Rencores

Breist sintió su cuerpo que estaba encima de la arena del mar. Abrió los ojos y lo primero que vio fue el cielo azul. Escuchó el sonido del mar y unas personas hablar cerca de allí. Se levantó rápidamente y posó su mirada hacia al interior de la isla. A unos metros más allá había dos mujeres con orejas y colas de perro. Usaban unos vestidos largos y botas; estaban arando la tierra.

Después miró más al fondo y quedó aún más impactado.

Hombres, mujeres y niños humanoides con distintas orejas y colas iban y venían de un lado al otro. Había mucho ajetreo. Así que, con el corazón hinchado de felicidad, porque la idea de ver a esa mujer que siempre soñó con vida, comenzó a caminar directamente cuesta arriba. El templo que había visto la primera vez, ahora era un edificio mucho más grande y cuadrado. Parecido a un palacio.

Al caminar por la avenida principal, se percató que a los lados había más casas que antes y de distintos materiales, aparte de la piedra, como la madera, ladrillos y hasta adobe. Las personas dejaron de hacer sus quehaceres al verlo a él. Todos los ojos curiosos lo miraban fijamente. Algunos con temor, sobre todo los niños, y con desconfianza por parte de los jóvenes y adultos. Un herrero con orejas de oso salió de su tienda para encararlo. Se puso delante de él y lo miró con rudeza.

—Oye, joven. Te equivocaste de isla. Aquí solamente viven los semihumanos.

Pese a que el hombre era más alto y más rudo que él, Breist no se iba a quedar callado.

—Para tu información vengo a ver a Sukyo.

—Reina Sukyo —corrigió—. Y no se va a tomar la molestia en ver a un humano como tú.

—Soy Breist, Rey de Elvent. Y vine hasta acá para tener una audiencia con ella —protestó.

Todos los que lo observaban soltaron un grito ahogado. El herrero, ahora enfurecido, lo miró con desprecio.

—¿Por qué vendrías a este lugar? ¿Acaso no sabes que por tu culpa muchos murieron hace dos meses?

—¿Mi culpa?

—No te hagas el estúpido. La reina fue personalmente a tu reino para pedir ayuda, ya que la diosa Najamura predijo que La Serpiente Escarlata iba a atacar la isla. ¿Y qué hicieron ustedes? La expulsaron como si fuera un perro callejero. Ahora largo de aquí, antes de que linchemos.

—No me puedo ir. La diosa Najamura me trajo hasta acá.

—Ya deja de decir estupideces. ¡Largo de aquí!

—¿Así es como tratamos a los extranjeros?

Una chica con voz suave se escuchó detrás de Breist. Este se dio la media vuelta y al verla, su corazón se aceleró.

Era una joven un poco más baja que él; usaba un traje sacerdotal, tenía los ojos verdes y su cabellera era corta y negra; sus orejas y cola eran las de un zorro pero de color negro.

—¿Reina Sukyo? —preguntó Breist.

La jovencita soltó una risita.

—No, Su Majestad. Soy Gihin, Hermana de Sukyo.

—Señorita Gihin. Usted y su hermana saben más que nadie, que este tipo no es bienvenido en nuestra isla —dijo el herrero.

—Pero él dijo que la diosa lo envió, ¿verdad?

—Sí, así es —replicó Breist.

—Entonces venga conmigo —dijo Gihin.

—¿En serio le va a creer el embustero? —preguntó el herrero, sorprendido.

—¿Acaso vas a dudar de mí?

—No, señorita Gihin. ¿Cómo se le ocurre?

—Entonces no hay nada más que discutir. —Miró a Breist—. Acompáñeme al palacio, joven rey.

Breist hizo como que no miró al herrero. Se puso al lado de Gihin y juntos comenzaron a caminar cerro arriba.

Al caminar por el sendero y pasar por distintas construcciones que jamás había visto, los ojos de Breist no paraban de mirar a Gihin. El parecido con Sukyo era increíble. De pronto ella se dio cuenta y comenzó a reír.

—Perdón, ¿pero hice algo gracioso?

—No. Es que desde que estamos yendo al palacio no has dejado de mirarme.

—Es que te pareces mucho a ella.

—Sí. Todos dicen lo mismo. —Hizo una pausa—. Hablando de ella, ¿es verdad que la expulsaste de tu reino?

