora necesitamos saber qué vamos a hacer.
Samuel finalmente soltó la pistola, dejándola caer al suelo con un sonido metálico que hizo eco en la habitación.
—No podemos quedarnos aquí, —dijo, casi en un susurro.
—¿Irnos? —preguntó Nicolás, girándose hacia él con incredulidad. —¿Y qué? ¿Dejar todo esto atrás como si nunca hubiera sucedido?
Samuel no respondió. Solo miró hacia el cuerpo inmóvil, su rostro reflejando una mezcla de culpa y miedo.
Sombras del pasado
Marina finalmente se liberó del agarre de Nicolás y se arrodilló junto al cuerpo. Sus manos temblaban mientras buscaba un pulso, algo que le dijera que no era demasiado tarde. Pero todo lo que encontró fue frialdad.
—Está muerto, —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
El silencio que siguió fue como un golpe en el pecho para los tres. Marina se levantó lentamente, sintiendo que el relicario pesaba más que nunca.
—Esto... esto no es solo culpa nuestra, —dijo, girándose hacia Nicolás y Samuel. —Hay algo más en juego aquí.
Nicolás la miró con confusión. —¿Qué estás diciendo?
—El relicario, —respondió Marina, levantándolo para que ambos lo vieran. —Desde que llegó a nuestras vidas, todo ha ido de mal en peor. Esto no es una coincidencia.
Samuel dio un paso hacia ella, su rostro lleno de desesperación.
—¿Crees que esto es por ese maldito relicario? —preguntó, su voz cargada de ira. —¡Esto pasó porque nosotros lo permitimos!
—No, —respondió Marina, con firmeza. —Esto pasó porque no hemos escuchado las advertencias.
Nicolás frunció el ceño. —¿Advertencias?
Marina asintió, su mirada fija en el relicario. —En mis sueños, el hombre que aparece... siempre dice lo mismo. "El pasado siempre encuentra la manera de alcanzarte".
El peso de las decisiones
La tensión en la habitación era palpable, y cada palabra parecía aumentar el peso que cada uno cargaba. Nicolás finalmente rompió el silencio.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó, su tono más suave.
Marina miró a ambos hombres, luego al cuerpo en el suelo.
—Primero, tenemos que deshacernos de esto, —dijo, señalando la pistola.
Samuel asintió lentamente, pero Nicolás parecía menos convencido.
—¿Y luego qué? —preguntó. —¿Pretendemos que nada de esto pasó?
—No podemos pretender nada, —respondió Marina, su tono firme. —Pero tampoco podemos quedarnos aquí esperando a que alguien venga y nos culpe por algo que...
—¿Que qué? —la interrumpió Nicolás. —¿Que no fue nuestra culpa?
Marina lo miró, pero no respondió. Sabía que no tenía una respuesta que pudiera satisfacerlo.
El murmullo de la urna
De repente, un sonido bajo y gutural llenó la habitación, como un susurro que provenía de todas partes y de ninguna a la vez. Los tres se congelaron, mirando a su alrededor con pánico.
—¿Qué fue eso? —preguntó Samuel, su voz apenas un susurro.
Marina miró el relicario en su mano, y su corazón se detuvo al ver que brillaba con una luz tenue pero constante.
—Es él, —dijo, su voz temblorosa.
—¿Quién? —preguntó Nicolás, dando un paso hacia ella.
—El hombre del relicario, —respondió Marina. —Nos está advirtiendo.
Samuel sacudió la cabeza. —Esto no puede estar pasando.
El susurro se intensificó, transformándose en palabras que apenas podían entenderse.
—El pasado... el precio... sangre por sangre...
Marina dejó caer el relicario al suelo como si quemara, y retrocedió tambaleándose.
—¡Basta! —gritó Nicolás, pisando el objeto con fuerza, intentando romperlo.
Pero el relicario permaneció intacto, su brillo intensificándose hasta iluminar toda la habitación.
El desenlace incompleto
Cuando la luz se desvaneció, la habitación estaba completamente vacía. No había rastro del cuerpo, ni de la pistola, ni siquiera del relicario. Solo quedaban Marina, Nicolás y Samuel, de pie en el centro de la habitación, mirándose con incredulidad.
—¿Qué... qué acaba de pasar? —preguntó Samuel, su voz llena de pánico.
Marina miró sus manos vacías, luego a Nicolás.
—No lo sé, —dijo finalmente.
Nicolás frunció el ceño, mirando a su alrededor. —Esto no ha terminado.
Marina asintió, sintiendo que algo oscuro y desconocido los estaba acechando, esperando el momento adecuado para volver.
Desde la penumbra, un murmullo apenas audible pareció llenar la habitación una vez más.
—El pasado nunca muere.