El general fue claro: teníamos 48 horas para prepararnos. La misión no era solo peligrosa, era de alto riesgo. El centro de inteligencia comprometido albergaba información sensible sobre las ubicaciones de nuestras tropas, estrategias de defensa y detalles de las tecnologías más avanzadas. Si eso caía en manos enemigas, no solo se pondría en peligro a nuestro escuadrón… se pondría en jaque a todo el sistema.
Esa noche no pude dormir. No por miedo, sino por la presión. La mente me trabajaba a mil revoluciones por minuto. Trazaba posibles rutas, repasaba planos del lugar, analizaba formaciones y puntos de entrada. No era un videojuego ni una simulación. Esto era real. Y cualquier error, por mínimo que fuera, podría costar vidas.
En la mañana, me dirigí al edificio táctico. Al entrar, me encontré con el equipo que me acompañaría.
Eliza, firme y confiable como siempre.
Dalia, con su mirada calculadora y temple frío.
Y Maya.
Ella me miró sin palabras, esperando que hablara. Ya no había desafíos en sus ojos, pero sí una intensa expectación.
—Gracias por venir puntuales —dije, colocando un mapa digital sobre la mesa central—. Este es el objetivo: el antiguo búnker táctico al norte del valle. Fue abandonado hace años, pero hace poco detectamos movimiento. Se ha confirmado que un grupo hostil tomó el control. Nuestro objetivo es recuperar un paquete de datos del sistema central y extraerlo sin ser detectados.
—¿Y si ya lo descargaron? —preguntó Dalia.
—Por ahora, el sistema sigue encriptado. Tenemos tiempo, pero no mucho. La ventana de oportunidad es estrecha. Necesitamos entrar, obtener el archivo y salir antes de que refuercen la zona.
—¿Quién estará al mando en el campo? —preguntó Maya, cruzándose de brazos.
La pregunta flotó unos segundos en el aire. Todas sabían la respuesta. Aun así, fue difícil decirlo en voz alta.
—Yo. Me asignaron como líder de escuadrón.
Eliza asintió sin protestar. Dalia se limitó a decir: “Perfecto.” Maya… no dijo nada.
Continuamos planeando durante horas. Estudiamos rutas subterráneas, posibles puntos de vigilancia y las zonas con menor presencia enemiga. A medida que avanzábamos, notaba cómo la tensión crecía. No por desconfianza hacia mí, sino por la magnitud de lo que íbamos a enfrentar.
En un momento de descanso, salí a tomar aire. Me apoyé en una baranda de metal, mirando el horizonte del campo de entrenamiento. El sol se ocultaba entre nubes grises, como si el cielo anticipara lo que venía.
—Te estás presionando demasiado —dijo una voz a mi lado.
Era Eliza.
—No quiero fallarles —confesé.
—No lo harás. Pero necesitas confiar más en ti. No eres la misma chica del primer día. Ni de lejos.
—¿Y si algo sale mal?
—Entonces lo resolveremos. Como equipo. Liderar no significa tener todas las respuestas. Significa guiarnos incluso cuando todo parezca un caos.
Le sonreí con gratitud. A veces, una sola voz de apoyo vale más que mil planes perfectos.
Al día siguiente, comenzamos la fase de preparación física. Pruebas de resistencia, simulacros de escape, práctica con equipo de visión nocturna y armamento silencioso. Todo debía salir perfecto. Lo más difícil fue sincronizar a cuatro personas tan distintas bajo un mismo mando.
—No puedes ordenarme algo que comprometa la misión —me dijo Maya en medio de un ejercicio.
—No lo haría. Pero si no sigues el plan, podrías poner en peligro al resto.
—¿Y si el plan falla?
—Entonces improvisamos. Pero primero confía.
Ella me miró fijamente, como si buscara algo en mi rostro. Quizás honestidad. Quizás seguridad. Tal vez ambas.
—Haré lo que tenga que hacer —dijo al fin—. Por el equipo.
—Gracias.
Esa fue la primera vez que sentí que Maya realmente estaba de mi lado. No por obligación. Sino por decisión.
Más tarde, recibimos el equipo especializado: trajes tácticos reforzados, armas ligeras, comunicadores internos y dispositivos de rastreo. A cada uno le asigné una tarea.
—Eliza: cobertura y monitoreo.
—Dalia: sigilo y entrada secundaria.
—Maya: respaldo y vigilancia del perímetro.
—Yo: infiltración directa y recuperación del paquete.
—¿Tú irás al centro? —preguntó Eliza, sorprendida.
—Conozco mejor el sistema. Si algo sale mal, podré reconfigurarlo. No puedo dejar que otra persona arriesgue la misión en algo que solo yo sé hacer.
Nadie protestó. Solo asentimientos firmes. El equipo estaba listo.
Esa noche, antes de dormir, recibí una nueva nota.
“No se trata solo de ganar. Se trata de regresar. Asegúrate de que todos regresen.”
Esta vez no firmaron. Pero sabía que era del Teniente Falcón. Era su forma de recordarme que ser líder no era solo llevar la delantera. Era cargar con la responsabilidad de cada alma bajo tu mando.
Cerré los ojos. El sueño no llegó de inmediato. Pero cuando lo hizo, soñé con luces rojas parpadeando, pasillos oscuros y la sensación de que alguien, en algún lugar, ya sabía que íbamos hacia ellos.
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marb
😬😬😬😬😬
2025-04-16
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