El peso del mando

La mañana comenzó diferente. El toque de diana sonó igual de fuerte que siempre, pero esta vez no me levanté corriendo. Estaba despierta desde hacía horas, dando vueltas en la cama, repasando mapas mentales, posibles formaciones, jugadas de guerra que había memorizado cuando apenas era una niña curiosa con acceso a internet.

Ahora era diferente. Ahora esas ideas podían salvar vidas.

Después de una rápida ducha fría, me dirigí al nuevo edificio asignado para el equipo de estrategia avanzada. Era una estructura más moderna, equipada con tecnología que nunca había visto en persona: pantallas táctiles, hologramas de campo, sistemas de comunicación en tiempo real. Me sentí pequeña y grande al mismo tiempo.

—Cadete Luna —me recibió el instructor principal, un hombre de mirada dura llamado Teniente Falcón—. A partir de hoy, estará bajo mi entrenamiento. Y hoy mismo tendrá su prueba de fuego.

—¿Una simulación, señor? —pregunté, algo nerviosa.

—No. Una operación real. Se nos ha informado de una célula enemiga al sur que planea interceptar uno de nuestros convoyes de suministros. Su tarea será coordinar al equipo de ataque desde el centro de mando. Usted dirigirá. Ellos obedecerán.

Tragué saliva. Sabía que ese momento llegaría, pero no esperaba que fuera tan pronto. Sin embargo, asentí con firmeza. No podía fallar.

En cuestión de minutos, me encontraba frente a un mapa holográfico en tiempo real, donde podía ver los movimientos de nuestro convoy y los patrones de ataque posibles del enemigo.

—Canal seguro establecido. Comunicación con el equipo de campo activa —dijo uno de los técnicos.

—Aquí Luna, desde comando. ¿Me copian?

—Te escuchamos, nerd —respondió una voz familiar. Era Eliza.

—Gracias por recordarme quién soy —dije, sonriendo, aunque por dentro me temblaban las manos.

El convoy estaba acercándose a una zona boscosa. Perfecto para una emboscada. De inmediato, pedí a dos unidades de avanzada que se adelantaran y colocaran sensores térmicos en puntos estratégicos. La señal confirmó movimiento: los enemigos se acercaban por ambos flancos.

—Dividan al escuadrón en tres grupos —ordené—. El grupo Alfa va por la derecha, Bravo a la izquierda, y Charlie rodeará desde atrás con sigilo. Esperen mi señal para atacar al mismo tiempo. El factor sorpresa será crucial.

El equipo ejecutó la orden con precisión. En la pantalla, los puntos se movían como piezas de ajedrez. Sentí un extraño poder… y una responsabilidad abrumadora.

—Señal recibida. Listos para atacar —dijo Eliza.

—Adelante.

El asalto fue rápido y eficaz. Los enemigos no tuvieron tiempo de reaccionar. Sin embargo, algo falló.

—¡Luna! ¡Nos están atacando desde atrás! —gritó Dalia desde el canal.

—¡Eso no estaba en el mapa! —añadió otro soldado.

Mi corazón se aceleró. Reaccioné al instante, reconfigurando las posiciones.

—Grupo Bravo, retrocedan y refuercen retaguardia. Charlie, desvíen su ruta al norte. ¡Ahora!

Hubo interferencia en la señal. Por un momento, el sistema se apagó. Los monitores parpadearon. Sentí un vacío en el pecho.

—¡¿Qué está pasando?! —pregunté al técnico.

—Interferencia... es una especie de bloqueo externo. Están saboteando las comunicaciones.

No podía quedarme sentada. Me quité el auricular y salí corriendo del centro de mando.

—¡¿A dónde vas?! —gritó el teniente.

—¡A ayudar!

El jeep me llevó lo más cerca posible. Desde allí, corrí entre los árboles, esquivando ramas, saltando sobre raíces. Podía escuchar los disparos a lo lejos, y mi estómago se encogía con cada paso. ¿Estaban bien? ¿Había fallado?

Cuando llegué, vi a varios soldados cubriéndose detrás de un viejo camión volcado. Dalia disparaba con precisión, mientras Eliza atendía a un compañero herido.

—¡¿Qué haces aquí?! —exclamó Dalia al verme.

—El sistema colapsó. Vine a ayudarte desde el campo.

Tomé una tablet táctica que llevaba en el cinturón y la conecté a un dron cercano. Lo elevé y escaneé el perímetro. En segundos, encontré al grupo enemigo oculto. No eran muchos, pero estaban mejor posicionados.

—¡Rodearemos su formación desde la izquierda! ¡Concentrad fuego en su punto débil! —grité.

Nos movimos. Me cubrí junto a Eliza. La adrenalina era real. Las balas silbaban cerca, pero logré marcar la posición exacta del enemigo. Un disparo certero de Dalia acabó con el líder de su escuadrón. Los demás huyeron.

El silencio volvió poco a poco.

—¿Están todos bien? —pregunté, sin aliento.

—Gracias a ti —respondió Eliza, dándome una palmada en el hombro.

—Fuiste valiente al venir —dijo Dalia, con una sonrisa leve—. Pero te van a regañar.

Y así fue.

De regreso al centro, el teniente Falcón me recibió con los brazos cruzados.

—¿Quién te dio permiso para abandonar el mando?

—Nadie, señor. Pero no podía quedarme mientras ellos estaban en peligro.

—Lo que hiciste fue imprudente… —hizo una pausa—. Pero también admirable. Aprendiste algo hoy, ¿no?

—Sí, señor. Que el mando no siempre significa quedarse atrás. A veces, hay que ensuciarse las botas.

El teniente asintió.

—Tendrás que aprender a equilibrar la estrategia con la acción. Si vas a liderar, debes saber cuándo moverte… y cuándo quedarte firme.

Esa noche, recibí un mensaje anónimo en mi litera. Era una hoja de papel con una sola frase:

“El respeto se gana en la batalla, pero el liderazgo se forja en las decisiones.”

No había firma. Pero estaba claro que alguien observaba mi crecimiento… y esperaba más de mí.

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