CAPÍTULO 8

A medida que Gladiolus hacía descender la alfombra, de modo que pudieran llegar a salvo al barco, todas aquellas preguntas hicieron que todo cobrara sentido para Elwin. Desde el hecho de casi haber muerto, hasta el hecho de que se le hubiera asignado esa misión a él: todo había sido dictaminado para sacar del palacio a Abril y protegerla.

—¡Capitán!—la voz de su primer oficial resonó en todo el lugar—¡Lo hemos estado buscando! ¡Gracias a los dioses ha vuelto!

—Dile a su majestad que le dejo el resto a él—respondió Gladiolus—ahora debo ir a buscar a la otra persona que le dije.

—¡Muchas gracias, lord Gladiolus!—agradeció.

Aún desorientado un poco, Elwin cargó a Abril, mientras sus oficiales lo orientaba para ir a su camarote asignado, en lo que ambos recibían atención médica. No obstante, cuando ambos estuvieron en la cama de su camarote, el anillo de Abril se encendió, empezando no solo a curarla, sino a él también.

—¡Increíble!—espetó incrédulo su primer oficial.

—Mauricio—ordenó Elwin—ve a la cocina y pide que nos preparen una buena comida por favor.

—¡Si, señor!—respondió antes de irse.

—Pequeña Abril, ¿Puedes verme un momento?—intentó invitarla a alzar la mirada—no puedes estar en esa posición toda tu vida.

—No...no quiero ¡No quiero que me veas así!—negó mientras seguía abrazándolo—¡Abrazar a Elwin me hace sentir bien!

—Vale, entiendo—siguió acariciando su cabello—pero ¿Cómo harás para comer?

—Mmmm—pensó unos segundos la chica—¿Puedes prestarme una sabana?

Una vez Elwin lo hizo, Abril se la colocó, de modo que pudiera ocultar su rostro. Suspirando un poco del cansancio, sabía muy bien que, sea lo que sea que estuviera ocultando su salvadora, aún no era hora para ella de hablarlo, por lo que daría un poco más de tiempo para que dejara de ocultar su rostro.

Mientras tanto, la situación en el despacho del emperador se había vuelto el doble de catastrófica. Luego de ser informado de lo sucedido, juraba que estaba por vomitar sangre. No obstante, lo que también le avergonzaba más, era que su hija, la princesa más hermosa que tenía en el palacio, con la que esperaba hacer un beneficioso matrimonio por conveniencia, había quedado tan irreconocible debido a sus heridas.

—¡Inútil! ¡Bueno para nada!—gritó el emperador mientras golpeaba a su hijo—¡¿Cómo dejaste que lastimaran a tu hermana de esa forma?!

Con la cabeza gacha, Máximo solo podía escuchar con recelo todos los insultos de su padre. Esperando pacientemente la hora en que pudiera morir para el tomar el control de todo; sin embargo, debido a la huida de su prometida y ahora las heridas de su hermana, lo único que podía hacer era aguantar.

—¡Al menos hiciste algo bueno y le respondiste a Gladiolus!—respondió sentándose en su escritorio—¿Qué se cree ese hechicero de poca monta? ¡Jamás le entegraré mi trono a un hijo ilegítimo!

En lo que padre e hijo discutían, la situación de la princesa también era precaria. Si bien había podido recuperar la consciencia, las heridas que le había infligido Elwin eran tan graves que hasta que le había quemado uno de sus ojos, dejándola solo con uno para poder ver.

—¡Maldición!—gritó golpeando al médico que la estaba tratando.

Agarrando con fuerza las sabanas ensangrentadas de su cama, recordó como aquella hija ilegítima de su padre se había atrevido inclusive a actuar robándose su rostro. Pensándolo bien, suspiró con pesadez, aquello en parte había sido su culpa.

—Si nunca le hubiera enseñado...—dijo en un susurro.

Quedando absorta en sus pensamientos, rememoró un incidente que había sucedido hacía diez años, cuando la madre de aquella escoria para ella seguía caminando por los pasillos del palacio. Volviendo a pensar en aquella mujer que se interpuso en sus planes de obtener aliados para ser ella, y no su hermano, la nueva emperatriz y reina espiritual.

—Así como ella lo hizo, yo se lo haré—levantó su mirada con odio—¡Mi libro de hechizos!

Una de las criadas, llena de miedo, le alcanzó un pequeño y viejo libro el cual contenía varios de sus conjuros, entre los que estaba uno que le ayudaría a vengarse de su hermana menor.

—Me quedaré con todo lo tuyo—respondió con malicia—incluyendo el sello del emperador.

