Desencuentro

Dos días después, el sol cae reflectante en los azulejos que adornan gran parte de los muros de la casa, tiñendo el cielo de tonos cálidos, mientras busco alivio en los jardines de la hacienda aun con mi brazo enyesado. La brisa suave juega con las hojas de los árboles cuando, de repente, veo dos adolescentes, una niña y un niño, que hacen su entrada en la casa acompañados por una mujer de aspecto imponente y extravagante.

—¡Tu, deja de comportarte como si fueras la dueña de este lugar! Tráeme una bebida antes de que me derrita por este calor.

Sorprendida, sigo la escena desde mi posición bajo la sombra de un árbol, hasta que veo como dicha mujer se acerca, enojada, hacia donde estoy confundiéndome con una empleada.

—¡Esto es inaceptable! ¿Qué ha pasado con el respeto en esta casa?— Me habla con el enojo por las nubes.

Supongo que me debe estar confundiendo con alguna empleada.

—Bueno, parece que la señora aún no se ha enterado de que la servidumbre ahora puede disfrutar del sol— Le contesto sonriente.

—Cuando Santiago se entere, haré que te corra de inmediato.

—Adelante. Créame que me haría un favor señora— Aunque dudo mucho que encuentre a Santiago por algún lado. Ayer lo vi marcharse de este lugar sin decir nada, excepto por la cantidad excesiva de guardias que dejo vigilando la hacienda o más bien, vigilando que yo no me escape.

—Te crees muy graciosita, ¿no? Al parecer me encuentro en el lugar equivocado, ¿Te gustaría darme alguna orden?— Se ve que ya esta a unas pocas palabras de reventar.

Conozco a este tipo de personas. Son como bombas de tiempo, hasta la más mínima cosa podría hacerlas estallar, pero lo que más detesto, es cuando quieren descargar su furia con los demás, en especial, con los más indefensos.

Si me dejo pisotear por ella ahora, después no podré detenerla.

—La que no debería estar aquí soy yo. Pero alguien insiste en retenerme entre estas paredes.

—¿Así que no eres empleada de esta hacienda?

—No, señora, no soy ninguna empleada, pero si lo fuera, igual merezco respeto.

—Mis disculpas— Dice claramente exagerando estar arrepentida. —No debería haber asumido que lo eras. Normalmente no conozco a las putas de mi esposo, especialmente, porque él no suele traerlas a la casa.

—¡No soy la puta de nadie, señora!

—¡Ah! Mira, que bonito. Una puta con dignidad— La mayoría de veces trato de ser civilizada y comportarme adecuadamente, en especial porque cualquier error podría costarme la campaña. pero las personas como está mujer me dan ganas de estrellarle mi brazo enyesado en la cara.

—¿Qué está pasando aquí?— Por suerte, Santiago apareció antes de que alguna de las dos terminara por perder por completo los estribos.

—Parece que alguien no está feliz con la nueva dinámica en casa— Me giré fingiendo necesitar la protección de Santiago contra esta mujer.

—¿Qué haces aquí, Mónica?

—Esta también es mi casa, Santiago.

—No desde que nos divorciamos— Rayos. Por un momento tuve la esperanza de que lo que esa mujer dijo fuera verdad y en verdad fueran esposos. Así tendría una excusa todavía más grande para detener la insistencia de Santiago de querer casarse conmigo.

—Nuestros hijos querían verte y sabes que eso del divorcio aún no es definitivo.

¡Entonces esos dos niños son hijos de él!

—No discutiré esto contigo ahora, así que vete.

—Me haces a un lado por una simple puta.

—Ten más cuidado con como hablas de Ximena, porque ella va a ser mi esposa.

Esto último no le sentó nada bien a la señora. Su rostro estaba muy rojo y sus ojos parecían querer salirse de su cara. Por un momento creí que golpearía a Santiago, pero desapareció como alma que lleva el diablo hacia la casa.

—Discúlpame por eso. No estaba informado de que ella vendría.

—No tiene que darme ninguna explicación, Don Vargas. Usted y yo no somos nada y no lo seremos nunca— Le dije esto último y me marché del lugar antes de que fuera a repetirme nuevamente que tarde o temprano me casaría con él.

Monica Martínez, 35 años

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