—Es muy difícil de explicar.

—¿El Rey Breist I no me puede dar una simple respuesta?

—Justamente ese es el punto. Que yo no soy Breist I. Yo soy Breist IV. Su bisnieto.

—¿En serio? Pero es imposible.

—La diosa Najamura me envió desde el futuro para ver a tu hermana. Digo, la reina Sukyo.

—¿Y por qué la diosa se tomaría la molestia de hacer eso? ¿Acaso es muy grave?

—Prefiero decirlo cuando estemos con ella.

—Entonces el asunto es muy serio.

—Y sobre mi bisabuelo, ¿por qué no quiso ayudarlos cuando esa bestia apareció?

—Lo único que sé, es que cuando llegó mi hermana después de ese encuentro que tuvo con tu bisabuelo, se puso a llorar amargamente por tres días.

—Si yo hubiese estado allí, en vez de él, hubiese mandado toda la flota hasta acá.

—Eso es muy noble de tu parte.

Después de estar caminando por cinco minutos, se toparon con una gran puerta de madera rojiza y un gran muro que la rodeaba. Arriba se veía una construcción en forma de cubo con el techo redondeado; una cornisa lo rodeaba.

—¿Por qué la puerta está detrás de la ciudad? ¿Es para que el enemigo no pueda acceder a ella?

—Eres muy perspicaz. Todas las construcciones tienen túneles que conectan con el palacio. Así, los súbditos pueden huir en caso de emergencia.

—Pero el enemigo igual podría acceder.

—Una vez que la familia o el grupo de personas accede por un túnel, llegan a una cueva que comunica con el palacio. Desde ese lugar tapan el túnel que se utilizó con una mezcla de arena, agua y gravilla. Quedando completamente tapado.

—Lo tienen bajo control.

—Tu tatarabuelo, el rey Antru, dio esa idea.

Breist quedó perplejo.

Gihin empujó la hoja izquierda y se abrió. Primero entró él y luego ella lo cerró tras sí.

La nave principal era una sala grande con pilares de color arena; el suelo era de loza también de ese color; en medio había una alfombra color púrpura y esta llegaba hasta un altar que estaba en el fondo; el altar era una mesa de piedra con dos inciensos encendidos y detrás de este, las murallas tenían distintos garabatos y dibujos que jamás nunca había visto Breist en su vida.

Gihin le explicó que ese era el altar a la diosa Najamura y que todas las mañanas el pueblo venía para rendirle culto a ella. También le dijo que era Sukyo quién presidía las ceremonias y que ella era su ayudante.

—Entonces la reina Sukyo también es Suma Sacerdotisa.

—Correcto.

—Tal como decía en el libro.

—¿Libro? ¿Qué libro?

—Existe un libro, al menos en mi época, que narra la historia de ella. De Sukyo. Y así dice que ella era, o más bien, es Reina y Suma Sacerdotisa. Pero no dice que es ella quién hace los cultos a los dioses.

—¿Tal vez es porque es demasiado obvio?

Breist se rio.

—Es verdad, Gihin.

Ella también se rio.

—¿Y dónde está ella ahora?

—Por aquí.

Gihin lo llevó hasta la parte de atrás del altar. Allí se encontraba un círculo con muchas líneas. Ella se paró en medio e invitó a Breist que se pusiera en frente de ella. Hecho esto, iba a decir algo, pero, al ver que él poseía un anillo, le dio curiosidad.

—¿Quién te dio ese anillo?

—La diosa Najamura. ¿Por qué?

—Porque ese anillo convierte al portador casi indestructible.

—¿Tan poderoso es?

—Sí. Así que creo que este es el momento de utilizarlo.

Breist la miró extrañado.

—Cierra los ojos. Imagina que tu poder se concentra en ese anillo y di: “ga” —añadió.

—¿Segura?

—Haz lo que te digo.

Breist cerró sus ojos. No alcanzó a imaginarse eso cuando de pronto el anillo comenzó a brillar. Tal era la intensidad que abrió los ojos y lo miró asustado.

—Ahora di lo que te dije.

—Ga.

Las líneas del dibujo se iluminaron junto con ellos dos.

—¿Otra vez? —preguntó Breist, asustado.

Ambos desaparecieron y las líneas que estaban el piso, se apagaron.

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play