A la vez que la princesa conspiraba contra su propia familia, el orbe negro había vuelto a salir del monumento de piedra, mientras sentía como poco a poco la tierra comenzaba a temblar. Fue así que, ingresando por la entrada que había en el sótano donde antes vivía Abril, pudo llegar frente a la puerta de los muertos.

—¡No!—gritó el orbe—¡Es imposible!

Poco a poco la mujer de cabello plateado volvió a materializarse, y con sus manos llenas de venas negras, intentó tocar la puerta para impedir que las grietas se hicieran más y más grandes, pero la fuerte mano de un hombre la detuvo.

—¿Gladiolus?—preguntó al darse la cuenta.

—Ya es tarde, princesa Genevieve—respondió el hombre—por más que intente sacrificarse, el emperador se ha negado a abdicar y ahora es turno de que los muertos se levanten.

—Entonces... mi pequeña...—habló cabizbaja con el corazón roto—¿Ella deberá asumir el trono de un imperio destinado a morir? ¡¿Acaso no podré darle nunca una vida tranquila a mi hija?!

Con dolor, llorando a raudales, recordó como el emperador había asesinado a su padre y secuestrado a ella con tan solo once años. Convirtiéndose en su concubina más joven, fue obligada por él y al final terminaría dando a luz a su hija a la edad de doce años.

Dándola a luz en aquella solitaria cabaña que antes era su "palacio", le había prometido sacarla de ese lugar y que viviera lo que ella no pudo hacer; sin embargo, no había podido liberarla del destino que los espíritus le habían dado. Aun después de 18 años desde su nacimiento, su hija jamás había podido encontrar una pizca de esperanza.

Gladiolus miró con lástima a la mujer en frente suyo, recordando a su esposa. Ambas mujeres eran iguales, dar lo que fuera, inclusive su propia vida, con tal de salvar a su propia sangre. Estaba consciente de la historia de Genevieve y su hija, aquella a la que hora respondía por el nombre de Abril.

Antes de acceder a ayudar a los espíritus, había exigido la verdad a estos y ellos accedieron a mostrársela: la hija ilegítima del emperador, era la nieta del forjador original del sello imperial. Por ende, aunque el reino de su madre hubiera caído, la sangre de Abril era la que ellos querían para ser su nueva reina espiritual.

—Su hija está por despertar su sangre, princesa—habló extendiéndole su mano—los espíritus le han dado un nuevo guardián; sin embargo, necesita a su madre para que aprenda a como controlar el poder, la especie de la cual desciende.

Genevieve intentó tomar con miedo la mano de Gladiolus; sin embargo, se detuvo un momento al ver sus manos negras como el alquitrán.

—¿Cómo puedo ayudarla si yo estoy por morir?—preguntó observando aquellas venas negras—si no he muerto por el veneno que tengo en mi cuerpo ha sido por puro milagro.

—Ha sido porque su amor de madre la ha mantenido viva—respondió Gladiolus aun manteniendo extendida su mano—los espíritus me lo dijeron...me dijeron como la princesa Fiona le enseñó de manera maliciosa el "Cambio de rostros" a su hija, con el fin de que su maestro de hechicería la violara a cambio de que este le sirviera a ella y no al emperador.

La madre de Abril tragó en seco al recordar aquello, del rememorar como la tercera princesa era igual de maliciosa que el emperador. Luego de descubrir a aquel asqueroso hombre encima de su hija desnuda, en aquel lúgubre cuarto, como pudo logró asesinarlo clavándole varias veces un cuchillo en su espalda.

No obstante, debido a la especie a la cual pertenecía, se le tenía prohibido matar o de lo contrario, la sangre derramada sería el veneno que cobraría su vida más adelante. Viendo a su hija ensangrentada, con heridas, mientras tenía el rostro de Fiona en su cara, la llevó en brazos fuera de la habitación del maestro de la tercera princesa.

Gracias a que los espíritus querían que ella fuera su reina, estos pudieron sanar a su hija usando los manantiales bajo el sótano de su cabaña y devolviéndole así su virginidad; sin embargo, enojada porque su maestro no pudiera terminar de abusar a su hermana, la princesa Fiona había mandado a quemar con rocas infernales el rostro de su hija como venganza.

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Comments

Lorena Larios

Lorena Larios

vieja loca

2024-04-24

0

Aracelis León García

Aracelis León García

es que esa degenerada es perversa

2024-04-24

0

Barbarasl73 🇨🇱

Barbarasl73 🇨🇱

sólo es el karma 🤷‍♀️.

2024-04-11

1

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