La serpiente y el dragón

Nego dejó caer su abanico y se desvistió. Su cuerpo desnudo comenzó a alargarse y a crecer. Su piel se tornó a una piel escamosa y escarlata; su rostro se alargó y sus ojos y boca crecieron; sus piernas se unieron y se alargaron hasta formar una cola. Se había convertido en la famosa Serpiente Escarlata y su cuerpo medía diez metros de altura. Breist, en vez de sentirse sorprendido, sintió que estaba perdiendo la batalla.

Negro enrolló su cuerpo como un resorte. Giró en dirección hacia el palacio. Acumuló impulso y de un salto llegó hacia la cornisa. Ahora Breist sintió pánico. Luego se enojó a tal punto que todo su cuerpo se encendió en una llama azul. Cruzó sus brazos y al abrirlos gritó con todas sus fuerzas:

—¡KANSUN!

Una explosión salió de su cuerpo. Y fue tan fuerte que el barco se partió por la mitad. Toda la tripulación cayó. Algunos gritaron antes de morir por el impacto en el suelo y otros ya estaban muertos.

El barco despedazado se precipitaba hacia las casas. Algunas de ellas llegaron a hacerles daño. Breist, con su cuerpo aún en llamas, voló hacia los aposentos de su amada.

Nego estaba a escasos metros de Sukyo. Sus ojos y boca bien abiertos se deleitaban en la mirada de horror y lágrimas provenientes de su víctima. No lo pudo resistir más y se le acercó para engullirla.

La ventana lateral se rompió. La serpiente no alcanzó a mirar y lo único que sintió fue una espada que le atravesó su ojo izquierdo. Todo su cuerpo se giró y cayó boca arriba. Fue tan fuerte el golpe que el suelo y el techo comenzaron a desmoronarse debido al azote de su cuerpo y cola. Breist sacó su espada de su ojo. La guardó y corrió hacia Sukyo. La tomó en brazos y saltó por la misma ventana que había roto. Justo el palacio comenzó a desmoronarse.

Cayó de pie al suelo con las piernas flexionadas. Sukyo se separó de él y corrió hacia su hogar.

—¡Gihin! ¡Gihin! —gritaba desesperada.

—¡Aquí estoy!

Sukyo se volteó y vio que en una de las casas salía ella junto con Miot, el bibliotecario.

Sukyo corrió de felicidad y abrazó a Breist.

—¡Me alegra que estés bien! —exclamó.

—Fue gracias a Miot que me advirtió de que teníamos que salir de allí justo cuando el barco lanzó los cañones.

—Gracias, Miot.

—No es nada, Su Majestad. Solamente cumplía mi deber de protegerla. —Miró a Breist—. Gracias por cuidar a mi Reina, nuevo rey. —Hizo una reverencia.

—Solamente lo hago por amor.

—Felicidades por su matrimonio. Espero de corazón que tengan muchos hijos.

Un fuerte grito provenía desde los escombros del palacio.

—Es hora de que se vayan —dijo Breist a los demás.

—¿Estarás bien? —preguntó Sukyo.

—Sí, cariño. Ahora tienen que irse.

Sukyo lo besó con mucha pasión. Gihin y Miot se ruborizaron y miraron hacia otro lado.

—Nos vemos en la playa —dijo Sukyo—. Estaré rezando para que la Diosa te ayude a vencerla.

—Gracias.

Los tres corrieron colina abajo.

Breist, después de verlos desaparecer entre las casas, se dio la media vuelta. Una vez más tomó su espada con ambas manos.

En medio de los ladrillos destruidos, Nego salió soltando otro grito. Su ojo herido lo tenía cerrado.

—¡Maldito seas! —gritó la serpiente con su imperante siseo.

—¿¡Cuál es tu estúpido afán de querer matar a Sukyo!?

Nego soltó una risa malvada.

—Niño tonto. ¿Acaso no lo sabes? Su alma posee el corazón de la Diosa. Si la mato, su alma será mía y jamás la diosa volverá a ser adorada. Y todos me adorarán a mí en vez de a ella.

—Te equivocas, ridícula serpiente. De donde yo vengo, la Diosa sigue siendo adorada y venerada.

—¡Ah! Entonces vienes del futuro. Pues te tengo malas noticias. De donde vienes, solamente creen que ella es una diosa más entre los demás dioses que los mismos humanos inventaron. Pero creerán que la verdadera diosa soy yo.

—Esas son falacias.

—Eres muy ingenuo. Incluso me atrevería a decirte que en tu reino, del año en que vienes, habrá personas que querrán verte muerto porque adoras a ella en vez de a mí.

Breist frunció el ceño al recordar que los nobles habían mandado a unos hombres a matarlo mientras estaba de viaje hacia la isla. Las palabras de Nego cobraron cierto sentido.

—Parece que ya intentaron asesinarte, je, je, je. Ahora dejemos la charla y déjame a un lado. Mi anhelo es asesinar a ella. No a ti.

La serpiente pasó por su lado, reptando entre los escombros.

—¿Acaso no me vas a matar porque maté a tus sirvientes y te dejé tuerto?

—Mi anhelo es más fuerte que el odio. El odio es de los tontos. La ambición debe estar por encima del odio.

—Pues yo tengo odio hacia ti —susurró.

Breist volvió a encender su espada. Dio un fuerte grito y con ella enterró su cola para que no siguiera avanzando. Nego gritó de dolor. Giró su cuerpo y abrió su boca. Se le acercó y lo engulló.

Dentro del cuerpo de la bestia, Breist cerró los ojos y susurró:

—Kigen suwan.

Nego sintió un fuego intenso desde sus entrañas. Quería expulsarlo y no podía. Se quejaba y su cuerpo se movía de un lado a otro. Abrió su boca hacia arriba y de ella salió una llama azul en forma de columna. La columna, que en realidad era Breist envuelto en ella, llegó hasta las nubes. Cambió de forma y se transformó en un gran dragón azul envuelto en llamas. Nego quedó sorprendido.

El dragón azul descendió desde el cielo y aterrizó en el piso. Rodeó a Nego creando un anillo de fuego del mismo color para que la serpiente no se escapara. Se detuvo frente a ella y esta le mordió el cuello. Inmediatamente, lo soltó y gritó de dolor. Su boca se estaba chamuscando.

—¡Maldito! ¡¿Por qué no me dejas cumplir mi misión?!

—Esto es por interrumpir mi luna de miel —dijo con una voz gutural.

Abrió su hocico y de él emitió fuego azul. Lo abrió un poco más y engulló completamente a la serpiente.

Nego fue tragada y consumida por las llamas.

Las nubes negras comenzaron a disiparse y en el horizonte estaba naciendo el sol. Ya estaba amaneciendo. Sukyo, preocupada de que su esposo no aparecía, decidió correr colina arriba. Gihin y Miot la siguieron.

Al llegar a lo poco y nada que quedaba del palacio, un cuerpo gigante alargado estaba siendo consumido por unas llamas azules. Delante de él estaba Breist mirando el espectáculo.

—¡Breist! —gritó Sukyo.

Breist se volteó.

Su amada corrió hacia él y se abrazaron.

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