La tensión entre el grupo de Rinaldi y los guardianes del pueblo escaló, Aziel, siempre estratega, decidió recurrir a un enfoque más diplomático. Sacó su billetera, extrayendo varios billetes.
—Creo que podemos llegar a un acuerdo —ofreció, extendiendo el dinero aquel greñudo hombre.
Otro de los tipos, el más alto, con el ceño menos fruncido, observó el dinero antes de aceptarlo.
—Esto puede ayudar —admitió, su tono un poco más suave. Pero su compañero, más escéptico y vigilante, sacudió la cabeza con desaprobación.
—No es tan simple —les advirtió, cruzándose de brazos—. Este lugar... si vienen a meterse, van a encontrar problemas. No solo de nuestra parte. Esperen un par de días, quizás semanas. No es un buen momento.
Aziel asintió, agradeciendo la advertencia a pesar de la frustración que hervía en su interior.
—Gracias por el consejo —dijo, manteniendo la compostura. Se giró sobre sus talones, a punto de irse a la casa rodante, con su silueta rígida reflejando la tormenta de emociones que lo azotaba.
Se preparaba mentalmente para reevaluar su estrategia, sin embargo, una mirada inoportuna alteró el tenso equilibrio. Rocío, curiosa e inconsciente del peligro que acechaba, se asomó por una de las ventanas de la casa rodante. Su presencia no pasó desapercibida para los criminales que aún evaluaban al grupo de recién llegados.
El segundo hombre de mirada dura y sonrisa maliciosa no tardó en hacer notar su interés.
—Esa chica es muy bonita —comentó con descaro, señalando hacia la ventana por la que Rocío se había asomado—. ¿Estarías dispuesto a 'prestárnosla' un rato? —su tono era burlón, pero la amenaza era clara y directa.
—¿Ese es el precio por dejarnos pasar? —Se volvió al tipo y dejó la pregunta suspendida en
el aire.
El criminal soltó una carcajada cruel antes de responder.
—Ese sería el precio para no matarlos —dijo, con una frialdad que helaba la sangre. La amenaza era inequívoca, un recordatorio brutal de la ley sin ley que gobernaba aquel lugar.
El silencio que siguió fue denso, cargado de tensiones no resueltas y decisiones peligrosas.
—Están agotando mi paciencia...—su voz baja pero firme, cargada de un peligro contenido—, estoy seguro de que no quieren eso.
Los dos se quedaron viendo, cual depredadores midiéndose el uno al otro.
El primer hombre intervino, pidiendo el doble de dinero y corriéndolos del lugar. Aziel accedió, retomando su estado estoico, aunque fuese en simple apariencia. Finalmente se giró, regresando a la seguridad relativa de la casa rodante. Dentro, informó a su equipo como estaban las cosas:
—Escuchen —dijo capturando la atención de todos con su voz firme—. La situación aquí es más complicada de lo que anticipamos. Nuestra presencia no es bienvenida y forzar nuestro paso solo pondrá en riesgo todo —hizo una pausa, asegurándose de que su mensaje estaba siendo comprendido—. Volveremos al pueblo más cercano y esperaremos a que las cosas se calmen.
—¿Podemos volver a casa? —cuestionó con timidez Martha, sin tener contacto visual.
—Eso no será posible, por eso mis hombres fueron claros al contratarlas —dijo sin prestar verdadera atención a la chica.
—Entendido —contestó Rocío, efusiva.
—Parece que no sabes lo que significa perfil bajo… —le reclamó—, cámbiate esa ropa y deja de buscar el peligro, si no quieres que estos tipos irrumpan este maldito vehículo y te lleven.
Rocío agachó la cabeza, sus ojos se cristalizaron. Martha y Lina se abrazaron, dándose fortaleza.
—Perdón —le dijo, levantando la mirada, sus labios haciendo un puchero.
—Ese estúpido truco no funciona conmigo. Cámbiate, porque si esos hombres vuelven dejaré que te lleven.
Rocío se fue a poner otro tipo de ropa.
"No creo que sea la ropa lo que llamó la atención. Es simplemente demasiado bonita, eso es todo. Y en un lugar como este, eso es más que suficiente para atraer el tipo de problemas que acabamos de enfrentar.", pensó Ramiro, acomodando su arma.
Mientras planificaban su próximo movimiento, la realidad de los peligros que enfrentaban
en este lugar solitario se hacían más palpables. La camioneta, moviéndose rápido por el camino de regreso. La luna arriba brillaba fuerte, dándoles un poquito de luz en la oscuridad.
Más tarde, solo en su pequeña habitación, Aziel se dejó caer en la cama frente al pequeño escritorio que contenía mapas y notas dispersas. Entre tantos papeles, encontró su foto de bodas y la sostuvo entre sus manos sintiéndola tan pesada. Mientras la miraba, se sentía triste y un poco enojado. Recordaba ese día, pero ahora le parecía amargo. Emily, su esposa en la foto, en realidad no lo quería. Todos esos momentos en los que se dijeron "te amo" ahora le parecían mentiras. A la primera oportunidad que tuvo, Emily se escapó de él, dejándolo solo con sus recuerdos.El silencio era un contraste ensordecedor con el tumulto de sus pensamientos. Mientras apartaba sus ojos de la imagen, miró a través de la ventana, el paisaje de Michoacán parecía
burlarse de su impotencia. Los árboles susurraban con el viento, indiferentes a
Las estrellas adornando el cielo, en otras circunstancias lo habrían invitado a la reflexión. Pero Aziel no estaba tranquilo. La revelación de que este lugar pudiera ser un escondite perfecto para alguien que huía —y más aún si ese alguien era la mujer que amaba— lo golpeó con fuerza.
—Marco... hijo de perra, ¿qué estabas pensando? —murmuró para sí, su voz un susurro cargado de conflicto.
Ese maldito lugar estaba olvidado por el tiempo, parecía el escenario perfecto de una
película sobre leyendas macabras, no existía nada entretenido allí. Si uno deseaba desaparecer, ciertamente este sería el escenario perfecto. La ironía de que él, Aziel Rinaldi, conocido ahora por su dominio y control, se encontrara ahora navegando a ciegas en un territorio desconocido, no escapaba a su sentido del humor amargo.
Respiró hondo, tratando de calmar la tormenta interna.
—Si es aquí donde debo buscar, entonces aquí seguiré —se prometió, la determinación endureciendo sus rasgos una vez más, la promesa de Aziel de no cesar hasta descubrir la verdad, sin importar lo que costara.
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