Capítulo 7

En la penumbra del terreno baldío, la tensión saturaba el aire. Carlos García, líder de la banda autodenominada "los guardias", emergía imponente entre las sombras de sus secuaces. Con una estatura de 1.75 metros, su ceño permanentemente fruncido por los años, piel bronceada y cabeza calva, inspiraba un respeto mezclado con temor. A su lado, su hijo, también llamado Carlos pero conocido como Junior, observaba la escena con una mezcla de admiración y ansias de demostrar su valía. A pesar de ser la viva imagen de su padre, Junior lo superaba en altura por 15 cm, siendo una versión joven y fuerte de su padre.

Rodolfo, apodado Fofo, era el desafortunado que yacía en el suelo, tratando de protegerse de los golpes. Su fallo en una entrega había desencadenado la furia de Toño, el más despiadado de los secuaces, y otros que disfrutaban del cruel espectáculo.

—¿Captas la lección, Fofo? ¿Ves hijo de perra lo que sucede al fallarnos? —Carlos García vociferaba en la calma nocturna.

Entre sollozos, Rodolfo asentía, implorando con la mirada el fin de su tormento.

—Esto es para que aprendas, y para que todos sepan lo que les espera si nos desafían, bastardo —Toño le lanzó al suelo, marcando el fin de la lección.

Junior asistía, complacido por la sangre y los gritos de dolor. La banda se disipó en la oscuridad, dejando a Rodolfo como un recordatorio viviente del coste del fracaso.

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

La atmósfera en el pueblo era de inquietud. Ante la difícil situación, el alcalde solicitó la intervención de los guardias. Aunque era sabido por todos que estos eran criminales disfrazados de protectores, y exigían dinero a cambio de una paz ilusoria.

Raquel, caminando por el mercado, sentía miradas inusuales fijas en ella. Desde que Andrea había pagado por su seguridad, había gozado de cierta tranquilidad. Pero esa mañana, las miradas persistían e intimidantes le recordaban que su paz era frágil y ni una buena suma de dinero, podría comprar la tranquilidad.

—Raquel, ¿todo bien? —preguntó Luvina, acercándose preocupada al notar la incomodidad de su amiga.

—Sí, solo me siento... observada más de lo normal —admitió Raquel, intentando disimular su inquietud.

—Esos hombres están de nuevo en el pueblo —susurró Luvina, mirando a su alrededor—. Debemos tener cuidado.

—Pensé que ya habíamos arreglado esto con ellos, pero ahora... —Raquel dejó la frase en el aire, evidenciando su preocupación.

—Desde que supieron de aquellos sujetos extraños, no se apartan de aquí. Los acompañare a casa —ofreció Luvina, su brazo alrededor de Raquel en un gesto de protección. Su blusa rosa brillaba.

Mientras avanzaban por las calles conocidas, el sol todavía iluminaba el cielo, pero el corazón de Raquel estaba sombrío.

—Es terrible vivir así, con miedo —comentó Raquel, acelerando el paso.

—Así es, pero unidas, somos más fuertes. No dejaremos que nos hagan daño —respondió Luvina, mostrando una fortaleza admirable para sus 18 años.

Al llegar, se detuvieron a charlar, disfrutando de la compañía del pequeño Alán. Cuando llegó el momento de despedirse, Raquel observó a Luvina marcharse hasta que la perdió de vista.

Esa noche, contemplando las estrellas emergentes, Raquel se cuestionaba cómo protegería a su hijo y a sus amigas de las sombras que acechaban al pueblo. Con un suspiro, enfrentaba la oscuridad que envolvía a sus habitantes, preguntándose cómo podrían superar esta amenaza.

Al amanecer del día siguiente, el rumor de que Luvina no había regresado a casa se esparció como un manto de preocupación sobre el pueblo. En rincones sombríos y bajo los aleros, las mujeres mayores, con su rapidez habitual para juzgar, tejían historias acerca de la joven. Le atribuían una vida desenfrenada de promiscuidad un rumor que Raquel, conocedora de la verdadera esencia de Luvina, sabía que estaba muy alejado de la verdad.

La inquietud por la desaparición de Luvina acompañó a Raquel en su camino al trabajo, haciendo cada paso más pesado que el anterior. La posibilidad de que algo malo le hubiera sucedido a su amiga la hacía pensar en cosas horribles, impidiéndole concentrarse en sus tareas cotidianas. Se encontraba así misma distraída, reviviendo en su mente las conversaciones con Luvina, sus risas compartidas y la energía positiva que siempre la rodeaba.

Al regresar a casa ese día, el peso de la preocupación se hizo aún más palpable. Mientras Alán se concentraba en colorear, la imagen de Luvina, con su cabello negro azabache y sus brillantes ojos verdes llenos de sueños y esperanzas, inundaba los pensamientos de Raquel. La idea de que una persona tan hermosa, tanto por dentro como por fuera, pudiera estar sufriendo, era más de lo que Raquel podía soportar. Con Alán absorto en su actividad, Raquel se permitió finalmente derramar las lágrimas que había estado reprimiendo todo el día.

La noticia de que los hombres, que se hacían llamar "los guardias" pero que todos sabían eran criminales, habían tomado a Luvina, llegó a Raquel como un golpe devastador. Margarita, entre lágrimas, le contó lo ocurrido y le advirtió que, por seguridad, todas las mujeres del pueblo planeaban permanecer en sus casas al día siguiente.

—Es terrible, Raquel. Mi esposo ha ido a hablar con esos... esos criminales. Está tratando de llegar a un acuerdo —la voz de Margarita temblaba con cada palabra.

—No puede ser... Ella no se merece esto —la voz de Raquel se quebró al hablar, la tristeza y la incredulidad entrelazadas en su tono.

—Mañana no vayas a dar clases, Raquel. Todas las mujeres del pueblo nos vamos a quedar encerradas —Margarita, intentando enjugar sus lágrimas con el rebozo, le ofreció este consejo como una medida de protección.

—Gracias por avisarme, Margarita. Esto no puede quedar así —respondió Raquel.

Raquel aseguró bien la puerta de su casa, buscando un poco de tranquilidad en medio de tanto miedo. Esperó pacientemente a que su hijo se durmiera, sintiéndose cada vez más sola con sus pensamientos. Cuando finalmente Alán se sumió en un sueño tranquilo, Raquel se encontró a solas con la oscuridad y el silencio de la noche.

Sentada en la penumbra, con una vela que apenas alumbraba el cuarto, Raquel no pudo contener más sus emociones. Las lágrimas empezaron a caer, una tras otra, mostrando todo el miedo y la frustración que había estado guardando. Pensar en Luvina, su amiga querida, en manos de esos hombres malos, era demasiado doloroso.

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Comments

Amy_mez

Amy_mez

a ver, la historia es verdad que engancha un poco pero hace falta especificar taanto cada pequeña cosa, muchos adejtivos en una sola frase,sigo pensando que es demasiado relleno...

2024-11-30

0

Adriana Sanchez

Adriana Sanchez

Mejor se hubiera quedado con su Mafioso, es lo mismo 🤨🤔 y para variar ni la va a encontrar por estar encerrada 🤔🤔

2024-07-06

1

MALÚ 2834

MALÚ 2834

Pues para haber vivido como vivías,,con inquietud,miedo,mafia,,,,parece ser que no has huido a mejor sitio,,es casi peor la vivencia

2024-05-14

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