En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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La distancia entre nosotros
La primera luz del amanecer se cuela por las ventanas altas del palacio, iluminando las paredes de piedra con un resplandor frío. Apenas he dormido. El peso de los eventos de ayer aún me persigue.
Einar. Su presencia, su mirada, la firmeza en su voz cuando me llamó “mi príncipe”. Me repito que no significa nada, que simplemente cumplía con su deber. Pero una parte de mí, una parte que nunca debería escuchar, se aferra a la posibilidad de que haya algo más.
—Leif, apúrate —la voz de mi madre interrumpe mis pensamientos—. Tu padre te espera en la sala de consejo.
Me giro para verla en la puerta. Su expresión es neutral, como siempre, pero hay una pizca de preocupación en su mirada. Ella sabe lo que significa para mí este día.
—Voy enseguida —respondo, ajustándome la capa.
La sala de consejo es un lugar que siempre me ha intimidado. Los tapices que relatan las historias de los grandes reyes de Valakay cuelgan de las paredes, como recordatorios constantes de lo que se espera de mí. Mi padre ya está ahí, junto con varios consejeros y... Einar.
Está de pie junto a la puerta, con la mano descansando en la empuñadura de su espada. Incluso en la quietud, hay una intensidad en él que parece llenar la habitación.
—Leif, toma asiento —ordena mi padre, sin apartar los ojos de los mapas desplegados sobre la mesa.
Obedezco, pero no puedo evitar una mirada rápida hacia Einar. Él me mira también, aunque solo por un momento, antes de volver a centrar su atención en la puerta.
—Hoy discutirás tu primera decisión oficial como príncipe heredero —continúa mi padre—. Una alianza estratégica con el clan de los Lobos del Este.
La palabra "alianza" pesa en el aire. Sé lo que significa realmente. Matrimonio.
—¿Y si rechazo la propuesta? —pregunto, con más valentía de la que siento.
Mi padre levanta la vista, con sus ojos fríos clavándose en los míos.
—No puedes. Tu deber es con Valakay, no contigo mismo.
La reunión termina, pero las palabras de mi padre siguen retumbando en mi mente. Me siento atrapado, como un ave que golpea constantemente contra los barrotes de su jaula.
Salgo al patio del palacio, buscando aire. La nieve ha empezado a derretirse, formando pequeños charcos helados en el suelo de piedra. No espero encontrar a nadie, pero allí está Einar, practicando con su espada.
Se mueve como si fuera parte del viento, cada golpe y giro ejecutado con precisión letal. Por un momento, lo observo, fascinado por su fuerza y gracia. Pero cuando me ve, se detiene.
—¿Mi príncipe? —dice, dejando la espada a un lado.
—Leif —le corrijo de nuevo, cruzando los brazos para protegerme del frío—. Ya te lo dije.
—Leif —repite, y mi nombre suena extraño en su voz, pero también... bien.
Doy un paso hacia él, luego otro. No estoy seguro de lo que quiero decir, pero las palabras salen antes de poder detenerlas.
—¿Qué harías tú si no pudieras elegir tu propio destino?
Einar me observa en silencio durante un largo momento. Su mirada es intensa, como si pudiera ver más allá de mis palabras, más allá de las máscaras que llevo.
—Cumpliría con mi deber —responde finalmente—. Pero lucharía por lo que creo, incluso si el precio fuera alto.
Su respuesta me golpea como una tormenta. Luchar. Yo nunca he luchado por nada en mi vida, no realmente. Siempre he hecho lo que se espera de mí, incluso cuando todo en mi interior grita que quiero algo más.
—¿Y si lo que crees es imposible? —pregunto en un susurro.
Einar da un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros. Por un instante, pienso que va a tocarme, pero no lo hace.
—Nada es imposible, Leif —dice, con su voz baja pero firme—. Solo es cuestión de cuánta fuerza estás dispuesto a usar.
Mi corazón late con fuerza, tanto que temo que pueda oírlo. No sé qué decir, así que me doy la vuelta y me marcho, con las palabras de Einar ardiendo en mi mente.
Esa noche, la cena es un desfile de rostros sonrientes y conversaciones vacías. Los Lobos del Este han enviado emisarios para comenzar las negociaciones, y su líder, una alfa llamada Freya, parece ansiosa por entablar conversación conmigo.
—Leif, ¿te interesa la caza? —pregunta, con una sonrisa que no llega a sus ojos.
—No especialmente —respondo, intentando sonar cortés.
Ella parece decepcionada, pero sigue hablando, enumerando todas las razones por las que nuestra unión sería beneficiosa. Mi padre, sentado a mi lado, parece satisfecho. Yo, en cambio, siento que me ahogo.
Cuando finalmente puedo escapar de la mesa, corro hacia los jardines del palacio. El frío de la noche es un alivio para mis sentidos, pero no hace nada para calmar el caos en mi mente.
—Leif.
Su voz es un susurro en la oscuridad, pero lo reconozco al instante. Me giro para ver a Einar, de pie a pocos pasos de mí.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto, con mi voz más brusca de lo que pretendía.
—Es mi deber protegerte —responde, pero hay algo en su tono, algo más allá del deber.
—Ya veo.
—¿A donde quiere ir?
Me acerco a él, sin saber exactamente por qué. Tal vez es el peso de la noche, o tal vez es simplemente él, pero las palabras salen antes de que pueda detenerlas.
—No quiero esto, Einar. No quiero esta vida.
Él no dice nada, pero su mirada lo dice todo. Hay comprensión en sus ojos, y algo más, algo que me quema desde dentro.
—Entonces lucha —dice finalmente, su voz un susurro—. Pero no lo hagas solo.
Por un instante, el mundo parece detenerse. Estamos tan cerca que puedo sentir el calor de su cuerpo, ver el brillo de la luz de la luna en sus ojos.
Y aunque no digo nada, sé que sus palabras han dejado una marca en mí.